Carlos Alsina: «El antes y el después con Yolanda Díaz son muy gratos»
La voz es un machete que desbroza la madrugada: hay que poner en limpio varios cataclismos. Porque los políticos, qué fatiga, no dan tregua. Están los locutores de radio y luego tenemos a Alsina, que se lleva al tajo pólvora para todos aunque no todos lo sepan ver. España, la radio y él son así, señoras y señores.
¿Cómo es el después de una entrevista con Yolanda Díaz?
Muy grato. Es decir, el antes y el después son incluso más gratos que la conversación porque ella es muy... cálida. La última vez que vino, saludó a cada uno de los que estábamos aquí y sabía cosas de todos. Y aunque durante la entrevista hubo momentos de apretar o insistirle en algunos temas, al terminar no solo no hizo referencia a ellos sino que fue todavía más grata que al llegar. Muy agradable, he de decir.
Resulta fascinante el modo en que estructura el lenguaje. No me refiero a usted, sigo con Díaz.
(Ríe). Creo que ella tiene una manera de expresarse en la que su punto de vista manda sobre todo lo demás. Hubo una época en la que yo hacía la broma de «Yo, Yolanda», porque tengo observado que cuando ella emite una opinión siempre empieza hablando de sí misma. Un asunto es grave porque a ella le parece grave. Y de ahí esa autorreferencia constante, porque ella (vuelve a reír) es muy autorreferencial, o a mí me lo parece. Y luego, tiene una manera de... dices tú de «estructurar las frases». Creo que eso también tiene mucho que ver con los vicios del hábito de la política, el tener que colocar determinados mensajes casi a cualquier precio.
Y esquivar la pregunta.
Y esquivar la pregunta. Son dos cosas que están muy relacionadas. No sé si se lo enseñan o se adiestran en ello, pero es muy de la actividad política colocar el mensaje, esquivar la pregunta y responder largo para evitar que pueda haber muchas preguntas. Y de esas tres cosas, a mí la que más me incomoda es la última, claro, porque es la que más te dificulta tener una conversación que pueda abarcar varios asuntos.
"Procuro que todo entrevistado pueda desarrollar un argumento porque entiendo que es a lo que tienen derecho, a que se les deje explicarse"
Y cien mil digresiones que no acaban nunca. Porque se sabe cuándo empiezan, pero no cuándo van a concluir.
Y ahí la dificultad es interrumpir la digresión. Procuro que todo entrevistado pueda desarrollar un argumento porque entiendo que es a lo que tienen derecho, a que se les deje explicarse. Pero cuando más que un argumento es una concatenación de no se sabe qué... Es verdad que llega un momento en el que no sabes hacia dónde van la respuesta y la conversación, y entonces eso te genera mucha dificultad. Y hay otro momento muy difícil para alguien que hace una entrevista a un cargo público, que es cuando en una respuesta te abren mil caminos a la vez. Porque es muy difícil continuar la conversación cuando te han abierto siete posibilidades distintas o cuando te han dicho siete cosas a la vez, ninguna de las cuales es exacta. Y no sabes por cuál empezar para matizar o para corregir o para repreguntar.
¿Cuando entrevista a un político se muerde la lengua en exceso o lo justo?
Creo que no me la muerdo nada. Otra cosa es que se me quede algo por decir, pero más por falta de tiempo que de ganas. No, yo pregunto todo lo que me apetece preguntar o todo lo que creo que tiene sentido preguntar. Preguntaría más cosas, es verdad, pero nunca dejo de hacer una pregunta porque crea que puede incomodar a alguien. Porque, además, como ya llevamos un tiempito (ríe) ya están hechos a la idea de que lo raro es que no haya algún momento incómodo, para ellos o para mí. Porque, a veces, también hay momentos incómodos para el entrevistador. Como cuando el entrevistado te pregunta a ti, por ejemplo. Pero creo que esa es la esencia de una entrevista.
Algunos lo tachan de «killer» y otros, de tibio. ¿Ambos extremos se equivocan?
