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Январь
2024

Un remero en la desapacible vida

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Estuve años remando con ímpetu en los mares y lagunas de mi juventud fortaleciendo los músculos de mi espíritu y el vigor de una persistente intolerancia, como si en mi violenta y absurda navegación encontrara raudales que obstaculizaran mis furiosos anhelos de desmoronar al mundo para rehacerlo luego a mi propia medida perfectamente iconoclasta. Me animaba y complacía verme reflejado en el vuelo veloz y sin rumbo aparente de los pájaros que cruzaban el espacio que se abría en mi ventana y mientras remaba, poco me importaba el calor sofocante o la colérica tempestad que calaba mis huesos ni los cambios que se sucedían en mi propia naturaleza porque primero surqué las aguas de Emilio Salgari, luego las de Julio Verne y así, lector inconstante y traidor, remé por los profundos lagos de Cervantes, Shakespeare; por los caudalosos ríos españoles, las aguas lustrales de El lobo estepario o bajo la lluvia serena de Bahía Blanca, la ciudad del argentino Eduardo Mallea y más tarde por la sabia inteligencia de una montaña mágica, de Borges y de venezolanos como Ramos Sucre, Gallegos o Picón Salas y el hondo mar del grupo Sardio.

Y mientras remaba y salvaba con cierta pericia obstáculos e impedimentos políticos e ideológicos, sumergido en una amorosa y apacible laguna conyugal, fui domando al animal alucinado que estremecía mi alma. Dejé a un lado el desvarío marxista, no acepté plenamente a la social democracia ni al social cristianismo y continué remando a mi propio aire, pero hoy a edad avanzada descubro que hay malos remeros, es decir, malos poetas y malos escritores; que no hay adecos ni copeyanos sino demócratas que merecen apoyo y consideración enfrentados como están al despotismo bolivariano. Es lo que explica mi presencia en los funerales de Carlos Canache Mata, dirigente histórico de Acción Democrática sin ser yo adeco. De la misma manera, se está forjando en mí una nueva fortaleza de espíritu que me abre amuralladas puertas antes infranqueables.

A los 93 años, aquel remero atolondrado no solo permanece vivo y con la mente abierta sino que ¡está aprendiendo vivir!

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