Desear la muerte para entregarse a la vida: los testimonios profundamente humanistas de los supervivientes reales de "La sociedad de la nieve"
Cuando el sonido liberador y martilleante de las hélices del helicóptero que les salvó la vida les trasladaba lejos del mismo enclave montañoso esparcido en mitad de la cordillera de los Andes que había intentado arrebatársela, la sensación fue de alivio. Pero paradójicamente también lo fue de pérdida, de desprendimiento, de nostalgia sobrevenida: «Cuando nos fuimos alejando con ese estado de alegría y de felicidad tensa, realmente a todos nos dio una tremenda nostalgia y tristeza por lo que estábamos dejando, por todo lo que habíamos vivido, por los amigos que se habían muerto y que quedaban ahí», lamenta uno de los supervivientes del traumático accidente sucedido el 13 de octubre de 1972 –y que suscitó una inusitada condena social inicial hacia la antropofagia (o canibalismo) justificada– en uno de los momentos tal vez más emocionantes del extraordinario documental «Náufragos de los Andes», con el que el realizador uruguayo Gonzalo Arijón perfilaba una cuidadosa recreación cronológica de lo sucedido en uno de los acontecimientos en términos de tragedias áreas más impactantes y sobrecogedores de todo el siglo XX, basándose en el relato testimonial de los supervivientes.
[[QUOTE:PULL|||"Estábamos dejando atrás un mundo en gestación"|||Adolfo Strauch]]
«Estábamos dejando atrás una especie de aprendizaje o de semilla de algo. Una sensación de dejar un mundo en gestación, una especie de nuevo entendimiento de las cosas que no habíamos empezado a decantar todavía. Nos dejó esa sensación de vacío cuando nos estábamos yendo», pronuncia sólido Adolfo «Fito» Strauch, otro de los protagonistas de esta inconmensurable historia, de este enorme acto de conciliación con el ser humano, de esta inexplicable proeza de lucha contra la muerte que todavía hoy, más de 50 años después de su irrupción en los titulares sensacionalistas de los setenta y en el imaginario colectivo de toda una generación, ha logrado reavivar la curiosidad y despertar nuevas conmociones de la mano de Juan Antonio Bayona y su «sociedad de la nieve».
El nacimiento de algo nuevo
Y es que una de las reflexiones más inminentes relacionadas con la trascendencia de lo extremo, el poder del conjunto o el nacimiento de lo nuevo a consecuencia de lo sucedido en las montañas después de que 16 personas sobrevivieran en condiciones climatológicas durísimas durante 72 días tras el choque producido en ese infierno que marcaba la línea fronteriza entre Chile y Argentina, invita a calibrar el alcance más primario de la convivencia horizontal y cómo esta, empujada por el instinto de supervivencia, puede devenir de manera esperanzadora en el surgimiento de una sociedad empática que se acompaña, se sostiene, se construye colaborativamente y se empeña en seguir latiendo. Una sociedad eminentemente buena. No hubo insolidaridad, no hubo codicia en los gestos, ni descontrol en las jerarquías de poder, ni ambiciones espontáneas.
Impacta escuchar, de la voz de aquellos que hicieron un pacto con la vida y lograron salir victoriosos de ese acuerdo sin cláusulas pero con la letra pequeña del trauma estampada en cada una de sus páginas, cómo ese instante en el que se produce la estrepitosa avalancha anunciada sonoramente como una «tropilla de caballos corriendo» –ocurrida apenas dos semanas después de que el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrellara en el epicentro del conocido (en una suerte de premonición dialéctica y macabra del destino) como Valle de las lágrimas con 45 personas a bordo–, que arrebató la vida de ocho de los integrantes que en ese momento se mantenían a salvo, la idea de morir no solo resultaba tentadora, sino urgente.
[[QUOTE:PULL|||"Mis pulmones parecía que iban a explotar. Mi corazón se aceleró"|||Antonio Vizintín]]
"Cuando me quise mover estaba rodeado de cemento. Eran toneladas de peso de nieve sobre nuestros cuerpos", aduce Eduardo Strauch antes de que Antonio Vizintín acompañe el relato: "Mis pulmones parecía que iban a explotar, mi corazón se aceleró. Pensé que aquello era una experiencia digna de ser vivida, algo que teníamos que pasar, un regalo. Entonces dejé de pelear frente a lo que estaba ocurriendo y me entregué a vivir la experiencia. Mi vida empezó a pasar ante mí desde ese momento hacia atrás. Llegué a un punto en el que me vi gateando en una alfombra con mi madre cerca que me iba agarrar", sostiene uno de los 16 supervivientes. "En pocos segundos me pasaron cientos de imágenes por la cabeza de cuando yo era chiquito, en color, toda la vida. Sentí una especie de alegría, de placer, de sensación de que iba hacia algo magnífico. Había un rayo de luz que me atraía, que me llevaba a algún centro brutalmente. Ahí me empecé a dejar ir. Sentí un tremendo placer", explica Strauch sobre la satisfacción que en ese momento de desesperación implicaba dejar de respirar.
Pero entonces, tal y como refleja la cinta de Bayona en un vibrante plano que progresivamente se va acercando a las manos emergiendo de la nieve, un impulso de vida decidió rebelarse. "En medio de esa paz impresionante que suponía en esos momentos morirse, veo desde arriba que Roy pisa donde yo tenía la mano derecha", cuenta Álvaro Mangino. "Empiezo a ver que salían manos por la nieve", narra otro. "Pego un salto yo, saco la cabeza y me acuerdo que veía toda la mitad del avión tapado de blanco y se sentían voces a lo lejos", completa. "Detrás noto cómo llega un túnel de aire, oigo voces y me entra oxígeno de golpe, y a través de un llanto, como los bebés, vuelvo a respirar". Tenían la oportunidad de salir de ahí, de embrutecerse y agarrarse, de resistir.
"Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedaron 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?", escribiría Nando Parrado en el papel lanzado con la ayuda de una piedra de río al arriero chileno Sergio Catalán Martínez con el que se toparon él y Roberto Canessa después de emprender una travesía de diez días en busca de ayuda. Cambió la trayectoria de la luz y la hostilidad de la tierra. Ganó la vida. Cuarenta y cuatro años después de aquella victoria, el documental de Arijón muestra un ejercicio de reconciliación con la montaña en el que se puede ver a algunos de los supervivientes peregrinando al lugar -ahora seco- de la catástrofe. "Teníamos 19 años. Nosotros nos fuimos y volvimos con los hijos que tienen la misma edad ahora. Creo que es el mejor regalo de nuestros amigos", pronuncia Canessa con temblor en la voz. "Gracias a que ellos murieron, nosotros pudimos salir de la montaña como le dije a un hijo mío a los ocho años: nos prestaron sus músculos para poder caminar", recuerda un emocionado Vizintín. Entonces, un agitado aliento salido de la garganta de las rocas mece las cabezas de los presentes proyectando mensajes del pasado. "La montaña nos recibió con el viento. Nos está hablando". Y en un anhelado deseo de reparación colectiva, parece decir que lo siente.