Fátima Djarra: “He perdonado a las mujeres de mi familia por mi mutilación genital: ellas también son víctimas”
Fátima Djarra De Almeida Sani (Guinea-Bisáu, 1968) siempre supo que lo que le habían hecho a ella y a otras niñas de su pueblo no estaba bien: “He visto cómo algunas morían después de que se les realizase la mutilación genital. Ellos creen que es una decisión de dios”. Su etnia, la Mandinga, es una de las que continúan realizando esta práctica en Guinea Bissau a pesar de que el Gobierno lo prohibió en 2011 y se castiga con pena de cárcel.
“Es un rito de iniciación ancestral y quienes lo siguen creen que es algo bueno, que purifica a la mujer”, explica la activista. Cuando fue mutilada, apenas tenía cuatro años. Acudieron todos sus familiares a casa de su abuela, comieron juntos y les hicieron regalos a ella y a su hermana de ocho años. Pero aquel día terminó siendo el más traumático de su vida cuando a ambas las forzaron a entrar en un baño donde parte de sus genitales fueron extirpados por una mujer a la que llaman “gamani” o “fanateca”.
“Mi madre no estaba de acuerdo porque ella sabía que era peligroso, pero en África el hombre es el que manda”, cuenta en una entrevista con elDiario.es. Djarra abandonó Guinea tras morir su marido y vive en España desde hace más de 15 años. A su tierra natal ha vuelto en varias ocasiones, una de ellas para evitar que su sobrina pequeña pasara por lo mismo: “No guardo rencor. He perdonado a las mujeres de mi familia porque ellas también son víctimas de esta violencia. Son víctimas del patriarcado y la mutilación es una consecuencia extrema de él”. Ese mismo viaje lo repitió años después para decirles a todas ellas que iba a escribir un libro contando su historia.
En 2015, tras varios años trabajando como integradora social y mediadora intercultural en Médicos del Mundo de Navarra, salió a la luz Indomable. De la mutilación a la vida (Ediciones Península): “No fue una decisión fácil porque es un tema que abarca mucho a mi familia, a mis antiguos vecinos, a gente querida, y sabía que les iba a afectar. Les afecta cada vez que levanto la voz, pero eso nunca me ha impedido seguir con mi lucha”. Habló por primera vez con ellos de la mutilación y les confesó que se había convertido en activista. “Algunos me dijeron ‘ya eres adulta, haz lo que quieras’, pero evidentemente no gustó a todos ni en Guinea, ni aquí, en España. Todavía hay gente que me sigue llamando, que me insulta por redes sociales. No entienden que una mujer africana de mi edad hable de estos temas”.
Naciones Unidas estima que al menos 200 millones de niñas y mujeres han sido sometidas a la ablación genital en el mundo. Aunque hay estudios que demuestran que en las últimas tres décadas se ha reducido su práctica, también alertan de las dificultades para medir su verdadero impacto y la UNFPA advierte de que más de cuatro millones de menores corren el riesgo de sufrirla. Como herramienta de concienciación, desde 2012 todos los 6 de febrero se conmemora el Día Mundial de la tolerancia cero contra la mutilación genital, que este año lleva por lema #HerVoiceMatters (#SuVozImporta).
UNICEF considera la ablación como una práctica tradicional perjudicial y una violación de los derechos humanos. La describe como “todo procedimiento que involucra la amputación parcial o total de los órganos genitales externos de las mujeres o cualquier daño a los mismos sin que exista motivo médico”. En la actualidad, la OMS establece cuatro tipo de procedimientos (clitoridectomía, escisión, infibulación y “otras acciones lesivas”) en función de la gravedad de la mutilación.
En España, según un estudio elaborado en 2020 por la Fundación Wassu UAB, más de 3.600 menores de 14 años se encuentran en riesgo de sufrirla, mientras que otra investigación calcula que serían más de 6.000. El periodo de mayor peligro para estas niñas es el estival, cuando suelen viajar a sus países de origen o los de sus padres. “Más de la mitad de los españoles, yo te diría que más de un 80%, creen que esto es algo ajeno a ellos. Entienden que es algo que afecta a la mujer en otra parte del mundo, pero aquí nacen niñas que están también en peligro”, añade Djarra.
El pasado agosto tres menores residentes en Lleida fueron rescatadas por los Mossos d’Esquadra ante el riesgo inminente de que se les trasladara al Sahel para ser mutiladas y casadas forzosamente. Desde 2003, el Código Penal recoge esta práctica como un delito y, desde 2005, se persigue incluso cuando se ha realizado en el extranjero. Con la nueva ley de libertad sexual, además, se establece una definición y se reconoce como una forma más de violencia machista. “En cuanto a leyes y protocolos, España se lo ha trabajado y se ha puesto en marcha, aunque todavía tenemos por delante el reto de formar mejor a los profesionales, aquí y en los países de mayor prevalencia”, comenta la activista haciendo mención a las facultades de medicina y, en especial, a los psicólogos. “En algunas comunidades ya hay protocolos de prevención y formaciones para detectar situaciones de riesgo, saber cómo actuar…”.
