¡No se tú, pero yo... quedé ronca y feliz!
Este elegante caballero en su icónico traje negro llegó puntual a nuestra cita de anoche. Una vez más me conquistó. Desde clásicos de Romances, pasando por Isabel -que hace tanto no escuchaba- y un par de canciones en inglés: todo lo que presentó me llenó de nostalgia. Fue una velada encantadora, una propuesta que incluyó lo más icónico de su carrera musical, con una magia que solo el Sol de México puede crear.
Incondicional fue, sin duda, el público que llenó el estadio anoche. El sonido estuvo muy bien, con músicos impecables. Uno de los momentos más emotivos fue el gesto de tomar el dron y cantar en modo selfie con el público al fondo. Aunque es evidente que todo es parte del show, en ese momento nos pareció algo muy espontáneo y encantador, sobre todo porque suele ser limitada la interacción que Luis Miguel tiene con el público. Anoche no saludó ni se despidió, pero todo se le perdona.
La llegada de los mariachis, con su alegría contagiosa, fue otro de los puntos altos del concierto. Esta parte del espectáculo culminó con una exhibición de luces en verde, rojo y blanco, creando un despliegue de nacionalismo mexicano que sinceramente me parece digno de imitar.
“No culpes a la noche, no culpes a la playa, no culpes a la lluvia... ¿Será que no me cantas?” Sí, lo amo, pero, aunque me considero una fiel seguidora, no puedo dejar de reconocer que su voz ya no resuena con la misma intensidad. Mi amiga Gaby me dijo algo que sigue dando vueltas en mi cabeza: ‘Recuerdo un concierto en el Palacio de los Deportes, donde literalmente silenciaba a la audiencia’.
Es cierto, con menos años y más ego, este personaje solo cantaba si nadie más lo hacía. Pero todo cambia; en la actualidad, parece no importarle que el estadio se desborde como un solo coro, canción tras canción. Por el contrario, nos animaba a completar los versos. A sus 53 años, ha recorrido un largo camino, e insisto, todo se le perdona al Sol. Esperamos verlo, escucharlo y ser su más fiel coro una y otra vez.