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La Virgen de los Dolores de Las Penas volvió a San Vicente bajo una luz radiante

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Abc.es 
La mañana del 19 de octubre de 2025 quedará grabada en la memoria de todos los hermanos de Las Penas como uno de los acontecimientos más importantes vividos, uno de esos días que marcan un antes y un después en la retina y memoria de todos ellos. Esta salida ha estado enmarcada dentro de los actos del 150 aniversario fundacional, un culto externo que permitió ver por primera vez a la Virgen de los Dolores recorrer las calles de Sevilla bajo la luz del día y por un itinerario inédito fue, sin duda, una de las claves más emotivas y simbólicas de la efeméride. Fue una apuesta valiente: hacer algo distinto sin renunciar a la esencia, sin perder ni un ápice de la idiosincrasia, el estilo y la personalidad que definen a esta corporación ejemplar. Porque si algo caracteriza a la hermandad de las Penas es su capacidad para conjugar la tradición con la elegancia, la sobriedad con la belleza, y el culto con la excelencia, dotando siempre al Señor y a la Virgen de lo mejor, con el único fin de acercar a los fieles a la fe y seguir fortaleciendo esa gran familia que, desde hace siglo y medio, camina unida bajo el amparo de sus sagrados titulares. La unión, la dedicación y el trabajo constante durante meses fueron las verdaderas claves para alcanzar el éxito, y de eso Las Penas sabe —y mucho— . No hay logro sin esfuerzo compartido, ni belleza sin compromiso. Cada hermano, cada detalle preparado con mimo formó parte de un engranaje perfecto que culminó en una jornada para sus anales. La Virgen de los Dolores regresó a su casa, la parroquia de San Vicente Mártir, tras su estancia en la iglesia del convento carmelita de la calle Santa Ana. La eucaristía matinal, celebrada ante el imponente retablo mayor de este templo, y acompañada por las hermanas carmelitas, fue un momento de profunda emoción, de recogimiento y gratitud. En aquel ambiente impregnado de silencio, incienso y oración, se percibía la certeza de que este traslado no era solo un acto litúrgico, sino una manifestación de fe y hermandad. Antes de la salida, en la más estricta intimidad, tras la intensa y emotiva noche vivida en el templo carmelita, aún quedaba espacio para un último momento de recogimiento. Las hermanas carmelitas, conmovidas por los días compartidos junto a la Virgen de los Dolores, abandonaron por unos instantes la clausura para postrarse ante Ella, para despedirse con ternura y gratitud, agradeciendo la gracia de haberla tenido bajo su techo. Fue una escena profundamente emocionante, donde el silencio hablaba por sí solo, era la música del momento. Aquella comunidad entrañable, tan unida a Las Penas, dejaba así su huella en un acontecimiento que quedará grabado en el corazón de todos. Pocos minutos después, las puertas del templo se abrieron. La calle Santa Ana era un mar de personas que aguardaban con expectación y cámaras dispuestas a inmortalizar un instante irrepetible. La ocasión lo merecía. Desde el interior, la escolanía de María Auxiliadora entonaba con delicadeza el 'Ave María'. Los hermanos, con la mirada fija en la dolorosa, no podían contener las lágrimas; lágrimas que esta vez no nacían del dolor, sino de la alegría plena, del orgullo de verla tan reluciente en una mañana esplendorosa. La Virgen de los Dolores cruzaba el dintel del templo y, en ese preciso instante, el sol la envolvía por completo, como si el cielo mismo quisiera rendirle homenaje. Aquella luz dorada acariciaba su rostro sereno, resaltando cada detalle de su característico pañuelo largo en la mano derecha, de la saya con los bordados de Patrocinio López y de la toca de sobremanto que completaba un conjunto sencillamente impecable. Así comenzaba un regreso triunfal, un recorrido que regaló a Sevilla estampas para la historia, como la emocionante llegada a la parroquia de San Lorenzo . Allí, la dolorosa accedió al templo para visitar primero a la Virgen del Carmen, la imagen más antigua de esta advocación en la ciudad; después a la Soledad de San Lorenzo y, finalmente, a la Virgen del Dulce Nombre. Tres visitas, tres momentos cargados de simbolismo y emoción. Instantes que, sin duda, será difícil volver a repetir, como aquella salida radiante en la que la Virgen de los Dolores volvió a deslumbrar al aparecer ante una de las plazas más emblemáticas de la ciudad . La música, la luz, el murmullo emocionado del público y el rezo silencioso de los hermanos crearon una atmósfera irrepetible, donde todo se detuvo por un momento para rendirse ante Ella. El cortejo continuó su discurrir por la calle Cardenal Spínola, avanzando con paso firme y acompasado hasta la plaza de la Gavidia, donde el sol seguía acariciando el rostro de la Virgen de los Dolores, que parecía brillar aún más con cada rayo de luz. Desde allí, el itinerario siguió por la calle Baños, para cruzar después en la recién inaugurada calle María Santísima de las Tristezas con el retablo cerámico de la dolorosa de la Vera Cruz y la Virgen de los Dolores, dos de las tallas más impactantes del Lunes Santo y la Semana Santa. Fue entonces cuando el cortejo hizo un alto poco después. La imagen de la Virgen de los Dolores fue conducida hasta las puertas de la capilla del Dulce Nombre de Jesús, sede de la Vera Cruz. Allí, el silencio se tornó oración, y la cercanía entre ambas corporaciones —hermandades del mismo día, vecinas en sus templos y unidas cada Lunes Santo por la fe y la devoción compartida— se hizo palpable en un momento de fraternidad sincera. Siguió por Baños para plantarse ante el retablo cerámico del Cristo de la Vera Cruz y, pocos metros después ante la calle de Juan Borrero Rodríguez , historiador, proyectista, cofrade, una de las personas más relevantes de la Semana Santa de Sevilla y de Las Penas, porque casi toda la personalidad de esta cofradía nació de sus manos. El sol alumbraba a la Virgen perfectamente ataviada por Antonio Bejarano, con su mirada fija al cielo porque esta imagen mira hacia todos los hermanos que han pasados en estos 150 años y cuida de los que mantienen esta hermandad día a día. Antonio Santiago, que de esto sabe y mucho, supo en todo momento dónde detener el paso, con la maestría y sensibilidad que lo caracterizan. Cada parada fue medida, pensada, vivida; para inmortalizar instantes únicos y para que los hermanos y devotos pudieran disfrutar plenamente de cada detalle de este traslado. Era los últimos compases, la Virgen se adentraba en Miguel del Cid, le esperaban los naranos de la plaza Teresa Enríquez , de una calle engalanada con las colgaduras de las letanías de la Amargura, con una casa hermandad cubierta con una gran logra que refleja el aniversario de la corporación, detalles extraordinarios sin perder la esencia de la hermandad. A las dos y cuarto en punto de la tarde , como así miró su diputado mayor de gobierno en el reloj, tal y como estaba marcado, se posaban los zancos en el presbiterio del retablo mayor, d ándose por finalizado uno de los actos más esperados del 150 aniversario, pero esto no queda aquí, la hermandad trabajará cada día y cada hora para continuar el programa previsto que será culminado con la procesión del Señor de las Penas desde el convento del Buen Suceso hasta San Vicente.