'Amos del aire': así era la tripulación de los colosales superbombarderos B-17
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'Los amos del aire', con sus bondades y errores –porque sí, tiene de ambos–, ha revolucionado Apple TV+ y ha vuelto a poner el foco sobre la Segunda Guerra Mundial. Una de sus claves es que centra el metraje en las tripulaciones de los superbombarderos B-17, las llamadas Fortalezas Volantes ; chavales de entre veinte y treinta años que combatían a 9.000 metros de altura con la convicción en el corazón de que la muerte se hallaba solo a una bala de distancia. Pese a su juventud, cada uno contaba con una función específica dentro de aquel delicado mundo de metal y tornillos. Lo peor es que no todo era dejar caer explosivos sobre el enemigo; si fallaban, los aeroplanos podían acabar estrellados contra el suelo. Comandante El comandante (1) era el puntal entorno al que giraba toda la tripulación de la aeronave. Su tarea básica era la de pilotar el bombardero, pero también era el responsable de todo lo que estuviera relacionado con él. Daba las órdenes al grupo, hacía de intermediario con el mando superior y, lo más importante, era el encargado de consolidar la moral. «En el aeroplano se formaba una personalidad colectiva o 'ego grupal' y, si esta era lo bastante fuerte, todos los tripulantes se sentían apoyados y protegidos en el aspecto emocional. Cuando era débil, la incidencia de síntomas neuróticos se disparaba», explica Donald L. Miller en ' Los amos del aire ', el libro, editado en español por Desperta Ferro, en el que se basa la serie homónima. Noticia Relacionada reportaje Si La pesadilla de combatir en un superbombardero de la IIGM: «La orina se congelaba allí arriba» Manuel P. Villatoro 'Los amos del aire' recupera el día a día de los jóvenes aviadores que combatieron en la Segunda Guerra Mundial El manual de entrenamiento de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF) era cristalino en lo que respecta a las labores del comandante. En sus palabras, dirigía «un ejército en miniatura, un ejército especializado», que se componía de diez hombres. Y, como tal, debía motivarles, entrenarles, impartir la disciplina y preocuparse de que descansaran y se alimentaran de forma adecuada. Miller es de la misma opinión: «El piloto era la balsa a la cual el resto de la dotación 'se aferraba en busca de apoyo y esperanza'». Su forma de reaccionar era clave. Se le perdonaba que tuviera miedo, y también que hablara de ello, pero jamás que se dejara llevar por él. Ya lo decía el psicólogo de la época, Lord Morgan: «La cobardía es algo que el hombre hace. Lo que se le pase por la cabeza es asunto suyo». Copiloto La mano derecha del comandante era el copiloto (2). Debía estar familiarizado con todas las funciones de su superior por si fuese necesario sustituirle en cualquier momento, cosa que sucedía en no pocas ocasiones al ser herido (o resultar muerto) su colega. Su labor no era solo de reserva, ya que la USAF insistía en sus manuales en que asumiesen responsabilidades en cada vuelo para formarles de forma adecuada. No en vano se trataba de futuros comandantes. Uno y otro iban sentados al lado, «como en el puente de un navío y encajados entre instrumentos», según explicó uno de los aviadores entrevistados por Miller. En la práctica, debían manejar más de 150 interruptores, diales, manivelas, palancas y manómetros. Cada una, capaz de provocar el desastre si se utilizaba mal. Todo ello, en un cubículo de metro y medio. Navegante Tan importante como las dos cabezas visibles de los B-17 era el navegante (3). Su misión era dirigir el vuelo desde el origen al destino, y de vuelta a casa. Era el GPS en una época en la que, es obvio, no existía dicha tecnología. Seguía el método de 'navegación por estima' o 'dead reckoning'; este consistía en intentar determinar la posición mediante referencias visuales, mapas, las estrellas… Y, por supuesto, mediante cálculos que se basaban en mediciones de los instrumentos y en referencias del vuelo. A su vez, era el responsable de una ametralladora defensiva que debía saber usar a la perfección. En palabras de Miller, «se situaba en el lado de babor, tras un escritorio semejante a una estantería que contenía sus cartas e instrumentos». En las primeras versiones de los bombarderos B-17 , el compartimento de vuelto del navegante estaba iluminado por dos ventanas, una a cada lado del fuselaje; una cúpula astral superior y, en frente, el morro de plexiglás tintado de verde. «Todo ello me permitía determinar la situación de las estrellas con respecto a la tierra y calcular nuestra posición», explicó, tras la Segunda Guerra Mundial, el navegante Elmer Bendiner. Bombardero El bombardero (4) se sentaba en el morro del avión y era el encargado de que el ataque fuese preciso. Aunque solo tenía unos pocos segundos de gloria –el tiempo justo para lanzar los explosivos–, debía estudiar de forma previa el terreno sobre el que se iba a arrojar la carga y las condiciones climatológicas que se iban a suceder durante el viaje. Cuando llegaba el momento recibía el mando de la nave para que el bombardeo fuese eficaz. En ese momento, y como se afirmaba en el manual de la USAF, «su palabra es la