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Xi y Putin: camaradas en tiempos de rivalidad global

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El abrazo entre Rusia y China es cada vez más estrecho. Y todo indica que está destinado a intensificarse. La idea de que Occidente pueda replicar una maniobra al estilo «Nixon a la inversa» -seduciendo a Rusia para apartarla de China, como pareció insinuar la Administración Trump- se desvanece. Desde el estallido del conflicto en Ucrania, el régimen de Xi Jinping ha sostenido a Moscú con un comercio robusto, centrado en los hidrocarburos, ha ofrecido un escudo diplomático en foros multilaterales y ha fortalecido lazos mediante ejercicios militares conjuntos. Todo ello, mientras mantiene una fachada de neutralidad que enmascara su respaldo con una calculada ambigüedad. El liderazgo chino ha anclado al Kremlin como su alfil indispensable, forjando esta férrea coalición que resiste los embistes de la beligerancia.

Pekín, que ha apuntalado a Moscú con un salvavidas económico en estos años de conflicto, no tiene intención de desprenderse de su aliado euroasiático. El cálculo es tan astuto como pragmático: una resolución del conflicto ucraniano podría liberar a Washington para redoblar su presión en el Indo-Pacífico, colocando a China en el centro de su diana estratégica. «Nuestras naciones deben consolidar su respaldo mutuo, blindar sus intereses de seguridad y desarrollo, cohesionar al Sur Global y moldear un orden internacional más justo», afirmó Xi Jinping en un reciente encuentro en Pekín con el ministro ruso Sergei Lavrov.

Con tono desafiante frente a las bravatas de Trump, Lavrov sentenció: «Nuestros socios no nos dejarán en la estacada». En opinión de analistas chinos, el aventurerismo militar de Rusia ha contribuido en realidad a la aparición de un nuevo enfrentamiento entre bloques, reforzando la hegemonía de Estados Unidos sobre sus aliados, comprometiendo la autonomía estratégica de Europa e intensificando la presión estadounidense en el mar de China Meridional y, especialmente, sobre Taiwán. Sin embargo, las acrobacias estratégicas de Trump en relación con Ucrania, la OTAN y la política comercial han contribuido a abrir nuevas e importantes grietas en la cohesión transatlántica. En medio de estas grietas, Pekín puede verse ahora tentado a explotarlas -e incluso amplificarlas- para inducir a Europa a volver su mirada hacia el Este en busca de nuevas garantías de seguridad y desarrollo.

La guerra de Ucrania marcó un hito: El aislamiento de Rusia y las sanciones impuestas a su economía empujaron a Moscú a buscar la «protección» china. Los beneficios fueron mutuos. Rusia ganó un mercado para sus recursos energéticos y una fuente vital de bienes de consumo y tecnología. Pekín, a su vez, se aseguró un acceso preferente a las materias primas rusas mientras trabajaba para construir un frente más amplio para un orden internacional «multipolar» que no esté abrumado por la preeminencia de Estados Unidos.

La relación cimentada por la camaradería entre los camaradas, exhibe una solidez y lealtad a prueba de tiempo. Desde 2013, Xi ha visitado Rusia 11 veces y se ha reunido con Putin en más de 40 ocasiones, tejiendo una confianza que sustenta su cooperación. Según el Center for European Policy Analysis, ambas potencias han alcanzado una coordinación sin precedentes en comercio de energía, electrónica y transporte, aunque la balanza se inclina: Moscú depende más de Pekín que al revés. Esta dinámica se reforzará en la próxima visita de Putin a China, del 31 de agosto al 3 de septiembre, para la cumbre de la OCS, conversaciones bilaterales y la conmemoración del 80 aniversario de la victoria china contra Japón.

Con todo, a finales de mes, la Unión Europea y el liderazgo chino se sentarán a la mesa en una cumbre clave. Sin embargo, en lugar de tender puentes con gestos conciliadores, previamente Pekín ha optado por una jugada desconcertante sobre Ucrania: Rusia no puede perder. Esta postura, inusualmente franca para la diplomacia china, destapa una visión más beligerante de lo habitual. Según el South China Morning Post, cada vez más alineado con el régimen comunista, el canciller chino Wang Yi advirtió a Kaja Kallas, alta representante de la UE, que una derrota rusa liberaría a Washington para centrarse en el Indo-Pacífico, un escenario inaceptable.

Aunque Wang negó un apoyo militar o financiero directo al esfuerzo bélico ruso, afirmó que, de haberlo, el conflicto ya habría concluido. Esta declaración, que sutilmente relega a sus vecinos a un segundo plano militar, revela las verdaderas intenciones chinas, rompiendo con su habitual retórica neutral y sorprendiendo a los europeos con su tono directo. Análisis más recientes muestran que el respaldo de la cúpula china al Kremlin durante casi tres años no responde a un impulso táctico, sino a un cálculo estratégico frente a una rivalidad cada vez más intensa con Washington.

En este contexto, Pekín busca blindar su frontera norte y asegurar un aliado confiable para contrarrestar la influencia occidental en Asia Central. Por ello, no escatima en desplegar capital político y económico a los rusos, cuya postura autoritaria y antioccidental se alinea con sus intereses. La actitud revisionista de Moscú se convierte en un activo clave para Pekín: un socio que desvía recursos de Estados Unidos y sus aliados en Europa y Oriente Medio. Lejos de debilitar esta dinámica, la guerra en curso la consolida. No obstante, el apoyo chino tiene límites. Cuando la ambiciosa ofensiva rusa, concebida como una operación relámpago, se estancó en una batalla de desgaste frente a una alianza occidental, Pekín recalibró su estrategia con precisión. Ninguna de las dos partes ha revelado nunca si Putin advirtió por adelantado a su amigo de su intención de lanzar una invasión a gran escala. Sin embargo, es muy probable que, como mínimo, señalara sus planes de emprender acciones radicales contra Ucrania.

Así lo demuestran, por ejemplo, los cambios en las narrativas propagandísticas chinas. Además, el contenido de la declaración conjunta sobre las relaciones internacionales que entran en una nueva era y el «desarrollo sostenible global», emitida el 4 de febrero de 2022 durante la visita de Putin a Pekín, sugiere que se aseguró dicho apoyo para tales pasos radicales. Sin embargo, lo más probable es que Putin presentara al líder chino un escenario en el que él mismo creía: una operación rápida y relativamente inocua en lugar de una prolongada guerra a gran escala. Esto explicaría la falta de preparación de la diplomacia china para la evacuación de sus ciudadanos.

El Dragón ha adoptado una estrategia dual que combina el apoyo tangible a su aliado con la retórica y los gestos diseñados para crear la impresión de que se ha distanciado de Rusia al tiempo que proyectaba una fachada de neutralidad china. El objetivo principal era ayudar a la economía rusa a resistir las sanciones occidentales y garantizar que el Kremlin pudiera mantener su esfuerzo bélico. Al mismo tiempo, ambas partes han estado trabajando para desarrollar mecanismos que hagan su cooperación económica más resistente a las sanciones occidentales, como la realización de transacciones en yuanes y la exploración de métodos de liquidación alternativos.

Además, China ha emprendido varias iniciativas para establecer líneas rojas a las acciones de Rusia. En particular, durante la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada en Samarcanda en septiembre de 2022, Xi expresó su apoyo inequívoco a la independencia de Kazajstán y de las demás repúblicas de Asia Central. Además, ha emitido varias declaraciones públicas y privadas que reafirmaron su oposición al uso y la proliferación de armas nucleares.