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"A muerte": la hora de llamar a la enfermedad por su nombre

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Joven de unos 35 años entra en la consulta de un médico para recibir su diagnóstico después de las pruebas. «Es un cáncer. Hay que operar y luego seguir un tratamiento», anuncia un médico de forma profesional que no puede recrearse en el dolor por una cuestión de autopreservación.

En los últimos tiempos han salido publicados numerosos artículos sobre el cáncer en gente joven, una circunstancia al alza. Uno de los casos más sonados fue el de Kate Middleton que tras meses de rumores sobre su ausencia se dirigió al público directamente a través de un vídeo que dio la vuelta al mundo. Este tipo de condición es un bofetón porque no se puede controlar y toca de manera aleatoria. En estos casos, teniendo en cuenta que a edades jóvenes los malos hábitos todavía no han tenido el tiempo suficiente para deteriorar el organismo. Tener o no tener cáncer, es una cuestión de suerte que no discrimina al no entender ni de sexo, raza o religión. Caer en la tentación Google el nombre de la enfermedad que se padece es algo que hará una abrumadora mayoría de las personas. Paul Auster ha profundizado en el tema de la suerte en múltiples de sus obras y llegó a la conclusión de que la línea entre la vida y la muerte es bien fina. Para Auster, una imagen potente sobre este tema es la de un compañero suyo que murió durante una tormenta eléctrica justo delante de él cuando un rayo le partió. Esta muerte fue una invitación a la vida para el neoyorkino porque, como él mismo, se podía haber extinguido en un abrir y cerrar de ojos.

La nueva serie de Dani de la Orden «A muerte» tiene como protagonista a Raúl, un adulto joven que se encuentra con un cáncer de corazón y su supervivencia no está asegurada. Su vida es incierta. A pesar de ser un hombre responsable y ordenado, el protagonista de «A muerte», no es aburrido porque tiene la originalidad de crear conflicto a golpe de evitar el drama. No enfrentarse a las cosas a veces crea un problema mayor que un enfrentamiento directo. En estas circunstancias, el paciente de cáncer se cruza de forma fortuita con su antítesis, Marta. Marta es una viva la vida de treinta y siete años que se comporta como veinteañera sin pelos en la lengua.

Agradecimiento y humildad

Por primera vez en su vida, Raúl se deja llevar y no juzga a Marta si no que se da el permiso de conocerla, mirarla y escucharla. Jugará. No tiene nada que perder. Hará cosas que nunca habría hecho porque se siente ligero al no saber dónde estará dentro de un mes. Raúl no se quiere morir pero eso no depende de él. Desde mi punto de vista, la salud debería ser motivo de agradecimiento y vivir la enfermedad es motivo de humildad. «A muerte» vale la pena porque sigue una corriente que combate el uso del término «una larga enfermedad» y nos invita a la sociedad a llamar a los problemas de salud por su nombre. Hay muchos ejemplos de esta necesaria tendencia: la categoría «llámalo cáncer» del Notodofilmfest pasando por famosas modelos como Bianca Balti que han paseado con entereza su cabeza sin pelos por la alfombra roja de Festivales como San Remo. Mención especial también a Sara Carbonero que el año pasado reconoció en un emotivo discurso el miedo que ella misma tenía a la palabra cáncer.

Al igual que Raúl, Sara Carbonero no encontró su mayor consuelo en terapeutas sino en personas con circunstancias parecidas a la suya y que sobrevivieron a la muerte. Una vez más las personas marcan la diferencia de la experiencia. El discurso ha avanzado porque Isabel Coixet lo abordó en el año 2003 a través de su película «Mi vida sin mí». Y aunque Ann, protagonista del largometraje de Coixet, se atreve a vivir por primera vez a raíz de su enfermedad y tiene generosidad con sus hijas porque se guarda para sí misma el drama, el punto de vista es más trágico porque no hay esperanza: solo un personaje que vive su enfermedad en la más profunda soledad y que en esa cuenta atrás experimenta el destello de un amor con fecha de caducidad.

En cualquier caso, las dos películas mencionadas son invitaciones al misterio de la vida. Me llama la atención como personas moribundas antes del momento final tienen fuerza y experimentan mejoras. Este fenómeno es conocido como lucidez terminal y desconcierta tanto como que una persona decida vivir a raíz de un cáncer. «A muerte» y «Mi vida sin mí» tienen que funcionar como espejos de que todos podemos tener cáncer y deberíamos aprovechar la vida porque todos tenemos el mismo destino final. A los únicos que podemos perdernos es a nosotros mismos y el mayor peligro no es el cáncer. Lo peor de todo es vivir una vida que no valga la pena. Más atrevimiento. Más amaneceres. Más atardeceres. Más personas. Más caminos desconocidos. Al fin y al cabo, nada que perder.