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Yo con mi perra

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El afamado cardiólogo Aurelio Rojas, basándose en estudios recientes, nos comunica que los hombres duermen mejor con sus parejas, mientras que las mujeres duermen mejor con sus perros. Después de algunas explicaciones al respecto, concluye que cada persona tiene su propio equilibrio entre descanso, afecto y compañía, pero insiste en que el sueño compartido puede ser beneficioso si existe armonía en la pareja o entre el humano y su mascota. Lo importante, dice, «es dormir sintiéndose tranquilo, acompañado de quien te haga sentir en paz».

Tiene telita la cosa, porque, aunque parece medio broma, es algo profundo y como para pensárselo. Ahora hablaré como mujer que soy. Es cierto que cuando compartes lecho con una pareja tranquila, cariñosa, adaptable y silenciosa es una delicia hacerlo. Pero, esto suele ocurrir más a menudo al principio de los amores juveniles.

Con el tiempo, hayas tenido una o varias parejas, acabas acostándote con un señor inquieto, egoísta, orondo y ruidoso. Compañero con sus necesidades perentorias, como un desfogue sexual que a ti no te apetece esa noche, o una máquina para la apnea del sueño que hace un ruido infernal.

Sé que me estoy poniendo un poco al límite, pero quiero tomármelo con humor. Lo de la cucharita acaba siendo el abrazo a un cucharón, el deseo un incidente, la tranquilidad una quimera y los ronquidos un acompañamiento. Como además vamos tendiendo el sueño más ligero, esos pequeños inconvenientes se convierten en un suplicio.

Una amiga mía que duerme con su hombre me dice: espero que si un día me da un jamacuco se despierte. Dale un codazo antes de perder la conciencia, la propongo. Ya, replica, pero creo que ni con esas, él no duerme, desaparece. Así que eso de la protección parece que tampoco funciona.

Mejor el ciento doce y abrir la puerta de la calle, concluimos. Con permiso de todos los varones sensibles y sosegados, diré que mi perra se adapta a mi cuerpo, no me pide nada y solo ladra para protegerme de un peligro. Eso sí que da paz.