No, ambos extremos aciertan. Al final, lo que están expresando son sus opiniones o puntos de vista. Y están diciendo cómo habrían hecho ellos o ellas esa entrevista. Dependiendo de eso, te perciben o muy incisivo y muy duro o muy blando o muy tibio. Creo que tiene más que ver con eso que con cómo se desarrolla una entrevista. Y ya no te cuento cómo respira el que está aquí sentado, o sentada, que siempre le va a parecer que has sido mucho más duro con él que con cualquier otra persona del mundo. También te digo que cada día es cada día y que uno tiene días mejores y días peores. Y hay días que los temas que salen en la conversación los tienes más trabajados porque hablas de ellos todos los días, y entonces es más difícil que no repliques o que no repreguntes, mientras que hay otros días en los que los temas son menos de uso común, digamos. Igual los conoces menos y eres menos capaz de darle la réplica a quien te los está contando. Hay de todo.
"No veo nuestro oficio como poner y quitar ministros, poner y quitar gobiernos, conseguir que ahora gobiernen los de enfrente. Yo estoy para decir cada día lo que pienso de lo que veo y de lo que pasa"
No obstante, convendrá conmigo en que no se puede gustar a todos y en que la neutralidad, en periodismo y quizá en todo, es una quimera.
Creo en el intento de ser justo en tus apreciaciones y con quien tienes aquí sentado haciéndole una entrevista. Esa es la aspiración, realmente. Intentar tratar con los mismos criterios de valoración a todo el que hoy es protagonista, independientemente de si a mí me cae mejor o peor, que también lo hay, claro. O sea, a mí hay personas que me caen mejor y personas que me caen peor. Personas con las que me entiendo mejor y otras con las que me entiendo peor. Personas de las que tengo mejor opinión y de las que tengo peor opinión. Pero se trata de que todo eso no condicione ni la opinión que yo expreso todos los días sobre lo que hace dentro del mundo, ni la conversación. No es tanto la neutralidad o la objetividad como la honradez a la hora de plantearte cómo ves las cosas. Y de intentar no maquillar ni exagerar.
¿Todo periodista líder de opinión busca, aunque sea inconscientemente, su «Watergate», dar esa noticia capaz de derrocar a un gobernante?
(Ríe). No lo creo. Nunca he aspirado a derrocar a un gobernante, ni siquiera a que dimita un ministro o un director general. No sé si alguna vez he exigido la dimisión de alguien abiertamente. Otra cosa es que de lo que estoy diciendo se pueda desprender que, en mi opinión, alguien debería irse a su casa, que eso sí ha pasado. Ha pasado. Pero decir abiertamente: «Usted tiene que presentar la dimisión», no recuerdo un caso. Puede que lo haya habido, ¿eh? Pero no creo que ese sea el papel de quienes nos dedicamos a esto. Lo que tenemos que hacer es ofrecer los elementos necesarios para que quien te está escuchando diga: «Pues claramente este señor del que está hablando tendría que haberse ido a su casa ya». No creo que aporte nada que uno lo verbalice explícitamente. Porque, además, nadie te va a hacer caso. Por muy líder de opinión que digas que eres, nadie va a dimitir porque lo haya dicho un periodista, dos, tres o veintisiete. Pero no veo nuestro oficio como poner y quitar ministros, poner y quitar gobiernos, conseguir que cambien, conseguir que ahora gobiernen los de enfrente. Eso no tiene nada que ver conmigo. Yo estoy para decir cada día lo que pienso de lo que veo y de lo que pasa. Y si ahora está gobernando Sánchez, pues a él le caerán muchas más críticas que a otro.
Pero los medios de comunicación tienen un poder incontestable, puesto que influyen en la gente.
Y hasta ahí llega el poder.
Bueno, pero no es poco. Es mucho, de hecho.
Pero tampoco es tanto como nos quieren hacer pensar o como algunos de nuestro gremio quieren pensar. ¿Nosotros influimos en la gente? Influimos en la medida en la que se entiende que quien nos elige y nos escucha es porque le interesa o le sirve de algo lo que decimos. ¿Influimos? Sin duda influimos. Pero luego cada persona de las que nos escucha toma sus propias decisiones, y ahí creo que nosotros no llegamos ni tenemos por qué llegar. Quien nos escucha sacará sus conclusiones y, a partir de ahí, hará lo que quiera y votará a quien le dé la gana. No creo que sea tan automático como «escuchándome a mí sabe a quién tiene que votar», no lo creo. Y por eso pienso que, en muchos casos, sobrevaloramos nuestra profesión, nuestra influencia. A mí lo de los líderes de opinión me parece bastante relativo. Primero por el número de personas que en realidad te siguen en la tele o en la radio, que a todos nos gustaría que fueran muchas más de las que son.
