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Февраль
2024

Subhumano pero feliz

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Qué desconcertante novela ha escrito Rowena Bali… y qué perturbadora. El hijo del monitor (Nitro/ Press) tiene la consistencia volátil del delirio y el propósito temerario de exacerbar la realidad —nuestra realidad— hasta poner al descubierto aquellas zonas donde la noción de humanidad, al menos en su versión más optimista, se ve constantemente amenazada.Ya el solo trazo de los protagonistas mueve al extrañamiento. Ella —la narradora— vive para estudiar la conducta de un hombre “tan pequeño que no puede apelar a la fuerza de voluntad”. Escucha, sirve de consuelo y anota sus observaciones en una libreta. Él —ese hombre “pequeño”— es un burócrata eficiente, obsesionado con el sexo, que ha perdido a su mujer tras un salto fallido desde el trampolín y ahora debe cargar con su hijastro, un bebé al cuidado exclusivo de una nana y un televisor. No estamos, sin embargo, frente al consabido intercambio de confesiones y llamados a la cordura entre un paciente y su terapeuta. Estamos, no tardamos en presentirlo, frente a una suerte de existencia virtual. Así que no tardamos en preguntar: ¿y si ese burócrata —y las monstruosidades que cuenta— y esa nana y ese niño no son otra cosa que figuraciones de la narradora?Llegados a este punto, solo queda rendirse a los poderes de sugestión de Rowena Bali. Proyecta un tono narrativo que suena al martilleo autosuficiente del narcisista, siempre vivaz, detrás del cual fluye la pesada corriente de la fragilidad y la soledad. A pesar de que consigna algunos hechos con inexplicable rapidez, tenemos la desafiante sensación de lo desatado de su imaginación, de lo extremo de sus obsesiones, de lo sórdido de sus intuiciones psicológicas. ¿O qué, sino sordidez, rezuman los ambientes nocturnos donde el “hombre pequeño” caza a sus presas sexuales para después exhibirlas como trofeos disecados? El hijo del monitor se entretiene delicadamente con todo esto para demorar la aparición de la que parece su creatura más refinada por la brutal precariedad, e indigna simpleza, de su condición: ese niño que solo responde al sabor de la leche y a los estímulos que dispara la televisión, ese niño-producto acabado de una era que se encoge de hombros frente al avance victorioso de la estupidez.AQ