Valeria prefiere esperar su cita de CBP One que arriesgar a sus hijas en trenes | Historias del Éxodo
Las hijas de Valeria pasan el día en el camellón de 100 Metros jugando con un balón, un patín del diablo sin una rueda y cuidando que los demás migrantes no se roben las cosas de su campamento mientras que su mamá camina entre los autos extendiendo la mano para conseguir unos pesos en lo que dura la luz roja del semáforo.Esta familia de cinco venezolanos espera en un campamento improvisado mientras la aplicación CBP One, implementada en el gobierno del presidente Joe Biden, les da una cita para explicar porqué Estados Unidos debería aceptarlos como refugiados y tener una nueva oportunidad lejos de Venezuela.Historias del Éxodo es una serie de relatos de migrantes que pretende explicar por qué la gente abandona sus países, por qué ya no pueden regresar y por qué cada vez es más difícil encontrar el sueño americano.Son tres, dos niñas y un niño; la mayor, Valentina de 12 años cuida la tienda de campaña en la que descansan desde que llegaron a la Ciudad de México hace unas semanas; la de en medio, Sara de siete camina y a veces corre atrás de su mamá, y el menor; Arcángel descansa en los brazos de su madre, tiene poco más de un año.Valeria, que también vino con su esposo, dice que todos los migrantes conocen las rutas de trenes, cuándo pasan, a dónde van y en qué lugar tomarlos, pero que es mejor esperar la cita “así puedes viajar relajado sin ningún obstáculo ni nada”, asegura.“Prefiero sacar el permiso. Me da miedo exponer la vida de mis hijos. Me daría algo si se me cae en el tren una de las niñas o el bebé. Me daría algo”, explica Valeria.Su rostro es muy plano: un par de ojos redondos casi sin cejas, labios delgados, una frente amplia y una nariz pequeña que sale como una montaña en un valle.Sobre Valeria destaca un chongo de su cabello chino teñido de un castaño muy claro recogido sobre su cabeza; también pequeños dibujos que tiene tatuados en sus manos con las que carga a su bebé, Arcángel.Su piel ya morena se ve aún más oscura posiblemente por el sol de los últimos días pidiendo dinero en la avenida 100 Metros, cerca de la Central de Autobuses del Norte, y de varios kilómetros recorridos a pie desde las playas de Maracay, una pequeña ciudad a las afueras de Caracas que cuenta con un enorme lago en Venezuela, de donde es originaria.Valeria piensa que tuvo suerte de llegar a conocer "la buena época" de Venezuela, dice que eran ricos y no lo sabían, todavía con su primera hija escuchaba rumores de lo que se acercaba, con la segunda le tocaron las largas filas para conseguir alimentos y con su último niño la crisis que ha orillado a miles a salir del país.“Dure como desde el año pasado pensándolo, incluso me iba a venir embarazada del niño, pero me desmayé y el papá del niño me dijo que no, que no me fuera y eso hasta que bueno, esperé que él cumpliera el año y arranque”.Pese a que abundan noticias de traficantes que pasan a los migrantes por la selva del Darien, Valeria y su familia se guiaron por TikTok, dice que hay videos que muestran los tiempos y las rutas que uno debe seguir para atravesar este lugar."Cuando uno entra a la selva, hay bolsitas azules, bolsitas verdes y bolsitas rojas que muestran donde. Se tiene que seguir puro azul y la verde; la roja no, la roja es peligro" explica Valeria.Las bolsas rojas podrían ser tanto partes inestables por dónde transitar o hasta asentamientos de locales que, según medio internacionales, suelen robar, secuestrar, violar y hasta matar a los migrantes que transitan por el Darien."Yo escuché unos gritos y yo pensaba que era un animal un lobo, y el papá de mis hijos me decía caminen rápido.Eran personas que estaban secuestradas, eran niños, voces de todas las edades."Yo no vi muertos, los demás del grupo sí vieron cadáveres, había una muchacha joven con su bebé al lado, dicen que salió a orinar en la noche, y una serpiente la mordió y luego dándole pecho también le pegó el veneno", recuerda Valeria.Una vez en México el problema fue esconderse de los agentes de migración que más de una vez los subían en camionetas y los regresaban a estaciones migratorias como la de Iztapalapa y Tláhuac hasta que se encontraron en el campamento de la Central del Norte.Después de tanto viaje y de las crisis que tuvieron que aguantar en Venezuela, la vida en la Ciudad de México se ha vuelto una opción para Valeria; según sus cálculos, ella gana alrededor de 150 pesos al día más otros 400 que ha estado recibiendo su esposo por trabajar en una obra en la Gustavo A. Madero.Aunque tienen que pagar por cargar sus celulares con los que se reportan con su familia, por poder ir al baño o bañarse además de las comidas diarias, Valeria dice poder con esos gastos, sin contar las veces en que gente se acerca para ofrecerles comida o recursos al menos cuatro o cinco veces a la semana."Sí, si yo veo que no me sale la cita e intento irme y me sale difícil mejor me quedó aquí. Aquí está mejor que en Venezuela. Y no sé, quién quita que algún día las cosas mejoran allá y me pueda regresar".aag