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Январь
2024

Una batalla en la fachada: ¿nos fastidió el balcón o fue el cerramiento?

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Durante aquellos meses en los que parecía que las paredes de nuestras casas se nos caían encima y en los que la calle se volvía una quimera inalcanzable, muchos ansiaron tener un espacio privado donde exponerse al exterior, donde poder alargar la mirada y calibrar con todos los sentidos la temperatura, la brisa, la humedad y el sol, y donde escuchar los sonidos ajenos de vecinos, pájaros o el susurro de las hojas de los árboles meciéndose entre sí. Aunque resulte un tanto molesto y contradictorio recurrir a escenas de la pandemia, en materia de arquitectura todavía escuecen algunas carencias que quedaron al descubierto, evidenciando las deficiencias del prototipo de lo que todos creíamos que era una vivienda digna.

Entre los defectos que de repente salieron a la luz de nuestros pisos, la falta de balcones, terrazas o habitaciones exteriores fue uno de los temas que cobró más protagonismo y que los arquitectos, de hecho, no tardaron en reivindicar, presentando nuevas propuestas de formas de vida bajo el apelativo de la "vivienda postcovid".

Debido a las restricciones, los balcones, que antes albergaban trastos inservibles, fumadores marginados, bicicletas polvorientas, tendederos con ropa a secar o bolsas de basura malolientes, se transformaron en espacios donde ciudadanos leían al sol, realizaban ejercicio, tomaban el aperitivo, conversaban con el vecino de enfrente, tocaban una guitarra olvidada o simplemente proyectaban sus cuerpos en un espacio que no estaba delimitado por seis planos macizos. El Covid-19 cambió sustancialmente la forma en que valoramos nuestras casas y, a partir de 2020, muchos incluyeron en sus búsquedas en plataformas inmobiliarias balcones y terrazas amplias como requisitos sine qua non donde pudiesen instalar una mesa grande, unas hamacas o un minigimnasio.

A pesar de las virtudes obvias de vivir en un piso con balcón, este espacio, entendido como una prolongación de nuestras casas o una transición entre la privacidad de nuestra vida doméstica y la exposición al espacio público, no tiene una acogida del todo clara y positiva por parte de algunos habitantes. Mientras que algunos lo ven como una parte de la fachada que habla de su estilo de vida y estatus, adornándolo con plantas, mobiliario, luces en Navidad o banderas y guirnaldas en días señalados, la mayoría lo interpreta como un ente indefinido y parcialmente inútil, una especie de armario sin pared trasera donde dejar todo aquello que solo se utiliza excepcionalmente. Lo obvian y lo convierten en una habitación descubierta que sirve de comodín para almacenar todo aquello que molesta o, peor aún, algunos lo consideran una porción de calle donde ubicar la máquina exterior del aire acondicionado en una clara declaración de intenciones de prescindir de su uso en la época en que tiene más sentido del año.

Aunque se pueda debatir sobre en qué medida este tipo de usos afecta la utilidad original de los balcones, en ningún caso estas prácticas alteran su estructura formal más básica. No obstante, cuando se añade un cerramiento que rodea completamente su perímetro, aislándolos de las inclemencias del tiempo y haciéndolos semejantes al resto de las habitaciones de la casa, el balcón desaparece definitivamente, tanto para sus usuarios como para el conjunto del edificio. Los balcones o terrazas que incorporan un cerramiento acristalado clásico, generalmente con carpinterías de aluminio, instalados después de la construcción de las viviendas, son un fenómeno común en nuestro país que altera la pretendida armonía y unidad del paisaje urbano. Cerrar un balcón, en la mayoría de los casos, es una acción que va en contra de la legalidad. En España, está sujeta a hasta tres normativas distintas que rara vez coinciden en permitirlo.

En primer lugar, la Ley de Fachadas o Ley de Propiedad Horizontal considera que cerrar un balcón supone una alteración de la fachada, siendo un elemento común que condiciona la imagen global del edificio. Para realizar un cambio de tal magnitud es necesario obtener el consentimiento de la comunidad de propietarios, por lo que no es una decisión estrictamente personal. En segundo lugar, las ordenanzas municipales también regulan estas cuestiones estéticas. En Barcelona, por ejemplo, se prohíben los cerramientos de balcones y terrazas en cualquier circunstancia. La ordenanza de Madrid, por lo contrario, es más permisiva y establece varias "condiciones estéticas" para llevar a cabo este tipo de modificaciones en las fachadas. Por último, el propietario que desee cerrar su balcón sin consultar a los demás vecinos y siempre y cuando la ordenanza municipal lo permita, debe revisar los estatutos de la comunidad para asegurarse de que exista un apartado que consienta explícitamente realizar esta modificación de manera legal.

