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Este es el bosque petrificado de nuestro país que levanta el interés de los geólogos

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Enterrado hace 280 millones de años bajo ceniza volcánica, el bosque fósil de Guadalajara es uno de los mejor conservados del mundo

En el corazón de la Sierra de Aragoncillo, en la provincia de Guadalajara, se esconde uno de los tesoros geológicos más sorprendentes de España: un bosque petrificado que fascina a científicos y paleontólogos de todo el mundo. Lo que hoy son tocones de piedra fue, hace más de 280 millones de años, un frondoso bosque de coníferas que quedó sepultado bajo una erupción volcánica.

La naturaleza lo transformó lentamente en roca, conservando cada detalle de su estructura original, aunque no es el único que exista -como podréis observar, el más famoso está bastante lejos de España-:

Un bosque que sobrevivió al tiempo

El bosque petrificado de Aragoncillo se formó durante el período Pérmico, una época anterior incluso a los dinosaurios. Una erupción volcánica de tipo hawaiano —fluida, sin explosiones violentas— cubrió la zona con una capa de lava y ceniza. Ese manto selló el bosque bajo tierra, creando las condiciones perfectas para que comenzara el proceso de fosilización.

Durante millones de años, el agua cargada de minerales fue sustituyendo poco a poco la materia orgánica de los árboles por sílice y otros minerales. Gracias a la ausencia de oxígeno, la madera no se descompuso y las estructuras celularesquedaron impresas en la roca con una precisión asombrosa. Los troncos conservan incluso las raíces en su posición original, lo que permite a los geólogos estudiar cómo crecían estos árboles cuando aún estaban vivos.

De hallazgo local a joya científica internacional

Aunque los vecinos del Señorío de Molina conocían desde hace décadas la existencia de estos troncos pétreos, su verdadero valor científico no se reconoció hasta 1998, cuando la periodista Malén Aznárez publicó un reportaje sobre el hallazgo. Desde entonces, el Instituto Geológico y Minero de España y la Unión Internacional de las Ciencias Geológicas, con el apoyo de la UNESCO, lo declararon lugar de interés geológico mundial por su excepcional estado de conservación.

Lo que hace único al yacimiento de Aragoncillo es que los árboles se conservan en posición de vida, con las raíces aún ancladas en el suelo original. Esta rareza convierte al bosque en un documento natural de incalculable valor, capaz de ofrecer pistas sobre el clima, la vegetación y la actividad volcánica de la Tierra hace cientos de millones de años.

Entre la admiración y la amenaza

A pesar de su importancia, el bosque fósil de Guadalajara no ha estado exento de peligros. Durante años, sufrió expolios y la extracción ilegal de fragmentos, reduciendo considerablemente el número de fósiles visibles. Sin embargo, su inclusión dentro del Geoparque Molina-Alto Tajo ha permitido que vuelva a situarse en el mapa de la geología internacional y que se impulse su conservación.

El geoparque, reconocido por la Red Europea y la Red Global de Geoparques, reúne algunos de los paisajes más antiguos y espectaculares de la península. En su interior, el bosque petrificado actúa como un libro abierto que narra, piedra a piedra, la historia profunda de la Tierra.

Aun así, los expertos insisten en la necesidad de dotar al yacimiento de una protección legal más sólida. Las normativas autonómicas y estatales exigen la conservación del patrimonio natural, pero el bosque de Aragoncillo sigue sin estar oficialmente protegido. Una paradoja que preocupa a los científicos, sobre todo ante el creciente interés turístico y académico que despierta.

Un viaje al pasado, entre lava y piedra

Hoy, recorrer los alrededores del bosque petrificado de Aragoncillo es viajar 280 millones de años atrás. Los troncos, convertidos en piedra, siguen erguidos sobre la tierra rojiza, testigos mudos de una era en la que el paisaje era radicalmente distinto.

Cada fósil, cada veta mineral, cuenta la historia de un planeta en constante cambio. Y aunque los árboles de este bosque ya no respiran, su legado continúa vivo: recordándonos que, a veces, la eternidad tiene forma de roca.