La palabra imaginada (39): Matisse con Jesús Pino
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Juego de bolas El día otorga la divinidad al momento más repentino. No añoro la infancia cuando alojo en ella lo que resta en mí de sagrado. La diosa absorta en su juego, invencible en lo insensato. Me pregunto si será el tiempo el adversario La ventana azul No tengo hijos para contarles que la nube oval es perfecta, que si la caducidad monta su jamelgo enfermo ellos animarían diestros potros salvajes, vivirían donde se humedecen las crines, y todo azul, lustrosamente azul salvo la nube que sale a la heredad de mis biznietos, continuándome. Por no tener ni tengo tierra de vientre feraz cuando plantas los tulipanes en mis labios; dejo en un platillo los broches, y todo azul, tan verdadero azul como cristal de murano, hurtando la tristeza de mis anillos en un momento semejante a la actitud de una duquesa disponiéndose al amor. Así, el anochecer se apodera de la luna que antes viajaba nubosa, se adueña de los pastos que corretean los duendes de mis hijos, se azulea un árbol redondo, y todo azul, ardiendo azul, frescas llamas como vaciar el ornamento del declive que la jornada me ha dispuesto. Llega el visitante azul, llega con ramas de índigo que airean la preciosa esperanza de la noche.