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Январь
2024

Las «malas» feministas o las mujeres que defienden a los hombres

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Teresa Giménez Barbat ha escrito un libro para los que nos hacemos «la picha un lío» –valga la expresión– con tantos debates y disputas sobre el sexo de los ángeles que se dan dentro del feminismo; para quienes expresiones como «TERF», «queer», «intersexualidad» o «cisgénero» nos suenan a uzbeco o a islandés; y para quienes nos quedamos en la orillita cuando rompen las olas –1ª, 2ª, 3ª, 4ª– feministas. «Contra el feminismo», que así se titula el flamante ensayo de la que fuera eurodiputada por ALDE y fundadora del desaparecido partido de Ciudadanos, podría haberse titulado también –máxime dado el color amarillo chillón la portada elegida por la editorial Pinolia– «Feminismo para dummies», pero no es el de Barbat un libro «tontorrón» como los de esta popular colección, sino un ensayo instructivo a la par que divertido en el que la autora logra pasar con sutil maestría el camello de la bibliografía o documentación por el ojo de la aguja del entretenimiento.

Un ensayo, muy crítico con el feminismo hegemónico y todo lo woke, que pese a sus 311 páginas y sus 358 notas al pie de las mismas se hace ameno, dicho coloquialmente se lee de un tirón. Y no va el libro de la escritora y también política, como su provocador título reza, contra el feminismo; ni mucho menos: se trata de una obra a favor de la igualdad real entre hombres y mujeres, una balanza que para su autora (en nuestra sociedad actual) está inclinada a favor de ellas por culpa precisamente de feminismos «irracionales» «que han permitido unas leyes injustas que ignoran ferozmente los derechos, las libertades y la presunción de inocencia de la mitad de los ciudadanos». Al punto que «hemos conseguido que algunos hombres incluso piensen en cambiar de sexo registral sin ser trans».

Confusión de términos

Es la de la decantación de la balanza una afirmación con la que el catedrático de Filosofía del Derecho de la UAM Pablo de Lora coincide en que, por ejemplo, «hay una asimetría penal en el tratamiento de ciertos delitos». La tesis principal de «Contra el feminismo» es que hay un feminismo «racional» (1ª y 2ª ola) que ya logró su loable objetivo de igualar los derechos de la mujer con los del hombre (en nuestra parte del mundo) pero que ya no tiene sentido (en Irán, por ejemplo, sí) una vez que ha cumplido con su razón de ser. Entonces es cuando quedan los feminismos «irracionales» (3ª y 4ª ola; el de Carmen Calvo y el de Irene Montero respectivamente) «con el objetivo de perpetuarse a sí mismos alejándose de la ciencia y del sentido común». De ahí, «la deriva del generismo, el delirio queer y la deshumanización del varón».

Una tesis a la que alude el periodista británico Douglas Murray en su libro «La masa enfurecida» y que llama –citando al filósofo Keneth Minogue– «el síndrome de San Jorge jubilado»: «Luego de haber matado al dragón, el guerrero necesita más dragones que acrecienten su fama -ay, el estatus-, hasta que un día empieza a dar mandobles al aire convencido de que está conteniendo a un monstruo». El propio Pablo de Lora, autor de «Lo sexual es político (y jurídico)» y de «El laberinto de género», es partidario de esta afirmación: «El feminismo hegemónico hoy es un feminismo al que en alguna ocasión me he referido como ‘‘zombi’’».

Una mujer con un megáfono en una manifestación estudiantil feminista por el 8M, Día Internacional de la Mujer, a 8 de marzo de 2022, en Valencia, Comunidad Valenciana (España). El acto, organizado por el Sindicato de Estudiantes y Libres y Combativas, tiene como objetivo conmemorar el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, declarado así por las Naciones Unidas en 1975. Un día utilizado a nivel internacional para dar voz y visibilidad a las mujeres y cuya fecha fue elegida para conmemorar la muerte de 146 mujeres trabajadoras, en un incendio en una fábrica textil de Nueva York en 1857. 08 MARZO 2022;8M;VIOLENCIA;MUJER;FEMINISMO;DIA DE LA MUJER;FEMINISTA;IGUALDAD;GÉNERO Jorge Gil / Europa Press 08/03/2022 Jorge Gil Europa Press

Giménez Barbat, que asegura que ya rehúye de las etiquetas tras haber luchado en el pasado por un feminismo «liberal», será paradójicamente tachada de todo por defender al sexo débil , es decir, al hombre. Aunque «si el feminismo es la defensa de igualdad en derechos y oportunidades, claro que soy feminista», asegura la política y antropóloga catalana. No está la anterior definición muy alejada del concepto que tiene Pablo de Lora de este, en exceso, manoseado término: «Me considero feminista como cualquier persona que considere que a la hora de distribuir las cargas y beneficios sociales resultado de la cooperación social, o para poder gozar de los derechos básicos, el sexo es una categoría moralmente irrelevante». Paula Fraga, abogada penalista y de familia, sí se dice abierta y explícitamente feminista «clásica», entre otros motivos porque se posiciona «a favor de la abolición de la prostitución y en contra de la ideología de género». La también columnista gallega asegura que «hay que pelear el término feminismo porque nos lo han usurpado». Además, esta feminista militante, denuncia que «en nombre del feminismo se están haciendo auténticas barbaridades».

De olas y jerarquías

Una acusación que va en relación al siguiente apartado, contra el feminismo hegemónico, queer o posmoderno; para el que activistas de los derechos de las mujeres como Paula Fraga son tachadas de TERF (o sea, trans excluyentes) sólo por opinar que un varón no puede ser mujer por arte de birlibirloque como recoge y ampara la inefable Ley Trans aprobada por el Gobierno de Pedro Sánchez. En su excepcional ensayo «La casa del ahorcado» Juan Soto Ivars recoge la definición más precisa de herejía: «La separación producida por un error doctrinal grave y obstinado» y también «la negación pertinaz, una vez recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina, o la duda pertinaz sobre la misma». No obviemos, como apunta Barbat en su libro, que al hablar de lo woke (y aquí se incluye el feminismo identitario) nos referimos a «una religión laica, intransigente, opresora y violenta». Douglas Murray se refiere a la era posmoderna como la caracterizada por «la desconfianza en los grandes relatos». Pero «la naturaleza aborrece el vacío» y, por tanto, «proliferaron nuevas ideas que aspiraban a proponer sus propias aspiraciones y teolologías».

El propio Murray, en «La masa enfurecida», ubica el punto exacto en el que esto, con perdón, se fue al carajo. Sobre lo trans: «Quienes transicionan de hombre a mujer provocan cortocircuitos en las personas nacidas mujeres; y las mujeres que han visto invadido su territorio no se han quedado calladas. De hecho, este es el flanco por donde la nueva alianza interseccional ha empezado a hacer aguas. No todas las feministas estás dispuestas a ceder en que ser mujer es una cuestión de género y no de sexo». Hete aquí el cisma entre 3ª y 4ª ola. Como añadido a todo esto, la propia autora de «Contra el feminismo» opina al respecto que «para el feminismo irracional, de tanto jugar con el software (género) se ha perdido el hardware (sexo)». Además, «aunque las feministas clásicas se resisten a ser barridas por la avalancha [tsunami] queer están enredadas en tonterías de género, roles y demonización del hombre». En definitiva, tal como escribe: «Algunos nacemos con ganas de rebelarnos. Y publicar un libro, amigos, no es una recompensa menor».