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Июль
2025

David Uclés: «¿Realismo mágico? Yo diría que esta novela es costumbrismo mágico»

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Abc.es 
David Uclés (Jaén, 1990) comenzó a escribir 'La península de las casas vacías' en 2009, tenía 19 años. Hasta entonces había sido profesor de idiomas, estudiante de plástica, músico, buscavidas, lector voraz, traductor, muchacho feliz y de ahí en adelante impenitente escritor, 'chansonier' en París, pintor donde fuera menester… Quince años después, Uclés sigue siendo todo eso y más. Su novela (finalmente publicada por Siruela) sobrepasa las quince ediciones y arranca la ovación unánime de los lectores. Saga familiar, relato épico, suerte de 'Eneida' o 'Mil y una noches' de la Guerra Civil española, esta historia sorprende por su poderosa imaginación, su inclasificable belleza y su enternecedor sentido del humor. «Realismo mágico». Esa fue la etiquetaza que ya le han encasquetado los críticos literarios, habladores de libros y demás feriantes del mundo editorial. Razón no les falta a los sexadores de novelas, pero 'La península de las casas vacías' es otra cosa. «Yo lo llamaría más bien costumbrismo mágico», dice el propio David Uclés, desplegando una sonrisa que le adorna casi todas las respuestas. Con Uclés ocurre lo que con el talento cuando se manifiesta con fuerza: aun pareciéndose a algo, es distinto. Uclés muestra en su escritura una potente mezcla de tradición oral y poso lector (retumban Homero , Ovidio y Ferlosio) que convierte en épico y mitológico lo que para otros es fantástico. 'La península de las casas vacías' es su tercer libro publicado, pero el primero en provocar un estallido de estas magnitudes. Es la demostración de que es posible saltar la valla del realismo histórico para hablar de una herida que define a la España del siglo XX. Sobre estos temas: la novela, sus personajes, su estilo y su proyecto, pero también sobre su infancia, las friegas en la tripa, las lluvias de garbanzos y muchas más cosas, conversamos en esta entrevista, concedida poco antes de una pausa que ha hecho para someterse a una operación de corazón prevista para otoño y que en buena medida explica su humor luminoso y cervantino. «No me tomo la vida muy en serio. Tengo una arritmia que te da sustos muy cercanos a la muerte. Llevo diez años con ella. Me ha enseñado a vivir 'carpe diem'». Nieto de Odiseo Hubo varias versiones de 'La península de las casas vacías'. Tantas como tentativas por publicarla. A cada rechazo editorial le seguía un nuevo intento, que David Uclés registraba antes de seguir su camino. Esta novela, dice él, la ha escrito el tiempo. Pero también una imaginación desmesurada. A lo largo de sus setecientas páginas, narra la vida de los Ardolento, una extensa familia de campesinos del pueblo de Jándula -inspirado en su natal Quesada, en Jaén-, «que no eran de derechas ni de izquierdas, eran del árbol que más sombra les daba», y que por causa de la guerra se ve obligada a disgregarse por toda la Península. El territorio es ficticio en su totalidad: Iberia, un país ficticio que abarca España y Portugal. Dos hijos de Odisto Ardolento, José y Pablo, toman caminos opuestos en la guerra, y el propio Odisto se ve obligado a abandonar el pueblo. Un soldado que sabe que va a morir. Un narrador que se inmiscuye en la trama. Una sensación coral que guía al lector. «La novela se iba a titular Odisto, y el territorio de ficción, La Acequia. Pero pensé que tenía que ser algo más poético. Ese territorio es un trasunto del lugar jienense de Quesada. Al final, le puse Jándula, un afluente del Guadalquivir y que en árabe quiere decir Gracias a Dios», explica David Uclés. «Mi abuelo Luis, el que murió hace diez años, es el personaje principal de la novela: Odisto, por Odiseo. Quise hacer una épica antropológica sobre nuestro país. Quería un héroe, que en este caso fuera anónimo, que se viera forzado por las circunstancias a salir de su casa y a volver al final del libro. Y para mí tiene mucho de esa