Desde el punto de vista meramente arquitectónico, teniendo solo en cuenta la composición la fachada, el cerramiento de un balcón siempre constituye una especie de crimen. Aunque una finca acabase teniendo la totalidad de sus balcones cerrados, el hecho de hacerlo con posterioridad en un saliente de la fachada donde se había previsto una barandilla, suele conllevar resultados que sugieren temporalidad o que están inacabados, con lógicas constructivas forzadas y materiales que rara vez concuerdan con los del edificio.

El balcón cerrado de origen, proyectado como tal, no es un elemento del todo común en nuestra latitud. Equiparable a las galerías vidriadas tradicionales más frecuentes en las comunidades septentrionales de la península, donde el clima es menos indulgente, imita a las archiconocidas bow window y bay window de la cultura anglosajona. Ambas aluden al tipo específico de ventana saliente que se proyecta hacia el exterior del edificio. En el caso de la bow window, se distingue por su forma arqueada o curva, mientras que la bay window ostenta una forma angular y consta de tres secciones de ventana: dos laterales y una central. En el ámbito interior, la bay window define un espacio que evoca al 'cortejador', característico de la arquitectura tradicional de las masías o caseríos antiguos.

Demonizar el cerramiento irregular constituye una posición comprensible desde una mirada holística de la ciudad y del rigor de su paisaje. Sin embargo, también resulta una actitud autoritaria e impositiva para aquellos casos en los que la ganancia de pocos metros cuadrados para una vivienda representa un incremento relevante. En muchos apartamentos nos encontramos con salas de estar diminutas donde aquel espacio a colonizar del balcón es el que permite que quepa una tercera plaza de un sofá o que integra una silla de más en la cabeza de la mesa.

Los balcones, si no están bien proporcionados, pueden ser un obstáculo para que la luz natural entre a las habitaciones y a veces no queda más remedio que convertirlos en parte de la fachada para tener un interior bien iluminado. Por otro lado, aislar un balcón puede ser también mano de santo para insonorizar debidamente una estancia que está expuesta a un escenario urbano de ruido continuo. En este sentido, estos cerramientos aparecen de forma muy significativa en los edificios con balcones que se asoman sobre autopistas urbanas donde el tráfico constante de varios carriles de vehículos se convierte en una auténtica gota malaya para los residentes que no quieren oír ni ver a los camiones, motos y coches que circulan a gran velocidad a pocos metros de su fachada.

Eso es precisamente lo que pensó uno de los grandes maestros de la arquitectura del último siglo en nuestro país, Francisco Javier Sáenz de Oiza, que diseñó el complejo de viviendas en la M-30 más conocido como El Ruedo. Este proyecto tenía como objetivo realojar a 346 familias provenientes del poblado chabolista del Pozo del Huevo (Puente de Vallecas), situado en las afueras de Madrid. La estrategia del arquitecto para integrar adecuadamente el edificio en un emplazamiento cercano a la autopista consistió en componer la fachada que miraba a la M-30 con ventanas diminutas y situar balcones en la fachada interior que rodeaba un patio comunitario.

A pesar de la coherencia y sensatez de la propuesta de Sáenz de Oiza, hay un documental hilarante en el que el arquitecto discute con los residentes de su obra, quienes le expresan sus desacuerdos. En un minuto escaso, queda perfectamente plasmada la relación históricamente irresoluble entre el arquitecto y el cliente, evidenciando que, por muchas previsiones y buenas intenciones que se pongan en un proyecto, solo satisfará a una pequeña parte de sus usuarios.

Finalmente, y para aportar un poco de esperanza a esta última afirmación, existe un proyecto sobresaliente que elimina de raíz el conflicto del cerramiento del balcón, integrando esta práctica como motivo central de su diseño. Nos referimos al Premio Mies Van der Rohe 2019, otorgado a los franceses Lacaton & Vassal por la rehabilitación de las viviendas Grand Parc de Burdeos. Este proyecto consta de tres grandes bloques con 530 viviendas en un polígono de las afueras de la ciudad. A estas viviendas les añadieron un balcón corrido en una de sus fachadas que podía cerrarse con mamparas transparentes de policarbonato y cortinas. De repente, los pisos ganaron un nuevo espacio longitudinal de dimensiones considerables con asoleamiento y ventilación óptimos, otorgándole al conjunto del edificio una imagen moderna y vibrante.

Las fotos más destacadas del proyecto son, sin duda, aquellas que muestran la vida en estos 'balcones' con bicicletas colgadas, ropa tendida, un somier doblado, el cochecito de un bebé, pesas y una esterilla, una mesa con el típico hule feo que todos tenemos y corremos a esconder cuando hay visitas... Para concebir la imagen de una casa habría que poder vivirla antes. Como eso no es posible, es de sabios seguir el ejemplo de Lacaton & Vassal y propiciar que el escenario cotidiano de las personas que las habitan se convierta en la estética compositiva principal de sus fachadas.