Daba ternura infinita verlo llegar, cada tarde, a sus bancales. Bajaba del todoterreno, daba un rodeo para abrir la puerta del copiloto y, con todo el cariño del mundo, ayudaba a salir a su mujer cuando a ella ya le costaba demasiado moverse. Era su ritual: ir juntos al huerto . Ella, sentada a la sombra. Él, trajinando entre los surcos. El señor Joaquim no quería —ni podía, seguramente— ni renunciar a sus cultivos ni alejarse demasiado rato de la que fue el amor de su vida. Nunca he visto otro huerto tan hermoso. Читать дальше...