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Февраль
2024

Ilan Pappé, historiador israelí: “La única esperanza es cambiar el término “paz” por decolonización y crear un Estado único en Palestina”

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“Palestina no ha desaparecido”, escribía en 1998 el intelectual palestino Edward Said en un ensayo para el diario francés Le Monde diplomatique. Se cumplían 50 años de la creación del Estado de Israel y Said acababa de hacer dos viajes a Jerusalén y Cisjordania. “Palestina y los palestinos siguen existiendo, a pesar los esfuerzos de Israel, desde sus orígenes, tanto por desembarazarse de ellos como por marginarlos hasta hacerles políticamente insignificantes”, denunciaba.

25 años después de ese viaje, la realidad de los palestinos es aún más compleja de lo que describía Said. Sumado a las difíciles condiciones de vida en la Franja de Gaza y Cisjordania —que incluyen limitaciones de movimiento, asentamientos ilegales de colonos israelíes en territorios palestinos y casi nulo acceso a elementos básicos como agua potable—, este año se registró un aumento significativo de los enfrentamientos y las tensiones en Jerusalén y otras ciudades. Hasta antes del 7 de octubre, día del ataque del grupo islamista Hamás en territorio israelí—el que resultó con cerca de 1.200 personas asesinadas y 250 rehenes, muchos de los cuales aún no han sido liberados o rescatados—, en 2023 habían muerto 227 palestinos, el número más alto del último tiempo, al que hay que sumarle ahora las más de veinte mil víctimas que ha dejado la ofensiva de Israel. Según Human Rights Watch, la represión israelí contra los palestinos se duplicó el último año, profundizando en prácticas de persecución y apartheid, consideradas crímenes contra la humanidad.

En su ensayo, Said manifestaba su preocupación por el estado de la vida en Palestina, pero también su sorpresa ante el apoyo que veía hacia sus compatriotas entre algunos sectores israelíes. Menciona, en especial, una larga conversación que mantuvo con un académico, que le dejó una grata sensación. Se trataba de Ilan Pappé (Haifa, 1954), profesor de la Universidad de Haifa, a quien Said presentó como uno de los “nuevos historiadores israelíes”, cuyo trabajo había desafiado la ortodoxia sionista sobre la expulsión de cientos de miles de palestinos en 1948, tras la creación del Estado de Israel.

Hoy, Pappé no solo ha confirmado su estatus como una de las voces fundamentales a la hora de hablar sobre el conflicto palestino-israelí, sino que ha planteado nuevos enfoques para estudiar el tema. Académico de la Universidad de Exeter (Reino Unido) desde 2007, cuando debió abandonar Israel luego de haber sido condenado por el parlamento de ese país y haber recibido varias amenazas de muerte, es actualmente director del Centro Europeo de Estudios Palestinos y autor de decenas de artículos y libros, entre los que destacan Los diez mitos de Israel (2019), La cárcel más grande de la tierra (2018), Conversaciones sobre Palestina (2016), junto al filósofo y lingüista Noam Chomsky, y La limpieza étnica de Palestina (2014), entre otros.

En la prensa, el ataque de Hamás del 7 de octubre ha sido presentado como algo inesperado, como si la región hubiese alcanzado la paz y el ataque la hubiese interrumpido. ¿Por qué se prescinde del contexto histórico al hablar del conflicto palestino-israelí?

— Dado que existe un problema inherente con la reivindicación sionista sobre Palestina y la forma en que se creó el Estado de Israel —a través de la limpieza étnica de los palestinos—, es más fácil calificar la lucha de los palestinos como violencia por ejercer violencia, o como algo intrínseco de quienes son estas personas, pero no [relacionarla] con lo que les ha infligido. Si se pone la violencia en un contexto histórico, incluyendo los hechos del 7 de octubre, hay que admitir que es una reacción a lo que se le ha hecho a Palestina. Y reconocer esto es algo que Israel teme, ya que explica incluso las acciones palestinas más duras y le da un respaldo moral a la lucha palestina.

Después del ataque, se publicaron varias declaraciones alrededor del mundo en apoyo a la causa palestina. La mayoría evitó condenar el ataque, lo que causó indignación en la comunidad judía. ¿Hasta qué punto son válidas acciones violentas como estas? ¿Significa el apoyo a la causa palestina un apoyo directo a la violencia?

