Zarzuela: unidos en torno al Chateau Margaux
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Una nueva temporada, y con esta van diecisiete, en que la Compañía Sevillana de Zarzuela comienza su andadura con el ardor y el ímpetu que la caracteriza. Y lo hace con un título en el que el vino termina uniendo a criados y señores, los hace confidentes, los lleva a constituirse en una especie de familia con mucho que compartir. Por otro lado, la figura del criado José se mueve entre Andalucía y Galicia , entre Sevilla y Santiago , lo que a su vez resulta un acercamiento musical a las dos tierras desde el mismo preludio, entre unos aires de gallegada y el vals de Angelita que, aunque malagueña de origen, pertenece por linaje a una clase social diferente, como se demuestra entre los ritmos populares del criado y los más exquisitos y refinados del vals. Amando Martín sustenta muy bien el papel de criado de las dos identidades, al hablar con una mezcla de musicalidad gallega cuando quiere ser criado de un señor y la más sevillana cuando se dirige a su mujer o va tomando confianza con su ama. Voz recia, que va distendiendo, y que se mueve entre la de barítono y algunos colores atenorados, dentro de una dicción estupenda. Excelente no sólo como actor, sino en el doble rol de cantor andaluz y casi trovador gallego (hay una melodía que se diría sacada de las mismísimas cantigas) La Angelita de Paula Ramírez nos va descubriendo a una soprano que se va afianzando dentro de la compañía, no sólo por su papel protagonista, sino por un registro muy cuidado, equilibrado, que igualmente procura que se la entienda y que se lanza repetidamente al sobreagudo sin miedo y con tino. En principio pensamos que se apoya cuanto puede en la impostación para conseguir el volumen, que lo hace muy bien, pero aún para el número estrella de la zarzuela -el referido vals de Angelita- tiene que expresar el cambio de la señorita de colegio inglés a la malagueña que lleva dentro, y que con un buen vino no le importa subir el tono delante de quien se le ponga. Ese desahogo, esa impertinencia, ese descaro al que el Chateau Margaux la lleva tiene que sacarlo del todo Marta García-Morales (Teresa) , la criada que se duerme donde pilla y que se levanta al son de la guitarra es de voz bien moldeada, dúctil, limpia y muy expresiva, capaz de simultanearla con la dirección de escena, que aún con un solo escenario -o precisamente por ello- necesita del necesario movimiento teatral. La malagueña Alicia Naranjo está cada vez más presente en las programaciones sevillanas, pero sin embargo no renuncia a este proyecto zarzuelístico desde hace años, aunque sea en un papel modesto, pero el único adecuado a su tesitura. Para colmo, tenía que cantar como una viejecita, y sólo salió momentáneamente viejecita artrósica para encajar dos tremendos agudos con su voz limpia, amplia, segura y atractiva. Bueno, y tuvo que hacer de pareja del torbellino Sánchez-Rivas, tremendo dinamizador y efervescencia de este hermoso proyecto. Dejamos para el final a Andrés Merino , que ha sido otro que ha asumido un rol menos presente de lo que su voz merece pero, como en el caso anterior, es el más adecuado para su voz de barítono, y no iba a dejar de hacerlo por ello. Puede que nos quedáramos con ganas de más, pero es lo que había. Todo un portento de emisión, inteligibilidad, de expresión, de musicalidad y de lo que se quiera. Elena Martínez dirigió con la naturalidad y oficio que suele, y sobresalimos un momento apenas empezada la obra, en el preludio, en el que resume algunos de los temas que vendrían después, pero que al llegar al fragmento que anticipaba el famoso vals lo clavó en su lectura elegante y dicharachera a la vez. Verdaderamente parecía puro canto. Javier Sánchez-Rivas nos daba la bienvenida para la nueva temporada con tres funciones y tres llenos, y nos prometía más y más con la energía y la pasión que pone a todo.