La caída de la Casa de Fugger
Nadie conoce hoy al hombre más rico del mundo, más que nada porque habría que desenterrarle. Y es que Jakob Fugger (1459-1525) dispondría de una fortuna de unos 400.000 millones de euros, según el ex periodista del Wall Street Journal Greg Steinmetz, autor de una biografía sobre el mercader y banquero. Llamado a la vida religiosa, Jakob se hizo con el negocio familiar desde que, en 1487, a cambio de un gran préstamo al archiduque Segismundo de Habsburgo, logró la concesión de las minas de plata del Tirol. Pero si por algo fueron conocidos los Fugger es por ser los banqueros del Imperio español. En 1519 Jakob financió la elección de Carlos V como emperador del Sacro Imperio Germánico. A cambio, Carlos V ofreció las rentas de las minas de plata de Guadalcanal, las de mercurio de Almadén y las rentas de los maestrazgos. También lotes del oro y la plata de las Indias. Nacía así la deuda externa a lo bestia. Los Fugger, con negocios en cuatro continentes, fundaron la primera multinacional del mundo, abarcando desde el sector financiero al comercial o el industrial.
El sucesor de Jakob fue su sobrino Antón, banquero tanto de Carlos V como de su hijo Felipe II. Sin embargo, el coste de mantener un Imperio donde no se ponía el Sol y las guerras europeas llevaron a la bancarrota de 1557. Felipe II suspendió pagos tras agotar la Hacienda castellana y renegoció la deuda. Con el hundimiento de la economía de la Corona, la familia cayó en quiebra.
A menudo se comete el error de asegurar que son las clases medias y las pequeñas y medianas empresas las que sufren el intervencionismo estatal y los efectos globales del socialismo, el sistema que insiste en exprimir a impuestos al pueblo para financiar políticas que solo generan más deuda. Por contra, las multinacionales se apañan como pueden gracias a su músculo y escapan de esta espiral empobrecedora. Pero no es así. Cuando la deuda pública asfixia a la mayoría de los Estados del mundo, nadie se salva y, como los Fugger, hasta los peces gordos comienzan a sufrir la voracidad del Estado. La diferencia es que hoy, en un mundo globalizado, las multinacionales pueden escapar a mercados más amables. Mientras, la bancarrota política la paga usted.