— Creo que, en primer lugar, se tardó un par de días en saber qué ocurrió durante la madrugada del 7 de octubre y todavía no hay completa claridad. Pero parece ser que Hamás cometió atrocidades y crímenes de guerra, esperemos que en algún tiempo pueda haber una investigación independiente para corroborar estas acusaciones. Si es el caso, estas acciones deben ser condenadas enérgicamente. Sin embargo, estos hechos son un síntoma, no la causa de la violencia. La causa son los 75 años de colonización, 56 años de ocupación y 17 años de asedio. Ha habido atrocidades cometidas por movimientos de liberación, pero nunca invalidaron las causas justas en que participaban.

El primer ministro Benjamín Netanyahu dijo que, una vez terminada la guerra, su país debería estar a cargo de la seguridad y las fronteras de Gaza. Sin embargo, advirtió que esto no significa hacerse cargo del gobierno de la Franja. ¿Cómo se espera que los palestinos construyan un Estado cuando se encuentran sujetos a control ajeno?

—Netanyahu y su gobierno se oponen fuertemente a la idea de un Estado palestino, por lo que cualquier acción que tomen en Gaza no llevará a ese camino. Lo que tienen en mente, en el mejor de los casos, es una nueva zona A o B, como la que permitieron en Cisjordania bajo la Autoridad Nacional Palestina, o un ghetto gestionado por la comunidad internacional.

Antes del ataque de Hamás, el gobierno de Netanyahu se encontraba en una situación muy delicada, enfrentándose a críticas que parecían ofrecer posibilidades de cambios en la política israelí. ¿Cómo afectó el ataque de Hamás la posición de Netanyahu? ¿La situación actual podría traer cambios políticos?

—Es muy difícil saberlo. Las diferencias fundamentales entre la sociedad judía liberal laica y la sociedad de colonos religiosos no desaparecerán con la guerra. Volverán y la lucha dentro de la sociedad judía se reanudará después que termine el conflicto armado. Pero yo había pronosticado, incluso antes de la guerra, que las fuerzas laicas liberales no podrán ganar la batalla por la naturaleza del Estado de Israel.

 

Colonizadores y colonizados

El 13 de septiembre de 2023 se cumplieron 30 años de una de las imágenes más significativas que ha dejado la historia del conflicto entre Palestina e Israel. La foto parecía imposible: Isaac Rabin, presidente de Israel, dándole la mano a Yasser Arafat, líder histórico de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), bajo la satisfecha mirada del presidente estadounidense Bill Clinton. Los Acuerdos de Oslo —como se denominaron las disposiciones— fueron el fruto de un proceso comenzado en 1991, en la Conferencia de Paz en Madrid, basado en las resoluciones 242 y 338 de la ONU y en el derecho a la autodeterminación de los palestinos. La firma de los acuerdos marcó un hito histórico: la OLP reconocía por primera vez al Estado de Israel, el que a su vez la reconocía como representante del pueblo palestino. Se creó la Autoridad Nacional Palestina como organismo para gobernar Cisjordania y la Franja de Gaza, y se acordó un plan de cinco años de un proceso de paz para alcanzar un acuerdo definitivo. Sin embargo, este nunca llegó.

Pappé, como también Edward Said en su momento, ha sido especialmente crítico de la idea de los procesos de paz como solución del conflicto palestino-israelí. En su libro On Palestine (Penguin, 2014), un segundo tomo de conversaciones junto a Noam Chomsky, argumenta que el término “proceso de paz” asume una igualdad inexistente entre las partes, dividiendo la culpa entre ambas y haciéndolas igualmente responsables por el conflicto. “El flagrante desequilibrio de poder debería haber desacreditado esta solución hace mucho tiempo como un enfoque realista para la paz. Se basaba en el deseo de apaciguar a Israel sin irritarlo demasiado. El resultado final era que los palestinos iban a recibir lo que Israel estuviera dispuesto a darles”, escribió.

Los Acuerdos de Oslo fueron considerados como una victoria de la diplomacia internacional, pero fallaron en alcanzar sus metas. ¿Existe hoy alguna esperanza para una solución diplomática? ¿Deberíamos seguir intentando crear procesos de paz?

—La única esperanza que queda es reemplazar la “paz” por descolonización, lo que implica el establecimiento de un Estado democrático sobre todo el territorio de la Palestina histórica, el cual va a recibir a todos los refugiados palestinos. Esto se trata menos sobre la paz y más sobre una reconciliación entre una sociedad colonizadora y un pueblo colonizado. Es un proceso doloroso para todos, pero el único que vale la pena perseguir si queremos evitar un próximo ciclo de derramamiento de sangre.

