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Club de padres de 'Aitaners'

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Abc.es 
Cuando el concierto terminó, fui al servicio. Como suele pasar en este tipo de eventos, la cola para el de chicas ya llegaba al término municipal de Coslada, pero en el de chicos era inexistente. Es increíble observar con qué facilidad se organiza el sexo masculino , con qué pericia se desenvuelve en situaciones como esta. Hay un punto marcial, algo que nos lleva a actuar como una unidad, como un enjambre o un hormiguero, con diligencia extrema, disciplina soviética y un plan de ahorro de tiempos como de tesina de ingeniero industrial. Yo entré al baño el primero y ocupé el segundo urinario de los cinco que había en la pared. El segundo compañero que entró se puso, evidentemente, en el cuarto; hay una especie de ley no escrita entre hombres que nos obliga a dejar un espacio libre entre varones que orinan. El tercero que llegó se colocó en el primer lugar, es evidente que no tiene sentido ponerse en el urinario del medio para tener a dos tipos a los lados, con sus respectivos miembros en la mano, cuando podrías tener solo a uno. Un tipo, no un miembro. Que también, claro. Y con la misma lógica, el cuarto que entró ocupó el quinto puesto, por lo que el último se tuvo que conformar con el del medio, que es el peor. Pero así son las cosas. Cuando un hombre orina de pie ha de mirar fijamente la pared que tiene delante y, alternativamente, a su pene. No hay más opciones porque, mires donde mires, en un baño solo hay hombres y penes , penes y hombres, y es bastante violento toparte con cualquiera de las alternativas. Y más violento, si cabe, que se crucen las miradas entre señores que sostienen sus respectivos miembros. Así que mirada al frente , como burros con anteojeras y concentración en la próstata. Se tarda tiempo en terminar, hay que recordar que el concierto duró casi tres horas. Y, en mi caso, fui obligado a ir tres horas antes para no perdernos ningún detalle de la nada más absoluta. Pero son sus costumbres y hay que respetarlas. Como, tras seis horas, se tarda tiempo en terminar y todos estábamos mirando la misma pared, surgió espontáneamente una conversación. La inició uno con acento andaluz: «Muy bien chicos, pues esto ya está hecho. Vamos que nos vamos, enhorabuena a todos». Respondió el más mayor: «Eso es chicos, bravísimo, lo hemos bordado, muy bien, muy bien, muy bien». Y el de mi derecha: «Y no os quejéis que han salido los Hombres G , menos mal que alguien se acuerda de los padres cuarentones». Y comenzaron a entrar nuevos compañeros, que, viendo el panorama, se unían al clima de euforia con aplausos nerviosos, convirtiendo el baño en algo así como el vestuario del equipo de 'casados' tras el partido contra los solteros. «Bien chicos, bien, esto ya está hecho, no ha sido fácil, pero hemos podido con ello. Ahora a casa con las niñas contentas y a otra cosa, fenómenos. ¡Bravo!». Había cierto orgullo en ese baño y con la misma diligencia con la que entramos fuimos saliendo en otra secuencia como de ballet ruso: subida de bragueta, breve lavado de manos y secado reglamentario en los pantalones para dejar el puesto en las mejores condiciones posibles a otros compañeros que, en idéntica situación, iban entrando, incorporándose al orden y al entusiasmo establecidos por los padres fundadores y uniéndose de modo natural al ambiente festivo de quienes saben que acaban de puntuar en campo visitante, de todos esos hombres que empezaron el día en cualquier punto de España, pero lo terminan en un humilde servicio público, unidos por una complicidad invisible, con la eficiencia y la cooperación en máximos y la satisfacción disparada tras haber sido capaces de hacer felices a sus hijas de nuevo. Eso y no otra cosa es lo que hacemos los hombres de verdad. Así que miradita a la cola del servicio de chicas, sonrisa condescendiente y para casa. Misión cumplida.