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Январь
2024

El acero aprestad

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Hoy mi mujer me hizo caer en cuenta que soy el único de mi familia que queda en México. Muchos de mis amigos con los que estudié aquí se han ido. El otro día, una admiradora (es un decir) en X me dijo que si no me gustaba el gobierno, que le rumbara de regreso a mi país de origen. Después de mentadas de madre de mi parte y de elucubraciones difamatorias de ella, caí en cuenta que tal vez debería convencer a mi familia e irme. La violencia ya está llegando a niveles execrables en nuestro querido México, y hay poco que se pueda hacer al respecto.

Stephen Dubner, en uno de sus podcasts de Freakonomics Radio, describió, con algunos psicólogos y periodistas, algunos términos y conceptos de la psicología que probablemente estamos usando mal, simplemente porque esa es una ciencia que está en su infancia. Scott Lillienfeld, un profesor de psicología de la Universidad de Emory que participó en el programa, comentó que es posible que no sepamos ni el 10 por ciento de cómo funciona la mente humana. Por ejemplo, que no toda la gente que comete crímenes violentos tiene una enfermedad mental. Me puso a pensar. La existencia de milicias, armas y artes marciales indican que existen casos en donde la única salida racional de un conflicto implica dosis importantes de violencia. Verbal o física; ahí está X en el primer caso, y la secundaria o la edad media en el segundo.

Una de estas ideas sobre la psicología es el tema de la apatía social. En 1964, el caso de una mujer asesinada en Nueva York, a pesar de que hubo 38 testigos, dio luz al concepto de apatía social; creencia pseudocientífica de que a los seres humanos no nos importa que le pase algo malo a alguien más. Esta idea fue muy influyente: el ex subsecretario de la defensa de los Estados Unidos, Paul Wolfowitz, dijo que el asesinato de Kitty Genovese, en 1964, fue fundamental para él en su análisis de la intervención americana en Bosnia, 30 años después.

El paradigma de la apatía social ha cambiado. Una serie de experimentos más recientes, llamados la dama en apuros, indican que cuando hay mucha gente observando una situación que requiere intervención, es posible que la mayoría se queden paralizados, pero cuando es una sola persona la que está presenciando los hechos, es más probable que actúe.

Supongo que ese es nuestro problema alrededor de la violencia. Somos casi 130 millones de mexicanos observando decenas de asesinatos y actos de violencia todos los días. El desprecio por la vida humana no tiene límites. Hace una semana, manejando en el Periférico poblano, un cuarteto de manos tiró en un segundo una piedra grande, de unos 30 ó 40 kilos, enfrente de mi automóvil, a 80 km/h, con el fin de que tuviera un accidente. La libramos y llamamos a la policía. No tenemos idea si el caso se resolvió o no. Antier, una sobrina me comentó que tuvo un problema en tiempo y lugar cercanos. Obviamente la autoridad no hizo nada.

En su cuenta de X, Ernesto López Portillo, experto en el tema, dijo que en ningún lugar de México hay capacidades institucionales para enfrentar a los criminales. Le pregunté que qué hacemos. ¿Abandonar la plaza? No me respondió.

Si abandonamos, no podríamos decir que somos mexicanos, ¿o sí? La discusión sobre la militarización de las labores de seguridad pública me parece vacía. Mis amigos que la atacan dicen que los policías no pueden ser militares porque su letalidad y métodos son demasiado gandallas. Pero también es un hecho que el crimen ya se volvió demasiado gandalla como para que cualquier policía municipal, o un ciudadano solo, se anime a hacerles frente. ¿Apatía social? Miedo, más bien.

En una entrega anterior, mencioné que necesitamos libertades para tener armas de fuego. Mucha gente me escribió diciéndome que no quieren que cualquier idiota pueda tenerlas, cosa que no fue lo que yo escribí. Tiene que haber restricciones y filtros; pero no es razonable que nadie que no sea expolicía o exmilitar pueda portar. Armas menos letales como el gas lacrimógeno y los bastones de defensa de alto voltaje también están prohibidos. ¿Y si empiezan por liberarlas?

Otros países, como Israel y Colombia, han lidiado con niveles de violencia excesivos, a partir de una mayor participación de los civiles en el ejército, y una mayor participación del ejército en la formación de fuerzas de la ley municipales. ¿Y si aprendemos algo de ellos? Digo, antes de que Donald Trump, el próximo presidente de Estados Unidos, decida mandarnos a los Marines.