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Февраль
2024

Entrevista al antiguo alumno de Altair, Paco Pardo, artesano de dorado y restaurador

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Abc.es 
Paco Pardo empezó en 2003 como aprendiz en el arte sacro con el Maestro tallista Manuel Durán González con el que estuvo durante tres años. En el año 2006 empieza a conocer el arte del Dorado trabajando en el taller de los Hermanos González, donde estuvo seis años. Ha trabajado también en el taller de los Hermanos Caballero, colaborando en diversos trabajos para Hermandades de la Semana Santa de Sevilla y de otras ciudades andaluzas, hasta que en 2015 funda su taller, de Talla y Dorado, cuyas instalaciones se encuentran en el Polígono Industrial El Gordillo. Entre sus trabajos destacan la restauración del paso del Santísimo Cristo de la Sed y la restauración y el dorado del misterio de la Sagrada Lanzada, ambos de Sevilla; también la restauración de la talla y dorado del paso del Sagrado Corazón de Jesús de Sevilla, y del dosel de Cultos, así como el Dorado del Palio de la Virgen de la Merced de Granada, entre otras. Para empezar, Paco, cuéntenos un poco cómo fue su trayectoria estudiantil hasta llegar a Altair. «Yo empecé en el Colegio San Miguel Adoratrices, de pequeño. Tras hacer allí mi Primera Comunión, mis padres me cambiaron a Altair. Al parecer, siempre me lo han comentado, yo era muy nervioso y pensaron que en Altair me pondrían las pilas y mejoraría. En aquel entonces estaba D. Rafael Caamaño de director, aún recuerdo esa primera entrevista con él. Entré en 5º de Primaria y acabé en 4º de ESO. No era un gran estudiante, de notas muy altas, pero sí muy aplicado y conseguí con mucho esfuerzo mi título». ¿Desde cuándo tuvo claro que se dedicaría al mundo del arte? «Desde los 12 o 13 años tenía completamente claro que quería hacer pasos de Semana Santa. Ya fuera el propio paso o las figuras, o incluso los retablos que veía en las iglesias. No sabía cómo iba el tema, qué técnicas se utilizaban, pero yo veía por ejemplo un mueble tallado y me encantaba. Lo llevaba en la sangre. De hecho, con 13 años cogía solo el autobús alguna tarde y me iba para el centro a ver los talleres, e incluso empecé a trabajar en aquel entonces en plan becario. En cuanto salí de ESO, comencé a trabajar ya con contrato y nómina». A nivel profesional, ¿cómo le ha ayudado su paso por Altair? «En muchísimas cosas. Por ejemplo, en el contacto con muchos clientes. Los valores y respeto que infunde Altair los he notado en el trato con hermanos mayores y otras personas de la ciudad. Por supuesto, en el apoyo constante que recibí para llegar donde estoy, tanto de mis preceptores como de todos los profesores. Aprendí a esforzarme al máximo para conseguir mi meta, sin olvidar que hay que tratar con cariño y educación a los compañeros, a los trabajadores y a los clientes. Y sonreír siempre que se pueda, aunque eso lo traía yo de fábrica. Me considero una persona muy positiva, y tengo fe en mi trabajo y en la constancia. En definitiva, llevo a mucha honra decir en todo momento que he estudiado en Altair». Como bien sabe, Altair apuesta por la educación personalizada. ¿En qué medida lo ha notado a lo largo de los años? «Yo siempre fui un niño y un joven muy solitario, en Altair me guiaron por el camino correcto. Todos los preceptores, y mi gran amigo José Antonio Tejada, me ayudaban para ponérmelo fácil. No me decían, como otras personas sí me han dicho, que mi vocación no tenía salida profesional. Me respaldaron en mi decisión hasta conseguir lo que tengo hoy». Nos ha comentado que tiene un hijo estudiando en Educación Primaria en Altair, ¿a qué se debió su elección? «Como ya he comentado, yo tuve una experiencia maravillosa en Altair, aprendí mucho, no solo en lo académico sino también en valores y principios fundamentales. Mi personalidad se forjó en Altair. Sé que la educación que se imparte es sobresaliente, por eso lo tuve claro y matriculé a mi hijo en Altair, porque quiero lo mejor para él». ¿Qué le pide un padre como usted a Altair? «Que siga igual, que resista. De hecho, ahora como padre, cada vez lo veo mejor, va a más. La nueva generación de profesores que veo me encanta, las mejoras que se han hecho en las instalaciones... Es más, sería muy feliz si mi hija también pudiera estudiar allí, confío muchísimo en la idiosincrasia de este colegio». ¿Volviendo a su trabajo, ¿de qué restauración se siente más orgulloso? «Sin duda, del Sagrado Corazón de Jesús de Nervión. Es mi gran devoción y por lo tanto fue muy emocionante para mí ese trabajo. Y después, por supuesto, de lo que llama la atención en Sevilla: el paso del Cristo de la Sed, el misterio de La Lanzada, la restauración del dorado del paso del Cristo de la Sangre de San Benito, la restauración del dorado del retablo de la Esperanza de Triana, que tiene un gran tamaño y quedará para la posteridad, etc. Hacer algo para Sevilla es muy especial, porque después todos pueden verlo en la Semana Santa». Dentro del arte sacro, y en especial del dorado y la restauración, ¿es importante que el artista tenga Fe? «Para algunos oficios sí, sin duda, no concibo un imaginero que no tenga Fe. Si estás confeccionando una imagen para despertar la espiritualidad y llamar al rezo, es necesario tener Fe para transmitirlo a dicha imagen. Para la artesanía pura, como hacemos nosotros, no lo veo tan necesario. Al fin y al cabo, el dorado de un paso de Semana Santa puede ser en este caso como la restauración del dorado del palacio de Versalles o del Congreso de los Diputados». ¿Pertenece a alguna hermandad sevillana? «Tanto a Sagrado Corazón de Jesús como a La Sed, las dos de Nervión. Mi hijo ya está en la primera, y observo que cuando está allí le gusta mucho. Aún es pequeño, pero me huele que la Semana Santa ya corre por sus venas».