Puede haber cambio en Galicia
La derecha está de los nervios ante un escenario que, hace apenas unas semanas, parecía imposible: que el PP pierda la mayoría absoluta en Galicia o incluso el Gobierno de la Xunta. Algo que solo ha ocurrido una vez en las últimas tres décadas. Y que puede volver a pasar este domingo.
Buena parte de las claves están en este gráfico.
El dominio histórico del PP en la Xunta puede llevar a conclusiones erróneas: Galicia no es tan de derechas. Los resultados electorales de los últimos veinte años demuestran que es una sociedad más progresista de lo que aparenta si se miran solo las autonómicas. No siempre gana el PP ni tampoco es la derecha el bloque más votado. Y si repasas en estos números con detalle, verás tres pistas muy relevantes.
¿La conclusión? Es bastante obvia. Este domingo en Galicia, la principal clave para anticipar el resultado será la participación. Y cuanto más suba, más probable será que el PP pierda la Xunta de Galicia. Con todo lo que eso implica, no solo en la política gallega. El futuro de Feijóo también depende de qué pase este domingo.
Insisto: por eso están tan nerviosos.
Por eso se lanzan a medidas tan desesperadas como mandar un SMS a cada trabajador de la sanidad gallega anunciando subidas de sueldo. Lo hicieron este viernes: a dos días de las elecciones.
Por eso el día anterior, este jueves, la Xunta también pagó una subvención de 550 euros a miles de mariscadores. A 72 horas de las elecciones.
Por eso han vuelto a usar el comodín de ETA, que no puede faltar en ninguna campaña electoral española. Menos aún cuando el PP está en aprietos.
Por eso la TVG está echando el resto. Una televisión pública cuya plantilla lleva 300 semanas –el aniversario fue justo ayer– protestando cada viernes contra la manipulación informativa.
¿La última treta a favor del PP de la televisión que pagan todos los gallegos? Contraprogramar el debate electoral celebrado en TVE con la entrevista a la candidata Ana Pontón. El mismo día a la misma hora. Los gallegos tuvieron que elegir: o veían a Pontón en su única entrevista de campaña en TVG o a Pontón en el debate de TVE; las dos cosas no. Aun así, ese debate de TVE tuvo casi tantos espectadores en Galicia como el de TVG: y eso que Alfonso Rueda se negó a participar.
Tampoco es que Alfonso Rueda esté siendo el candidato con más tirón en estas elecciones.
Una anécdota, creo que reveladora. Pocos meses después de que Rueda llegara a la presidencia de la Xunta, la princesa Leonor viajó a Galicia. La revista ‘Lecturas’ dedicó un amplio despliegue fotográfico a esa visita a Santiago de Compostela. Pero al pobre Alfonso Rueda le difuminaron la cara en la foto. Era tan poco conocido que en ‘Lecturas’ creyeron que el sucesor de Feijóo era un guardaespaldas de la princesa Leonor.
Año y medio después, la popularidad de Alfonso Rueda no ha mejorado gran cosa. Y la estrategia electoral del PP no ha podido ser peor estas semanas.
Los datos históricos revelan también algunas claves. Las victorias arrolladoras de Alberto Núñez Feijóo en el pasado se basaban en dormir el balón: campañas de perfil bajo, escondiendo las siglas del PP y a los dirigentes nacionales del partido. Que el debate fuera gallego y solo gallego. No hablar de temas nacionales. No despertar a la izquierda.
El perfil de Feijóo, en esos años, también era otro: un líder moderado que conseguía ganar cuatro mayorías absolutas en un territorio donde la izquierda, cuando sale de casa, es mayoritaria.
Por eso ha sido tan desastrosa esta campaña para el PP. La irrelevancia del candidato autonómico ha obligado a Alberto Núñez Feijóo a tirar del carro. Pero el líder del PP ya no tiene ni la misma imagen ni el mismo discurso: ahora es él quien moviliza a la izquierda a la contra, como se vio el 23 de julio. También en su propia tierra.
Después llegaron los errores. El más flagrante, el cambio de posición del PP sobre los indultos ante el miedo de Feijóo al “todo se sabrá” de Carles Puigdemont.
