La urgente necesidad de actualizar el diálogo mundial
El horror de dos guerras mundiales impulsó a los Estados - hace ocho décadas- a renunciar al uso de la fuerza como medio para resolver disputas. ¿Cómo? A través de la firma consensuada de la Carta de las Naciones Unidas.
En la actualidad, lejos del optimismo fundacional de 1945, la comunidad internacional asiste con preocupación a la creciente violencia entre naciones como aquella generada en Medio Oriente y en Europa oriental.
En todos estos escenarios, potencias militares han actuado con una preocupante indiferencia frente al derecho internacional. Ante ello, el secretario general de la ONU, António Guterres, insiste en que “la Carta de las Naciones Unidas no es (de cumplimiento) opcional”.
No obstante, aunque los tambores de guerra parecen resonar con fuerza últimamente, es importante afirmar, como sociedad que insiste en la construcción de civilización, que el multilateralismo no ha claudicado por completo.
Las instituciones, aunque debilitadas, aún resisten. La legalidad internacional, si bien está vulnerada, sigue ofreciendo una plataforma para la rendición de cuentas y el freno a los impulsos autoritarios.
Al respecto, el papa León XIV ha advertido que es “vergonzoso para la humanidad” que el derecho internacional haya sido desplazado por el supuesto derecho de imponer por la fuerza.
En esa línea, es propio traer a la memoria a la pensadora que estudió cómo surgen los totalitarismos que permitieron hechos abominables como los ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial a manos del nazismo: Hannah Arendt.
La filósofa afirmaba que “el totalitarismo se funda en el aislamiento, y el aislamiento es la esencia del terror“. Y esa tentación de ensimismamiento individual que puede traer las dinámicas sociales y económicas recientes potenciadas por la revolución tecnológica aún en proceso, debe ser combatida con la urgente inclusión del asunto colectivo como único medio para evitar la desaparición de pueblos y la latente posibilidad de la extinción como especie.
El momento actual es uno aciago, comparable por su incertidumbre a los años previos a las guerras mundiales del siglo XX. Es por eso que el aniversario de la Carta de la ONU debe ser un llamado urgente a que la paz no es jamás el resultado del poder, sino del compromiso con la preservación de la humanidad.