Formentera, escapada «chill» para desconectar
Siempre es buen momento para descubrir Formentera. Ya sea para una estancia prolongada o una breve escapada es un destino con mucho que ofrecer al viajero que quiera desconectar de mundanal ruido en su ambiente bohemio y desenfadado. Mundialmente conocida por sus increíbles playas, la isla tiene, sin embargo, más por descubrir y es un destino ideal en el que refugiarse y disfrutar de la naturaleza y el deporte, la oferta gastronómica, los mercadillos o excursiones a sus «confines».
Con ese «mood» en mente, alojarse en el hotel «Paraíso de los pinos» es una opción perfecta. A tres km de la capital, Sant Francesc, en el corazón de la isla y rodeado de naturaleza, ofrece un ambiente relajado (de hecho, es frecuentado por quienes buscan tranquilidad y pasar desapercibidos), es el «campamento base» perfecto desde el que recorrerla en las bicis eléctricas para los clientes.
El complejo, que incluye suites y villas ubicadas entre bosques autóctonos y caminos de piedra que llevan al mar, cautiva con la energía tranquila de su belleza natural. Las amplias habitaciones cuentan con cocina completa, cafetera y café de selección de cortesía, salón y habitación cuyo baño –siguiendo la actual tendencia no apta para tímidos o pudorosos– está abierto al resto de la estancia. Solo el inodoro dispone de puerta.
El entorno, cuidado al detalle, cuenta con un precioso paisajismo del que se encarga con mimo (entre otras cosas) Quique. Las zonas comunes incluyen piscina, solárium, jardines con camas balinesas y espacio lounge (o haima). Y aunque no están permitidas las mascotas, se puede disfrutar del canto de los pájaros que habitan en los pinares aledaños e incluso en las propias instalaciones del hotel, o del croar de las ranas del estanque. Hay incluso tres gatos «residentes» adoptados que «hacen su trabajo».
Gestionado por Lina Bustos –natural de la isla, dejó su trabajo como ejecutiva en un laboratorio farmacéutico para hacerse cargo del negocio familiar– cuenta también con el restaurante «Es Mal Pas» en cuya carta conviven la cocina creativa y la tradición mediterránea, de la mano del chef Arnau Santos, cuyas creaciones pueden nacer en un paseo mañanero y materializarse en la cena. La suya es también una historia curiosa, pues la vocación culinaria le llegó hace once años, cuando su ocupación era muy diferente de la actual. Recomendados el tiradito de lubina ahumada con salsa cítrica de coco o el magret de pato con crema de boniato y espuma de chirivía y manzana.
Migjorn posee una belleza sin aditivos que le da un encanto primitivo, salvaje
A unos 10 minutos caminando se encuentra la playa de Migjorn, nombre que recibe el tramo sur de la costa y también la menos concurrida. Lejos del bullicio y muy distinta de la imagen que se suele tener de las playas de la isla, su arena es dorada y sus aguas no tan azules. Sin embargo, posee una belleza al natural, sin aditivos, que le dan un encanto primitivo y salvaje. Fruto del oleaje se pueden ver las raíces al descubierto de la vegetación que la rodea. Tiene también una zona nudista, lo que encaja muy bien con su espíritu.
Siguiendo con la visita a la isla, una obligada es la playa de Illetas, al norte. Sus aguas turquesas que parecen de ciencia ficción son un espectáculo irreal. Archifamosa –y con razón, pues no por nada ha sido declarada en alguna ocasión la playa más bonita del mundo– está enclavada en el Parque Natural de las Salinas, por lo que su acceso está restringido y hay que pagar para acceder a ella, pero el espectáculo de su arena blanca adentrándose como una lengua en las cristalinas y poco profundas aguas del Mediterráneo (que dan la sensación de estar en un atolón) formando una singular playa con dos orillas merece sin duda la pena.
Otra buena opción, aunque muy diferente, es acercarse a Ses Pujols, el centro turístico conocido por su vibrante vida veraniega. Su playa en forma de concha y salpicada de islotes, tiene también un agua cristalina marca de la isla. Más urbana, allí encontramos chiringuitos a pie de playa en los que reponer fuerzas mirando al mar y con los pies en la arena como «Nuu», un coqueto chiringuito con su carta breve pero solvente. O «Briss», en el extremo este, al que llegamos tras un paseo y está al final de la misma. Su ambiente ecléctico y desenfadado –en él se pueden ver turistas extranjeros, hippies bailando o lugareños charlando animadamente–, solo tiene dos «líneas rojas», «el reggaetón y los del Betis. Los demás son bienvenidos», apunta Víctor, el sevillano responsable del local. Aunque sirven desde brunchs a comidas, su fuerte es el tardeo para disfrutar con un mojito de mandarina de la puesta de sol. Tras la misma, una parada obligada es el mercadillo hippie que cada tarde se monta en el paseo a cargo de artesanos locales en los que comprar recuerdos de la isla, uno de los más populares de Formentera.
Con más de 30 rutas verdes para recorrerla a pie o en bicicleta son muchas las opciones que se presentan al viajero. Una clásica –imprescindible dirían algunos– es la visita al cinematográfico faro de Barbaría, en el cabo más meridional de la isla. Una buena idea es ir hasta allí en bici eléctrica pues con ella se puede acceder hasta el mismo faro, ya que no está permitida la entrada a vehículos y motos al parque natural que lo alberga. Su visión sobrecoge tras atravesar un campo de sabinas y pinos y la inmensidad del mar de fondo, un conjunto que invita a la introspección. No se olvide tampoco de bajar a la cueva foradada (agujereada) a pocos metros del faro, una gruta a la que se accede a través de un «agujero» en el suelo, y desde la que se puede otear un paisaje único de los acantilados que lo rodean.