Ana Pontón, la careta moderada de un BNG que no ha cambiado
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«Me recuerda a la película 'El diablo viste de Prada', tiene un armario de disfraces políticos ». La frase es de una rival de Ana Belén Pontón Mondelo, la candidata (por tercera ocasión) del BNG a la presidencia de la Xunta el 18F. Y desnuda ese supuesto viaje a la moderación que vende el Bloque en los últimos años, pero que no es más que un traje enhebrado con hilo de aspiraciones de gobierno; sacarina para endulzar la imagen del partido y ensanchar el electorado; un cambio en las formas, que no en el fondo. Porque el BNG sigue siendo el de siempre. Y por si quedaba alguna duda, ayer mismo secundaron la manifestación a favor de los presos de ETA que recorrió las calles de Bilbao. Esa oponente que desenmascara a Pontón es una de los muchos que ha acumulado en los últimos 20 años, los que lleva ocupando un asiento en el Parlamento gallego. Nacida en 1977, accedió en 2004 a la Cámara. Una profesional de la política , que entró en el Bloque desde abajo, a los 16 años —los cachorros de Galiza Nova—; de ahí a la UPG —el núcleo duro—; y que fue subiendo peldaños hasta alcanzar el liderazgo en 2016. No ha tenido otra ocupación, ni siquiera institucional. Es de lo que más se le afea desde el PP: dos décadas pisando moqueta, pero sin gestionar un solo céntimo del erario público. Ayuda a entender la alegría con la que pide inyectar 200 millones de euros en Atención Primaria, por ejemplo. En una comunidad donde se estima que sólo un 20% se inclina por el nacionalismo, Pontón prefiere hablar de la llegada de un «tiempo nuevo», de una «Galicia mejor», que de sus ansias de independentismo, que suaviza con el eufemismo «soberanismo» . Sabe que tiene tirón entre los jóvenes y las mujeres. Por eso el Bloque propugna adelantar la edad de voto a los 16 años. Y por eso Pontón, al presentar su candidatura, se rodeó exclusivamente de mujeres. «Soy nieta de Carmen, soy hija de Aurita, soy madre de Icía y quiero ser la próxima presidenta de la Xunta», se presentó. Mujeres como su guardia pretoriana en el Parlamento gallego, jóvenes pero combativas (Olalla Rodil, Noa Presas), en claro contraste con los viejos tótems del nacionalismo gallego, figuras masculinas: Xosé Manuel Beiras, Camilo Nogueira. Juega la carta del techo de cristal: pide apoyo para ser la primera mujer que preside Galicia. Pontón cuida su discurso y su imagen , que ha ido evolucionando con el tiempo. Menos pantalones y más vestidos, como el blanco, sinónimo de pureza, que lució en la proclamación de su candidatura. Aunque nada lo simboliza mejor que su flequillo, utilizado por el propio BNG en una imagen con su silueta. La melena de su juventud ha mutado en pelo corto en su madurez, y el flequillo, otrora más euscaldún, se ha vuelto más discreto. Una observación que seguramente desagrade a Pontón, siempre presta a encresparse en sede parlamentaria para denunciar muestras de machismo y paternalismo. Es tradición que el presidente de la Xunta ofrezca un mensaje de balance del año el 31 de diciembre. Ana Pontón no iba a ser menos, y lanzó su propio vídeo, a pie de calle, en Santiago. Frente al lógico tono institucional de Rueda, imagen de cercanía : «Éste es mi barrio». Mirando a cámara, Pontón explica que ahí hace la compra, lleva a su hija al colegio y habla con sus vecinos. La paran y le cuentan sus preocupaciones. «Las mismas que siento yo», dice. Mitología nacionalista La biografía —o más bien hagiografía— escrita por Suso de Toro —incorporado a las listas del 18F del BNG, puesto 24 por La Coruña—, 'Descubrindo Ana Pontón' (Xerais, 2023), tiene como aportación fundamental la contribución a armar el relato . El de una niña de aldea (Chorente, en Sarria, Lugo), Belén a secas para los suyos. Familia humilde, con un padre que hizo viaje de ida y vuelta al País Vasco para ganar el jornal. Una niña que ya en el colegio tuvo a Rosalía de Castro y Castelao como referentes, y que desde muy pronto sintió la pulsión política por las «desigualdades» que percibía: por gallegohablante —lamenta la «agresividad» con la que la reciben en Sarria— y por mujer —se enorgullece de cuestionar al cura, en catequesis, por el papel de las féminas en la religión—. Aunque donde encuentra la «vocación» es en el instituto. De esa época preuniversitaria data el viaje fundacional a Santiago , sin contar la verdad a sus padres, para asistir al despliegue nacionalista por el 25 de julio, «una experiencia inolvidable». Después se marcha definitivamente a la capital gallega, a cursar Ciencias Políticas, y se integra en el movimiento estudiantil. Ahí, cuenta, se encuentra con un exceso de «pensamiento neoliberal» que choca con sus ideas, las que esgrime como secretaria de organización de Galiza Nova. Con un estilo propio que pronto da que hablar. Un ascenso, con entrada en el Parlamento y después el timón del partido, no exento de vicisitudes, en los años convulsos del Bloque, con dudas propias y ajenas. Esa es la mitología, servida en un librito breve para mesillas de noche de hogares nacionalistas . Para otro tipo de votante está la imagen de moderación, ese árbol que busca ocultar el bosque de una realidad que el propio BNG se encarga de recordar. Papel destacado para su único diputado, Néstor Rego, más noticia por lo que no hace que por lo que hace: no aplaudir al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, por su discurso en el Congreso —el Bloque se posiciona del lado de Rusia como hace con Hamás—; no acudir a la ronda de consultas del Rey para designar candidato a la presidencia del Gobierno; ausentarse de la apertura de la legislatura; plantar a la Princesa de Asturias en su jura de la Constitución, pero exigir conocer su «elevado desembolso». Un desprecio a la Monarquía que está en el ADN del Bloque . «¡No son Borbones, son bribones!», arengaba a los suyos Pontón el 25 de julio de 2022. Un año antes, tildaba de «vergüenza» vivir en un «Estado donde es delito denunciar» la «corrupción del Emérito y de la Casa Real». El 25 de julio, mientras Galicia celebra su día, el BNG hace lo propio con el de «la Patria». Sin caretas ni maquillaje. Discurso para su grey. «No queremos que nos impidan caminar hacia un nuevo estatus de nación (...), Galicia no puede jugar en la liga de las regiones, nosotros jugamos en la liga de las naciones», clamaba en 2021. El pasado septiembre, cuando suspiraba por no quedarse «atrás» de País Vasco y Cataluña, que negociaban prebendas para investir a Pedro Sánchez, anhelaba subirse al «tren de las naciones». No oculta que se mira en el espejo de Bildu y ERC , con quienes concurre a las elecciones europeas. Con los de Arnaldo Otegi se reparten la legislatura: Pernando Barrena y Ana Miranda alternan como diputado y asistente. Las viejas recetas Pontón apela a los «desencantados con la política» para ensanchar su electorado. Pero su libro de recetas es el de siempre, el que remite a las obsesiones del nacionalismo . El BNG, además de ansiar la «autodeterminación» y la imposición del gallego, sigue apostando por el concierto económico, una tarifa eléctrica propia y la nacionalización de empresas, mientras rechaza el «expolio eólico» y que cualquier compañía del Ibex genere empleo. Un manual con contradicciones. Ecologistas, sí, pero 'no' al eucalipto. De denostar a Inditex, a visitar las instalaciones entre elogios, para indignación de los más puristas. Una rabieta aislada, porque el liderazgo de Pontón (de momento) no se discute. La avala que los hiciera resurgir de sus cenizas. Que los sacara de su «travesía del desierto» , desde la ruptura de Amio en el 12 a salvar los muebles en las elecciones en el 16, cuando no sólo los daban por muertos, sino que les instaban a hacerse a un lado. Además, puede presumir de haber llevado al Bloque a sus mejores resultados en unas autonómicas en 2020: 19 diputados, segunda fuerza. Tan cierto como que ha aprovechado el derrumbe de las Mareas, devoradas por sus luchas intestinas; y la debilidad de un PSdeG que presenta un candidato diferente en cada convocatoria. Ese ha sido el caldo de cultivo de su auge —un tanto en entredicho por la debilidad mostrada el 23J, cuando aspiraban a grupo propio en el Congreso y volvieron a quedarse en un acta—. 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