épica. Por eso la ubiqué en la Guerra Civil, porque creo que es la herida que nos define contemporáneamente. El último gran tajo, como decía Francisco Ayala, que nos hizo daño y que modula nuestra forma de ser y de pensar actual», dice, sosteniendo su boina entre las manos. Y sonriendo, claro. Siempre sonriendo. «La primera pieza fue la memoria de mi abuelo», asegura. Existe, sin embargo, una oralidad cuya lógica atraviesa la acción narrativa. Sin conformarse sólo a reproducirla, Uclés pone la memoria al servicio de la literatura. El resultado es una aventura escrita desde un tiempo casi mítico. «Yo crecí con costumbres que se mantienen desde los años treinta, como las friegas en el estómago que debe dar el quinto hijo, para quitarte el dolor de tripa, que eran las que me daba mi abuela, por ser ella quinta. En los pueblos recónditos, donde el tiempo pasa con una lentitud extrema, muchas de esas costumbres se han mantenido. Por eso las he tenido muy de cerca». Pintura y aventura Hay mucho más que la memoria de Quesada en estas páginas. Tras buscarse la vida y también pedir una beca Leonardo, emprendió un viaje de 25.000 kilómetros para recuperar la oralidad de España. David Uclés se revela ante quien lo lee y ante quien lo escucha como un muchacho alegre, aventurero y curioso. Un autor espabilado. A la pregunta sobre si existe una génesis del universo Uclés, el escritor contesta, espontáneo: «Cuando tenía 11 años, supongo, o más o menos a esa edad, un profesor nos dio un fragmento de 'Alfanhuí', de Ferlosio». Se refiere a 'Industrias y andanzas de Alfanhuí', una novela de género picaresco del escritor español Rafael Sánchez Ferlosio , publicada en 1951. «Recuerdo que el maestro nos dijo: pintad lo que os evoque. Fue ahí, también, cuando empecé pintar, que durante muchos años es lo que me ha dado de comer, la pintura». No es extrañar que Ferlosio, cuyo influjo se percibe muy de cerca, y la pintura desataran un huracán. Esa disciplina artística, asegura Uclés, configuró su forma de narrar. También el paso de unos años muy bien vividos. Su padre, que es guardia civil, le dijo que opositara para una plaza en la Benemérita. Pero él no le hizo demasiado caso y siguió a los suyo. «A los 18 años, me voy de casa. Viajo a Toulouse; Paris; Annecy, en los Alpes; a Alemania, al lado de Colonia, en Münster, y en Essen, al sur de Inglaterra. Después estuve en Galicia cuatro años, en Verona, en País Vasco, en Córdoba, en Granada... Cada año me movía y últimamente me mudaba para el libro. A los 32 años, me encuentro con que quiero retomar otra vez la escritura. Ya tenía mil páginas, porque eran mil. Estaba yo en París y pensé: «Dios mío, necesito algo que me motive para otra vez. ¿Y si me voy a los Alpes e investigo qué pasó con la gente que ya había sufrido la guerra y que luego se alistaron en la resistencia contra el nazismo?». Así que eso hice. Y fue fascinante, cerca de Glières, en esa montaña, alrededor de 200 personas de España se unieron contra la Alemania de Hitler. Eso me dio motivación para empezar otra vez a reescribir el libro». El resultado es esta novela que bebe de todo y lo transforma en un hallazgo editorial cuyos derechos han sido vendidos en traducción a ocho países, entre ellos el francés, el inglés y el sueco. ¿Es verdad que, de no triunfar, se habría hecho panadero? Es que tengo ganas de aprender a hacer pan. Soy feliz viviendo. No quiero dedicarme únicamente a escribir. No tengo esa presión ni esa arrogancia de decir que es lo único que sé hacer. He sido camarero, traductor, pintor. Vivo en un 'carpe diem' continuo y esa tranquilidad de decir «estamos dos días aquí», no hay que sufrir tanto, hay que darle un toque de humor a la vida. ¿Cuántos ha escrito en total, incluido este? Cuatro. Dos ya publicados, este, 'La península de las casas vacías', y el que saldrá después, que está casi terminado y lo hará muy pronto. ¿Cómo se titulan los más antiguos? El primero 'El llanto del león', que publiqué con ediciones Complutense. El segundo es 'Emilio y Octubre', con el sello Dos Bigotes.