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Alonso en un pispás

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Abc.es 
Alonso no es Houston, pero tiene un problema, que es un pispás: su discurso de investidura como entrenador del Real Madrid prometiendo espectáculo, cuando el espectáculo del Real Madrid ha sido toda la vida el mismo: ganar. Alonso, de momento, va ganando, aunque sólo sea a los pobres. Pero la Xabineta no termina de arrancar, y la gente se acuerda del espectáculo de luces y de colores prometido en el pispás, pues seguimos donde estábamos, en Vinicius y en Courtois, que no está nada mal, y el espectáculo queda reducido al tifo de Lucas Vázquez cuando nos visita la Juventus (lo mejor de ese equipo estaba en el palco: el pisano Giorgio Chiellini, que todavía parece estar para jugar… en el Real Madrid). –No es esto, no es esto –repiten los Ortegas del periodismo 'jotdown' que trajeron a Alonso. Vale que el pispás de investidura de Alonso fue una fanfarria como las que en los albores de la Santa Transición Ónega redactaba para Suárez, un tío que en la cena oficial con la Reina de Inglaterra prendía un ducados y hacía con el humo boinas en un pispás. Si Alonso viene al Bernabéu a prometer espectáculo es como si Amenábar va a Hollywood (hoy tendría que ir a Bollywood) a prometer cine. Seis meses después de aquel pispás, el espectáculo de Alonso ha sido poner por delante de Endrick a Gonzalo García, lo que lo convierte, no en un entrenador moderno (Valeri Lobanovski sería un entrenador mil veces más moderno que Alonso), sino en un entrenador de pueblo (no 'del' pueblo). La cosa comienza por la vestimenta. Ante la Juve, en cuyo banquillo todo el equipo técnico lucía corbata, Alonso salió con su niki de Aldi y sus zapas de hipermercado, que aliviarán su San Vito simeónico (de Simeone) en la banda, acompañado por miembros de su staff en pantalón corto gritando instrucciones con grandes aspavientos a sus pupilos. Las sustituciones duele verlas. Si eres un Camavinga que va a salir al campo a defender un córner, que baila en la raya mientras afila su taco de billar, y entonces te coge Alonso y te suelta un Quijote táctico por una oreja, y su ayudante te canta por la otra un 'Gora Jainko maite maitea', cuando llegas al área y sacan el córner no sabes ni cómo te llamas. Lo que se ve es que al pil pil de Alonso le falta aceite y le sobra teoría, aunque el nuevo público del fútbol, a imitación del nuevo público de los toros, si planteas estas dudas, te dice que hay que esperar al final de la temporada. «Las protestas al final», te dicen en Las Ventas, si haces algún reproche (el pico, la pata atrás, etcétera) al torero de moda. Dado que la temporada es eterna (y más este año, con Mundial), lo suyo sería esperar al Clásico de mañana, con un Barcelona que vuelve a ser la niña bonita de Ceferino y de Al-Khelaïfi en Europa, y que en España nunca ha dejado de serlo de Louzán y de Tebas, a quienes el Plan Miami les ha puesto ojos de Scrat en 'Ice Age', que son los ojos que se nos han puesto a los demás ante la censura de las protestas de los futbolistas contra aquel disparate. La censura florece en Europa como el verde laurel, y dicen que el Borussia Dortmund ha decidido controlar las publicaciones en redes sociales de su jugador Nmecha después de que éste lamentara el asesinato de Charlie Kirk. Con el Barcelona en Madrid, el periodismo de Estado ha descendido a hablar, aunque sin nombrarlo, del Negreirato, pues «todo en la vida es cuestión de prioridades, salvo que seas Donald Trump y sepas que se van a poner en corro a aplaudir tus sandeces como focas de un zoo», en palabras de Javi Fortes, adiestrador de tertulianos, que «se profesa» yolandescamente culé. «Centrémonos en la Liga», anota con prosa de Estado. «Desde el 90, con el Dream Team de Cruyff, el Barça ha ganado 18 de 35 títulos disputados, frente a los 11 del Madrid. Cuando yo era chaval era más del triple, pero a la inversa. Con la actual progresión es posible que antes incluso que acaben las obras del Spotify Camp Nou estemos a la par. La pasada campaña se remontaron 7 puntos en un pis-pas (sic), cuando todo parecía perdido». Ay, los pispases.