Más allá del péndulo: algunos apuntes para leer el escenario electoral en el Chile actual
Tras las elecciones presidenciales de 2025, gran parte del debate público ha recurrido a explicaciones conocidas: el giro ideológico, la centralidad del discurso sobre la seguridad o el desgaste del gobierno saliente. Este artículo pretende aportar otras perspectivas que complementen el análisis de un fenómeno que requiere ser abordado con profundidad y desde sus diferentes aristas. En ese sentido, más que un “péndulo político”, lo que las últimas elecciones presidenciales nos pueden estar mostrando son señales de una transformación en la manera en que la ciudadanía (al menos una buena parte de ella) se vincula con la política, el Estado y la democracia.
Un punto de partida inevitable es el contraste entre las elecciones de 2021 y las de 2025. En la segunda vuelta presidencial de 2021, la participación alcanzó el 55,6%, dejando a casi la mitad del electorado fuera del proceso. En 2025, en cambio, el voto fue obligatorio, incorporando al proceso electoral a millones de personas que, en elecciones anteriores, habían optado por la abstención. Este dato no es menor: obliga a leer los resultados no solo como una reorientación de preferencias, sino también como la expresión de una ciudadanía más amplia, heterogénea y, en muchos casos, distante de la política organizada.
Una primera idea es repensar la relación entre ciudadanía y Estado en un contexto de desconfianza institucional estructural, en el que muchas personas parecen haber transitado hacia una relación más instrumental con lo electoral: el voto no expresa necesariamente adhesión, sino una apuesta pragmática por soluciones mínimas e inmediatas. Desde este punto de vista, podría hablarse de un voto transaccional, donde la decisión electoral se asemeja menos a un acto de compromiso cívico y más a una apuesta defensiva. Un sector de la ciudadanía no espera grandes transformaciones, sino garantías mínimas.
En esa misma línea, cobra relevancia el análisis de las emociones en la política. Más allá de categorías recurrentes como la rabia o el miedo, podrían estar emergiendo otras menos visibles pero igualmente decisivas como la resignación, el desapego y el cansancio. Peter Mair conceptualizó este fenómeno como “fatiga democrática”: un escenario en el que las instituciones siguen operando formalmente, pero con un involucramiento ciudadano cada vez más débil. El voto obligatorio podría haber amplificado esta dinámica, incorporando al proceso electoral a personas cansadas, desconfiadas y emocionalmente distantes del sistema político, para quienes votar no necesariamente implica compromiso, sino cumplimiento.
En paralelo, el debilitamiento de los partidos políticos como principales intermediarios entre sociedad y sistema político —ampliamente documentado en la literatura comparada— obliga a mirar nuevas formas de mediación. Liderazgos locales, redes sociales e incluso figuras informales de referencia para diferentes grupos de la población pueden cumplir hoy un rol más relevante en la traducción de demandas y en la orientación del voto. Aquí la política se vuelve más personalizada y anclada en experiencias concretas, muchas veces alejadas de los marcos partidarios tradicionales.
A ello se suma el impacto de las nuevas ecologías de la información. El consumo fragmentado de contenidos políticos a través de redes sociales, mensajería privada y formatos breves no solo puede influir en la desinformación, sino también en la forma en que se simplifica y moraliza la política. Autores como W. Lance Bennett y Shanto Iyengar han mostrado cómo estos entornos informativos configuran marcos interpretativos cotidianos que influyen en las decisiones electorales sin pasar necesariamente por el debate programático o deliberativo.
En conjunto, estas dimensiones sugieren que el comportamiento electoral actual no responde a una causa única ni admite lecturas cerradas. Comprenderlo exige complementar enfoques, cruzar niveles de análisis y mantener abiertas las preguntas. Más que ofrecer diagnósticos definitivos, abordar esta complejidad puede contribuir a enriquecer la discusión pública y a explorar, desde distintas perspectivas, los desafíos y posibilidades que enfrenta hoy la democracia chilena.