En su libro, Fátima Djarra describe su primera experiencia sexual como “espeluznante”, a pesar de ser consentida. La ablación pasa factura a las mujeres que la sufren toda la vida. Durante las primeras horas y días, corren el riesgo de morir desangradas y, en el medio y largo plazo, se exponen a anemias, infecciones de transmisión sexual, dolor crónico, infertilidad, complicaciones en el parto… “Haber sido mutilada significa sufrir problemas físicos y psicológicos toda la vida. En las zonas rurales cuesta mucho explicar esto. Las mujeres no entienden que el origen del pánico que sufren, del miedo a cualquier cosa… todo tiene que ver con haber vivido esta experiencia, pero su educación les ha enseñado que tienen que aguantar, sufrir y ser valientes. Las mujeres no hablan entre ellas del daño y el dolor que sienten”, comenta.
“En mis encuentros con mujeres africanas les hablo de estas consecuencias en la salud, hablamos de educación sexual, de los matrimonios forzosos, la poligamia… Ahí es cuando empiezan a hacerse preguntas, se llevan las manos a la cabeza y entienden que la mutilación no tiene ningún beneficio real. Lo veo cada día en mi trabajo con Médicos del Mundo. La información hace reaccionar”, añade la mediadora. “Hace falta más trabajo didáctico. Sensibilizar y que la gente sea consciente del daño que hace esta práctica en las mujeres. Podemos tener leyes por todo el mundo, pero si no educamos nada cambiará”.
El trabajo de Djarra como activista contra la mutilación genital y a favor de los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres ha sido galardonado por los Premios Desalambre 2024, que se van a celebrar el próximo 8 de febrero en el CaixaForum de Madrid. El jurado de esta V edición ha querido destacar su trabajo incansable, muchas veces en la sombra, por los derechos de las niñas y mujeres migrantes en España. También ha reconocido la importancia de la labor de los mediadores interculturales profesionales para proteger los derechos psicosociales de las personas extranjeras y fomentar su inclusión.
La activista puede comprender el aislamiento y señalamiento al que se expone una mujer que decide apartarse de esta tradición en un pueblo del África rural “donde la familia lo es todo”. Asegura que la ablación se sigue practicando especialmente en las áreas más alejadas de las grandes ciudades, donde el control de las autoridades es menor. En estas zonas el acceso a la educación para las niñas también suele estar muy limitado, por eso en 2014 fundó junto con otras seis socias la ONG Dunia Musso.
“El trabajo que realizamos en Guinea es muy bonito y positivo. Les ayudamos a conocer sus derechos sexuales y reproductivos, les hablamos sobre cómo detectar violaciones y cómo actuar ante ellas. Luchamos contra otras tradiciones arraigadas como la poligamia y los matrimonios forzosos, y ellas saben que pueden venir a pedir ayuda si lo necesitan”, continúa Djarra. El proyecto Club das Badjundasinhas ofrece clases a una veintena de niñas y adolescentes, que también acuden los fines de semana a talleres y charlas. Las más mayores actúan como “agentes del cambio” y trabajan barrio por barrio enseñando sobre salud sexual y derechos de las mujeres.
“No es una tarea fácil porque en la persistencia de esta tradición influye el sistema patriarcal, que está muy arraigado en todas las sociedad, además de la cultura y la religión, aunque no tenga que ver. La escolarización hace que las niñas y los niños se rebelen contra estas tradiciones. Se dan cuenta de que son un tipo de desigualdad que trae consigo violencia y puede causar la muerte. Eso lo estamos viendo gracias al proyecto”, comenta Djarra.
La ONG realizó en 2023 un estudio en Gabu, un pequeño territorio al este de Guinea Bissau. Los datos recabados apuntaron que un 98% de las mujeres que viven allí han sufrido mutilación genital y matrimonios forzosos. En 2022 la ONG ganó un premio de ANESVAD con el que han podido adquirir un terreno en el que quieren construir una “Casa de las Mujeres”, para acoger a las mujeres y niñas que huyen de la violencia sexual, la mutilación genital y los matrimonios forzosos.
“Las mujeres africanas tenemos que liderar la lucha contra la mutilación genital porque, si no lo hacemos nosotras, nadie más lo hará”. Esta es una de las frases que más repite Djarra como activista. Se alegra de haber visto cómo, año tras año, cada vez hay más africanas y afrodescendientes que exigen el fin de esta práctica y se convierten en referentes para otras muchas: “Han cambiado mucho las cosas desde que, en los noventa, la primera mujer africana hablara sobre esto en la ONU. Está creciendo el número de activistas contra la ablación, en el mundo y en España, algunas son hasta adolescentes que han nacido aquí”.