¿Quién fue el primer peregrino del Camino de Santiago?
Alfonso II el Casto abrió la ruta con el Camino Primitivo y marcó el inicio de una tradición que todavía sigue viva
Descubre el capítulo anterior a este: el origen del camino de Santiago
El origen del Camino de Santiago no se entiende sin la figura de Alfonso II el Casto, rey de Asturias entre los años 791 y 842. Considerado el primer peregrino de la historia del Camino, su nombre está ligado no solo a la devoción al Apóstol Santiago, sino también al nacimiento de una de las rutas más importantes de Europa medieval.
Su reinado abarca finales del siglo VIII y principios del IX, una etapa decisiva para la consolidación del reino asturiano como bastión cristiano frente a las fuerzas musulmanas en la península. Pero su legado no se limita a la política o la guerra: su fe y su decisión de peregrinar marcaron el inicio del culto jacobeo.
Un hallazgo que lo cambió todo
El acontecimiento que motivó este viaje fue el descubrimiento del sepulcro del Apóstol Santiago en el año 813. La tradición cuenta que un humilde ermitaño, Pelayo, observó varias noches luces misteriosas en el monte Libredón. Intrigado, lo comunicó al obispo Teodomiro de Iria Flavia, quien decidió comprobarlo. Juntos hallaron un sarcófago con tres cuerpos, uno de ellos identificado como el del Apóstol Santiago.
Cuando la noticia llegó a la corte asturiana, Alfonso II comprendió la importancia del hallazgo. No solo se trataba de un hecho religioso, sino de una oportunidad para reforzar la identidad cristiana en plena Reconquista. Así comenzó la primera peregrinación documentada a Compostela.
Viaje de fe y poder
El rey partió desde Oviedo y emprendió un recorrido por senderos abruptos y montañosos hasta llegar al lugar del descubrimiento. Esta ruta inicial, que atravesaba verdes valles y pasos de montaña, es la que hoy conocemos como el Camino Primitivo, considerado la primera senda oficial del Camino de Santiago.
Para Alfonso II, este desplazamiento fue mucho más que un gesto piadoso. Su peregrinación combinaba fe y política, un mensaje claro de alineación con la cristiandad occidental en un momento de tensiones con el poder musulmán en la península.
El inicio del culto jacobeo
El viaje no terminó con la veneración de los restos. El monarca asturiano ordenó construir una iglesia en honor al Apóstol, sobre la misma tumba hallada en Libredón. Aquel templo primitivo fue el punto de partida de la actual Catedral de Santiago. Además, Alfonso II quiso rendir un homenaje singular al santo: encargó la elaboración de una cruz para coronar el sepulcro.
La leyenda envuelve este episodio con un halo de misterio. Se cuenta que, al visitar el taller donde se fabricaba la cruz, Alfonso II la encontró terminada, flotando en el aire y brillando con fulgor celestial. Los orfebres, autores de la obra, habían desaparecido sin dejar rastro ni reclamar pago alguno.
Con estos gestos, el rey no solo consolidó el culto al Apóstol, sino que dio el primer paso para convertir Compostela en un centro espiritual que atraería a peregrinos de toda Europa.