Hace décadas que defiendes la solución de un solo Estado para palestinos e israelíes. ¿Sigues creyendo que es viable?

—No es una cuestión de viabilidad. Existen solo dos opciones: una coexistencia entre judíos y palestinos en un solo Estado democrático, o una situación de Destrucción Mutua Asegurada (DMA) [N. de la E: doctrina según la cual dos bandos tienen igual poder de armamento y un ataque implicaría la destrucción de ambos]. En un futuro inmediato, será difícil empujar esta idea, o cualquier idea de una posible solución, incluyendo la propuesta de los dos Estados. Pero en un tiempo más, la realidad obligará a la gente a darse cuenta de que una “solución” tiene que poner fin a la colonización, a la opresión, a la limpieza étnica y al genocidio.

¿Por qué un único Estado sería la mejor vía para terminar con la colonización y opresión? ¿No existe un riesgo de que los palestinos terminen como ciudadanos de segunda clase?

—Los palestinos serían una clara mayoría en un Estado unificado, y sin la barrera de la ideología racista sionista y sus instituciones se presentarían como tales en todos los ámbitos de la vida. Así que no hay posibilidades para el escenario que mencionas, que es, además, lo que usualmente plantean los sionistas liberales que se oponen a la solución de un Estado único, como, por ejemplo, el fallecido [escritor, activista y exdiputado israelí] Uri Avnery.

La idea del colonialismo ha sido muy criticada. Por ejemplo, el autor e historiador británico Simon Sebag escribió en The Atlantic que la narrativa decolonizadora era un “mix tóxico y un sinsentido histórico”, que deshumanizaba a los israelíes y no reconocía el anti-judaísmo. ¿Qué diferencia implica considerar el conflicto como un tema colonial? ¿Significa reconsiderar también la historia judía?

—Bueno, Sebag es bastante ignorante en la diferencia entre el colonialismo de poblamiento y el colonialismo como tal [N. de la E: en el primero, los colonos buscan expulsar o eliminar a la población indígena y apropiarse de sus tierras, mientras en el segundo, el objetivo es que la población local trabaje para ellos]; tampoco es consciente de que el colonialismo está detrás de la actitud británica hacia los inmigrantes y refugiados. El proyecto colonial de poblamiento está aún activo en la Palestina histórica, por lo que tiene mucho sentido desafiarlo a través de la lucha anticolonial. Lo que es tóxico y sin sentido es describir el conflicto en Palestina en términos religiosos o nacionales, como lo hace Sebag. [La narrativa colonialista] no deshumaniza a los israelíes, rehumaniza a los palestinos, y no tiene nada que ver con el anti-judaísmo. Es más, es antirracista, incluyendo el racismo contra los judíos.

“Palestina se está convirtiendo lentamente en un asunto global”, escribió Frank Barat en el prólogo de tu libro On Palestine. Lo hemos visto en las reacciones internacionales y a las manifestaciones por un cese al fuego. Sin embargo, a pesar de la presión, los esfuerzos parecen ser inútiles. ¿Qué falta en la internacionalización de la causa palestina para que sea efectiva?

—Lo que falta es la capacidad de traducir el enorme movimiento de solidaridad global en políticas a un nivel superior. Hay dos razones de por qué es difícil. La primera es que aún existe un lobby muy poderoso que impide que los gobiernos cambien sus políticas sobre el tema, un lobby que ha estado activo durante los últimos cien años. Y la segunda razón es que la falta de unidad en el lado palestino hace que sea difícil saber a quién apoyar como la posición oficial.

Siempre has destacado la importancia del lenguaje utilizado para describir el conflicto palestino-israelí. Por ejemplo, a través del término “apartheid” o “genocidio”, que ha sido usado mucho estos días para referirse a la situación en la Franja de Gaza. ¿Cómo ha moldeado el lenguaje este conflicto y cómo puede influir en sus resultados?

—Yo ya había usado el término “genocidio incremental” en 2014, por si acaso, para referirme a las políticas israelíes sobre Gaza [N. de la E: un genocidio incremental no es un episodio único, sino un proceso acumulativo y gradual]. El lenguaje es importante porque es la herramienta principal que tenemos para proveer narrativas sobre qué pasó en el pasado y en el presente. Las narrativas pueden convencer a la gente de justificaciones, por ejemplo, de las acciones más terribles o las más nobles. Es por esto que deberíamos insistir en la precisión del lenguaje. Muchas veces, como dice el dicho, “la pluma es más poderosa que la espada”, y hay mucha verdad en ello.

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