El lío del PP con la amnistía y los indultos ha tenido dos efectos. El primero, mover a una parte del voto de la derecha hacia Vox, que creció con ese impulso. El segundo: obligar al PP a cambiar otra vez de estrategia para tapar ese boquete. Por eso el PP ha llevado a Isabel Díaz Ayuso a Galicia en la recta final de la campaña: su mejor portavoz para captar el voto más ultra. ¿El problema? El mismo que el Feijóo del pasado quería evitar a toda costa: que los discursos de Ayuso también sirven para movilizar a la izquierda. Especialmente cuando la presidenta madrileña demuestra otra vez su ignorancia, al llamar “Bahía” a la Ría de Vigo. O al elogiar los polémicos eucaliptos: una especie no autóctona, muy rentable a corto plazo, pero que está detrás de buena parte del problema de los incendios.
Hay otro factor muy relevante. En frente, el PP tiene esta vez a una candidata fuerte y muy bien valorada: Ana Pontón, del BNG, que se ha convertido en estas elecciones en la clara alternativa, comiéndose una parte del voto del PSOE y dejando al resto de las candidaturas de izquierda –Sumar y Podemos– en las raspas.
Otra de las claves de la noche del domingo es cuántos votos se dejará cada bloque por las listas que no consigan ningún escaño. Si se perderán más votos por la derecha o por la izquierda.
Y a favor de la permanencia del PP juegan esta vez tres factores.
El primero, la Democracia Ourensana del estrambótico Jácome. Que es posible que logre un diputado que pueda ser la tabla de salvación del PP, si la mayoría absoluta depende de solo un escaño.
El segundo, el voto extranjero. Galicia es la autonomía con mayor voto exterior: medio millón de personas descendientes de emigrantes, que tienen la nacionalidad española y que pueden ser determinantes para decidir quién gobierna en una Galicia que, la mayoría de ellos, jamás ha pisado. En algunas provincias, como Ourense, son tres de cada diez votantes. Y en las últimas elecciones, el PP ha arrasado en este colectivo.
El tercero, la propia ley electoral gallega, que está hecha a la medida de la derecha. Las provincias menos pobladas y conservadoras –Ourense y Lugo– están sobrerrepresentadas frente a Pontevedra y A Coruña. El PP defiende la “igualdad” de todos los españoles –o eso dicen–. Pero todos los gallegos no son iguales en las urnas.
La ley electoral y el voto emigrante pueden provocar este domingo una anomalía democrática: que la derecha logre mantener su mayoría absoluta en la Xunta sumando en Galicia menos votos que la izquierda.
En 2009, Feijóo logró la presidencia de la Xunta por la mínima: un escaño a favor, y solo 1.582 votos respecto a la izquierda.
En 2005 –la última vez en 30 años en que el PP no gobernó la autonomía– la izquierda ganó a Fraga las elecciones con un margen de 126.000 votos. Pero solo un escaño a favor. De hecho, hubo que esperar al recuento del voto emigrante –un par de días más– para confirmar que Fraga caía.
A la izquierda no le vale con ganar. Tiene que hacerlo por un margen amplio de votos, como consiguió en 2005. Por eso el PP entraba en estas elecciones con la seguridad de verlas ganadas. Había un margen extra. Parecía imposible la derrota.
Hoy ya no lo tienen tan claro. Las últimas encuestas publicadas el lunes ya daban una foto muy ajustada y la tendencia, desde entonces, ha sido al alza para la izquierda. El PP sigue siendo el favorito: tiene una ventaja de partida. Pero si la participación supera el 65%, estoy convencido de que la izquierda logrará más votos que la derecha este domingo. Otra cosa es que sea una ventaja suficiente para gobernar, que eso requiere para la izquierda una mayoría holgada.
Aún así, puede haber cambio en Galicia. Y la expectativa de esa posibilidad, que no está garantizada, pero que hoy está a la vista de toda la izquierda gallega, es la peor noticia para el PP de esta semana. La fe en la victoria no garantiza el triunfo. Pero sin ella, ganar es simplemente imposible.
Lo dejo aquí por hoy. Espero que tengas un buen fin de semana.
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Un abrazo,
Ignacio Escolar
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