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Январь
2024

O el Gobierno lo hace mejor o...

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O el Gobierno lo hace mejor o...

El espectáculo del miércoles no estuvo en el hemiciclo del Senado, sino en las opiniones vertidas por columnistas y políticos de la oposición en los medios de comunicación. Los calificativos empleados para valorar el debate fueron desde “bochornoso” a “humillante” siguiendo la senda abierta por el presidente del PP, que llegó a decir que si hubiera visto algo parecido antes de entrar en política él nunca lo hubiera hecho. ¿Qué habría dicho Feijoo de sesiones parecidas en no pocos parlamentos europeos, empezando por el británico, por no hablar de muchos latinoamericanos?

Porque lo que pasó el miércoles es que el Gobierno llegó al Senado con una propuesta muy ambiciosa y variadísima que no había negociado antes a fondo con sus aliados potenciales y se encontró con la negativa a aceptarla sin más por parte de varios de ellos. Definitiva por parte de Podemos y sólo doblegada en el último minuto, como ha ocurrido unas cuantas veces, por parte de los independentistas de Junts. Con la tensión lógica que preside estas situaciones. A las que los políticos profesionales están acostumbrados y preparados para resistir. Nada más. Nada que tuviera ver con los adjetivos arriba citados.

Que el Gobierno no lo hizo bien está fuera de dudas. Que se tenía que haber tomado más tiempo para acordar los decretos con los partidos llamados a votarlos, también. ¿Por qué no lo hizo? ¿Por injustificado exceso de confianza en la solidez de sus pactos de investidura o porque se vio muy presionado por la cortedad de los plazos impuestos por la Unión Europea para aprobar esos decretos a cambio de cuantiosos fondos? Seguramente por ambos motivos a la vez, y también por algún otro de orden más concreto y personal, del que algún día se tendrá noticia.

Pero en todo caso, mal. Porque se arriesgó a que le tumbaran todas las propuestas. Y eso sí que hubiera sido gordo de verdad. O Pedro Sánchez no estaba bien informado de lo que estaba en juego o se creyó capaz de superar cualquier dificultad que se le pusiera delante. Si esto último fuera la clave de lo ocurrido, su prestigio entre los suyos podría quedar dañado. Si la culpa del problema la tuvo alguno de sus brazos derechos, el futuro político de esa persona podría estar comprometido.

Pero todo eso entra de la normalidad de la vida política en circunstancias como las que existen en España. La de un gobierno en minoría que tiene que ganarse irremediablemente apoyos de otros partidos para todas y cada una de sus iniciativas parlamentarias. Y la de una oposición que hace solo seis meses perdió la oportunidad de hacerse con el poder y que para tapar ese fracaso sonado se dedica un día sí y el otro también a salirse de madre, incurriendo en actuaciones inconstitucionales y antidemocráticas sin cuento, como si así pudiera derribar al gabinete de izquierdas.

Y luego están los medios adictos a la derecha que sustentan sin reparos todo lo que hace y dice el PP, que blanquean cotidianamente el irredentismo sin normas de Feijoo y los suyos y que criminalizan a Sánchez y a los suyos con argumentos inventados hasta haberlos convertido poco menos que en monstruos a los ojos de la opinión pública.

El Gobierno no puede distraerse ni un momento en una situación como ésta y todo parece indicar que esta vez lo ha hecho. Dando además la ocasión de lucirse a Carles Puigdemont, necesitado de protagonismo tras años de ostracismo y de marcarse tantos frente a su principal y único rival político, la Esquerra Republicana de Oriol Junqueras.

Al final, sustos y numeritos de la oposición de algunas firmas periodísticas aparte, no ha ocurrido gran cosa. En lo que a Junts se refiere, desde luego. Porque las concesiones hechas a este partido a cambio de su abstención no son exageradas y podrían serlo bastante menos cuando éstas adquieran forma de ley tras la correspondiente tramitación parlamentaria. Otra cosa es la probabilidad bastante alta de que las presiones, e incluso chantajes, de Carles Puigdemont vuelvan a repetirse en un futuro.

Pero todo indica que la sangre no llegará al río mientras la amnistía para él y para sus compañeros del procés no sea definitiva. Luego, la cosa podría ser distinta. O no. Pero para entonces los nuevos presupuestos estarán aprobados y la coalición de izquierdas podría seguir en el gobierno por lo menos un año más, a partir de entonces.

Habrá que ver cómo está el PP cuando se cumplan esos plazos. Y Feijóo mismo. Porque si él y los suyos siguen metiendo la pata como vienen haciéndolo con una cierta frecuencia y si sus perspectivas electorales les siguen abocando a una situación parecida a la de hace un semestre, puede que pasen cosas en el interior del Partido Popular. Que mientras tanto seguirá siendo igual de predecible que hasta ahora. Es decir, sin aportar nada más allá del insulto.

El futuro de Podemos tampoco está muy claro. No hay duda de que si Pablo Iglesias ha apostado por golpear sin compasión al Gobierno, y en particular a Yolanda Díaz, es porque cree que va a poder seguir controlando a su partido, aunque crezca la lista de militantes ilustres que abandonan sus filas. No tiene mucho sentido hacer pronósticos sobre los resultados que obtendrá Podemos en las europeas de junio. Pero a menos que sean catastróficos y provoquen un cataclismo que acabe con el propio Iglesias, cabe pensar que este partido seguirá siendo un problema serio para los planes del gobierno.

Algo tendrá que hacer Sánchez para hacerle frente con posibilidades de neutralizarlo. Y tendrá que ser algo nuevo. Porque la fórmula Yolanda Díaz para neutralizar a Podemos no ha funcionado y no parece que vaya a poderlo hacer en el inmediato futuro.