ley hasta que diga 'bombas fuera'». Fotograma de la serie 'Los amos del aire' Apple TV+ Su arma principal era la mira Norden, un ingenio que le permitía que la carga cayese, como ellos mismos prometían, «sobre un tarro de pepinillos». Durante el trayecto, sin embargo, se encargaba de disparar la ametralladora ubicada en la torreta delantera. A su vez, debía estar familiarizado con la labor del navegante, al que sustituiría en caso extremo. Ingeniero El ingeniero (5) era el miembro de la tripulación que más conocimientos tenía sobre las partes internas del avión. Su labor era cerciorarse de que cada una de las piezas funcionaba a la perfección en vuelo; en especial las de los motores. Además, se encargaba de optimizar el consumo de combustible y debía estar familiarizado con las armas. Al fin y al cabo, su pericia a la hora de desmontarlas, limpiarlas y repararlas podía evitar que una parte del aparato quedase indefensa ante el enemigo en plena misión. También era el encargado de la ametralladora de la torreta superior. «Y, cuando no disparaba, permanecía detrás del piloto para vigilar por encima de su espalda los diales que monitorizaban el estado y funcionamiento de cuatro motores», añade Miller. Operador de radio El operador de radio (6) se encargaba de las comunicaciones. Además, debía realizar informes sobre la posición del avión cada 30 minutos y asistir al navegador en la toma de decisiones. Por si fuera poco, también era un artillero adicional y era el fotógrafo de la nave. De hecho, algunas de las imágenes más destacadas del Pacífico fueron tomadas por estos miembros de la tripulación. Curiosamente, en el manual de la USAF se hace hincapié en que, en ocasiones, su formación era deficitaria. Por ello, se aconsejaba al piloto asegurarse de sus conocimientos antes del combate. Artillero de cola Los artilleros eran la primera y la última defensa de las Fortalezas Volantes. Cada uno tenía una zona asignada de trabajo, clave para el devenir de la misión. Y es que, de su pericia y vista dependía que el bombardero resistiera los largos viajes hasta el corazón de Europa. El artillero de cola (7) era uno de los más sacrificados. Se ubicaba en la parte trasera del avión y apenas contaba con espacio para moverse. De hecho, se pasaba casi todo el viaje de rodillas, pues esa era la posición básica para poder disparar las dos ametrallados de calibre .50 a su mando. Es por ello que, para este trabajo, solían ser seleccionados los miembros de la tripulación con menor envergadura y estatura. El peligro siempre les rondaba, pues, al menos en principio, los cazas alemanes solían atacar a los B-17 por la retaguardia. Su última labor consistía en contar el número de aparatos derribados. Noticias Relacionadas estandar No ¿'Bluf' histórico? La experta que destruye las mil mentiras sobre Juana de Arco Manuel P. Villatoro estandar No Podcast | División Azul: la pesadilla de los soldados españoles en los campos de concentración de Stalin Manuel P. Villatoro Las historias que acompañan a estos soldados suelen estar relacionadas con el frío beso de la Parca. Miller recoge la pesadilla que vivió uno de ellos: «En cierta ocasión, una bala de cañón le arrancó las nalgas al artillero de cola de un B-17. Sus compañeros le vendaron la herida como pudieron». Seguía sangrando, por lo que le pusieron en las posaderas una caja de munición de 60 kilos. La presión detuvo la hemorragia, pero casi se congeló porque su traje calefactable estaba hecho girones. Poco pudo hacer más allá de aguardar la muerte a miles de metros de altura. «Eso es lo que duplica la tensión de tus nervios […] el entorno donde tus agallas han de digerir que el peligro es antinatural», desveló un oficial de la Fuerza Aérea. Artillero de bola El artillero de bola o artillero de torreta oval (8) combatía desde una pequeña esfera situada bajo el B-17. Su envergadura y su altura debían ser escasas, pues esta estructura metálica con una portilla de cristal era más que estrecha. Tras colocarse en posición fetal, operaba con un pie una radio que le permitía comunicarse con sus compañeros. Con el otro, manejaba la mira de sus dos ametralladoras del calibre .50. A su vez, disparaba las mismas mediante dos palancas con botones en los extremos. Era uno de los que más sufría las gélidas corrientes. Lo peor era el aterrizaje, pues, si el bombardero tenía problemas, podía morir aplastado por todo su peso. Artilleros de cintura Los dos 'artilleros laterales' o 'artilleros de cintura' (9 y 10) eran los encargado de proteger, con una ametralladora de calibre .50, los flancos de babor y de estribor de la Fortaleza Volante. Manejaban las armas de pie y tenían más capacidad de movimiento que el resto de la tripulación. Sin embargo, hasta la llegada de modelos avanzados, en los que las posiciones se situaron de forma escalonada, solían golpearse con su compañero cuando este se movía. A la altitud a la que volaba el B-17 era habitual que soportaran temperaturas verdaderamente gélidas ; hasta tal punto, que su orina se congelaba. Pero no todo era disparar y pasar frío; también debían saber identificar tanto a los aviones aliados como enemigos para informar de los aparatos que les atacaban y evitar el fuego amigo.