"Pregunto todo lo que me apetece preguntar o todo lo que creo que tiene sentido preguntar. Nunca dejo de hacer una pregunta porque crea que puede incomodar a alguien"
No está usted para quejarse después de los últimos datos de audiencia que hemos conocido.
No seré yo, desde luego, quien me queje de los datos. Pero si vas mirando el número de oyentes que tenemos cada uno y los comparas con el total de la población, pues es una muy interesante cura de realidad. Yo llego a quien llego, y ya está. Lo que ocurre es que, muy a menudo, a quienes llegamos los que hacemos programas de mañana tiene mucho que ver con las personas, digamos, que están en posiciones más de influir ellas también en otros. O porque te escuchan muchas personas que están en la política o en el periodismo o en actividades que tienen más repercusión pública. Más que otras personas que igual no sabemos que están ahí pero que, efectivamente, están, gracias a Dios, escuchándonos cada día. Entonces creo que tendemos nosotros, y tienden sobre todo los actores de la política, a atribuirnos una importancia y un peso que está sobredimensionado. O a lo mejor lo quiero pensar porque eso me tranquiliza mucho.
En 1997 mi padre me regaló «Memorias de un reportero», de Walter Cronkite, y me puso una dedicatoria que decía: «El mundo de las letras es muy amplio. Quizá por este lado, el del buen periodismo, encuentres tu camino». ¿A usted le podrían haber «regalado» una dedicatoria similar en los 90?
Hubiera deseado mucho que me la hicieran. Con una salvedad. Si por el mundo de las letras entendemos la literatura, yo no me reconozco capacitado para ello. Lo que yo escribo, y escribo mucho todos los días, es para leerlo o decirlo yo, pero no creo que fuera capaz de escribir para publicar. Se podría publicar lo que yo he escrito, pero no sería lo mismo. ¿Por qué? Porque al texto que estoy pariendo una tarde le falta todo lo que yo sé que va a tener cuando a la mañana siguiente le ponga la voz.
Es que son dos fábricas distintas.
Exactamente. Son dos fábricas distintas. Y la ventaja que tiene para quienes escribimos para nosotros mismos, es que yo cuido el texto que estoy redactando cada tarde. Lo cuido. Pero a la vez sé que, aunque le falten elementos como texto, luego lo voy a poder mejorar al decirlo, porque le voy a poder añadir un montón de matices que el texto como tal no tiene. En la literatura, o tienes el talento de ser capaz de reunir todo eso en un texto, y yo creo que no lo tengo, o estás en manos de quien te lee. Mientras que en la radio se lo vas a poder poner tú. Para mí es muy fácil escribir para la radio y me parece inasumible, por mis limitaciones, dedicarme a la literatura. En ese sentido, de la dedicatoria que tú decías me quedo con la segunda parte. Pero le añado que, en mi caso, no es tanto el periodismo como la creación radiofónica.
¿La radio es el medio de comunicación más cálido?
Sin ninguna duda. Es el más cálido y el más inmersivo. A diferencia de la televisión y los periódicos, la radio tiene la gran ventaja de que estás dentro de ella porque está sonando a tu alrededor. Es como si tú estuvieras allí.
Esta sección lleva por título «¿Tienes fuego?». Se lo pregunto a usted: ¿tiene fuego?
(Ríe). Ya no. Fui un fumador absurdo, ridículo. Empecé a fumar muy tarde, como a los 28 o 29 años, y nunca aprendí a fumar bien. Y tuve una etapa de adicción porque en «La brújula» tenía el hábito, muy tonto, de encender el cigarrillo después de decir «buenas noches» para empezar la entrevista. Pero si me preguntas por otro tipo de fuego, sí, claro. Si no, ¿de qué iba a estar aquí todas las mañanas? Y como sientas que te está faltando un poco el fuego, tienes un problema.