Arqueólogos hallan en Australia misteriosas marcas hechas con los dedos hace miles de años
La investigación busca únicamente reconstruir una estética prehistórica, sino entender cómo las personas del pasado habitaban lo sagrado
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En un rincón remoto del sureste de Australia, ocultas entre los pliegues oscuros de una cueva de piedra caliza, se han documentado recientemente unas marcas milenarias que desafían los límites convencionales del arte rupestre. Se trata de los llamados finger flutings, surcos dejados por dedos humanos sobre superficies blandas en lo más profundo de la cueva New Guinea II, situada en el valle del río Snowy, dentro del territorio GunaiKurnai, al este del estado de Victoria. Este hallazgo, protagonizado por un equipo interdisciplinar junto a la comunidad aborigen local, permite reconstruir gestos ancestrales en un espacio al que no llega la luz del sol.
Un estudio marginal hasta la fecha
Los finger flutings son grabados realizados directamente con los dedos sobre materiales blandos como montmilch (una forma de carbonato cálcico) o arcillas húmedas, presentes en el interior de algunas cuevas de caliza. A diferencia del arte figurativo con pigmento, estas incisiones son difíciles de detectar, fotografiar y conservar. En Australia son escasos y su estudio ha sido hasta ahora marginal en comparación con el arte rupestre de Europa. El uso de técnicas fotogramétricas de alta resolución ha permitido, por primera vez, capturar con detalle tridimensional estos trazos en la cueva de New Guinea II.
Su presencia en Australia es rara
La ubicación no es trivial. Los grabados se encuentran exclusivamente en zonas de la pared que brillan tenuemente debido a diminutos cristales de calcita, visibles solo bajo luz artificial tenue. Según las interpretaciones basadas en relatos etnográficos del siglo XIX, es probable que las marcas fueran realizadas de forma deliberada para “tocar el poder” de esos cristales, como parte de rituales vinculados a los mulla-mullung, figuras de medicina y sabiduría entre los GunaiKurnai. Este gesto de contacto con lo mineral sugiere un vínculo espiritual con el paisaje subterráneo.
Aunque los finger flutings han sido documentados en más de treinta cuevas del sur de Europa, su presencia en Australia es rara y ha sido poco explorada. En el caso de la cueva New Guinea II, las excavaciones arqueológicas anteriores ya habían identificado niveles de ocupación humana que se remontan al menos a 25.000 años. Sin embargo, la cronología exacta de los grabados sigue siendo incierta. Las investigaciones actuales incluyen análisis de micromorfología del suelo y extracción de ADN sedimentario para buscar restos microscópicos que permitan fechar indirectamente los gestos humanos que originaron estas marcas.
Los análisis apuntan al Holoceno
El equipo dirigido por Bruno David (Monash University) y la GunaiKurnai Land and Waters Aboriginal Corporation ha excavado bajo los paneles de grabados, en el corredor de acceso y en zonas cercanas a entradas colapsadas de la cueva. Hasta el momento no se han hallado restos visibles como herramientas, huesos o hogares, pero sí diminutas partículas de carbón vegetal que están siendo datadas mediante técnicas avanzadas de luminiscencia y radiocarbono. Estas pruebas preliminares indican que las capas sedimentarias superiores, donde se encuentran estos fragmentos, pertenecen al Holoceno.
Lejos de tratarse de simples garabatos o marcas fortuitas, como algunos arqueólogos del siglo XX llegaron a considerar, los finger flutings han cobrado un nuevo protagonismo gracias al desarrollo de metodologías de registro visual y a un cambio de paradigma en la arqueología australiana. La reevaluación del arte no figurativo ha abierto la puerta a interpretar estos trazos como parte de un lenguaje simbólico, gestual o incluso comunicativo, aún por descifrar, pero profundamente significativo para sus creadores.
El estudio también busca entender cómo las personas del pasado habitaban lo sagrado
La investigación, publicada Arqueología australiana, no busca únicamente reconstruir una estética prehistórica, sino entender cómo las personas del pasado habitaban lo sagrado. Los científicos trabajan ahora con modelos digitales para medir con precisión las dimensiones de cada trazo y, potencialmente, deducir características físicas de quienes los realizaron. Algunos surcos, por ejemplo, muestran dimensiones compatibles con dedos infantiles. Este enfoque permite vislumbrar una arqueología de los cuerpos, de los gestos y de los sentidos.
Aunque el proyecto aún se encuentra en fase de análisis, su impacto es ya evidente. Revela una forma de arte íntima, sensorial y no visual, que requiere presencia física para ser comprendida. En tiempos de tecnologías invasivas y arqueología digital, estos trazos silenciosos, dejados en la penumbra hace miles de años por dedos humanos, reclaman una escucha atenta. El eco de esos gestos sigue resonando en las paredes de la cueva, y ahora, también, en el relato científico.