Politiquería
“Los franceses tienen una frase para todo y siempre tienen razón”, escribió Raymond Chandler en 'El largo adiós'. Así es, y en estos primeros días del año 2024 me estoy acordando de una de sus fórmulas, que escuché mucho en los años que pasé en París: la politique politicienne, la política politiquera. Es este un término manifiestamente peyorativo, inventado al parecer por Victor Hugo en los años 1830, que designa las maniobras de un político o un partido político para hacer primar sus intereses cortoplacistas sobre el bien público.
La política, que puede ser muy noble, y la politiquería, que siempre es mezquina, son cosas distintas. La política piensa en el medio y largo plazo a partir de una determinada visión del mundo, la politiquería en el mero día a día. La política intenta trabajar para mejorar las cosas para la mayoría, la politiquería se mueve por los beneficios inmediatos de sus autores.
Creo que la política dominó España en la segunda mitad del pasado año. Debatimos y votamos apasionadamente sobre cosas trascendentes. Progresismo o autoritarismo. Pluralidad o uniformidad. Sanidad y educación públicas o privadas. Reconciliación o venganza en Cataluña. Ahora, sin embargo, intuyo que ha vuelto la politiquería con su confusa algarabía.
Escribo antes de que el miércoles 10 de enero se voten un montón de cosas importantes en el Congreso, trasladado por cuestión de obras a la sede del Senado. No conozco, pues, los resultados, pero las crónicas que leo auguran un embrollo colosal. No sé de quién es la culpa. Si de la precipitación y exceso de confianza del Gobierno, del tacticismo y las ansias de notoriedad de algunos de sus socios como Junts y Podemos o de todos a la vez.
Poco importa a efectos de aquello sobre lo que estoy escribiendo. Poco hemos tardado en volver al Día de la Marmota, y esto me fastidia. Vuelve la politiquería, la cara más penosa de nuestra vida pública. El no te apoyo porque no estoy de acuerdo con el 100% de lo que propones, así que prefiero quedarme con el 0% en vez de con el 70%. Entretanto, mi pataleta sale en las portadas de los periódicos, abre los telediarios y esto es lo que más me importa. Antes muerta que sencilla.
La politiquería existe desde que existen las democracias, ya dije que la fórmula politique politicienne parece que la inventó Victor Hugo. Pero está claro que en nuestra era, la de la información permanente en vivo y en directo, se ha exasperado hasta convertirse en hegemónica. A los medios les vienen muy bien las raciones cotidianas de embustes, faroles, órdagos, líneas rojas, vetos, amenazas, bravatas y demás zarandajas de los políticos. Y mejor si son emitidas desde la comisura de los labios y con mirada desafiante.
A las frasecitas cargadas de mala leche demasiados periodistas las llaman hoy “un titular”, y, de hecho, están destinadas a que los medios puedan abrir sus informativos sin tener que trabajar demasiado. ¿Para qué investigar cuando puede grabarse un canutazo de Ayuso con un simple iPhone? ¿Para qué perder el tiempo verificando sus afirmaciones? Tiempo es dinero, amigo, y el periodismo del siglo XXI debe salir barato.
Soy periodista, estoy a favor de la transparencia, faltaría más. Pero quizá me haya transformado en un bicho raro: no me gusta el llamado “periodismo declarativo”, el convertir en noticia estruendosa todas y cada una de las bobadas que suelta un político. Sobre todo cuando son mentiras fácilmente contrastables o cuando no contienen novedades sustanciosas, cuando tan solo se trata de la machacona repetición de una propaganda de sobras conocida. Llámenme antiguo: creo más en el periodismo de los hechos que en el de las palabras.
Pero un periodista también tiene un corazón, decía Camus. Y en mi caso, y en el de Camus, este es zurdo. Confieso que, en los sucesos de estos primeros días de 2024, me duele ver a algunas fuerzas a la izquierda del PSOE impregnadas hasta el tuétano de su adicción al espíritu sectario, fraccionalista y ególatra del Frente Popular de Judea. Tan alejadas de la calle como entregadas al regate por el regate. Reconocen que la división desmotiva a su electorado, pero persisten en ella. ¿Es que acaso han terminado cayendo en aquello que denunciaban y han convertido el partidismo y la politiquería en una forma de vida? En beneficio del pueblo, por supuesto. De eso a nadie le cabe la menor duda, que conste.
Termino con algo que me parece gravísimo: la marea de granitos de plástico en nuestras costas del noroeste. Politiquería, y de muy baja estofa, es la respuesta de la Xunta de Galicia a esta crisis, en la que todo es obscenamente pirata. Un carguero con bandera de Liberia, una naviera con sede en Bermudas, un fabricante que podría estar en Polonia o en la India, ¿quién sabe? Y sobre todo, oleadas de plástico, el nocivo material que junto a las cucarachas sobrevivirá a la humanidad, devastando las playas de Galicia y Asturias.
Pero al PP de Feijóo que gobierna la Xunta como los Alba gobiernan sus cortijos todo esto se la suda. ¿Crisis? ¿Qué crisis? Los pellets de plástico son absolutamente inofensivos… y, bueno, de no serlo, la culpa la tiene Sánchez. De este tipo de basura les estoy hablando hoy.