Masacres, secuestros y terrorismo: la crisis de seguridad se agrava en Nigeria en 2025
¿Qué es Yelewata? Una pequeña localidad nigeriana en el estado de Benue. Una aldea en este rincón del mundo, ignorada por las grandes noticias que circulan por las pantallas de nuestros bolsillos. ¿Qué es Gobirawa Chali? Una aldea situada al noreste de Nigeria. Un punto alejado de las ciudades importantes. ¿Qué es Kopre? Otra aldea, ahora situada en el estado de Adamawa. Hace escasas semanas, o días, estos lugares ignorados por el mundo eran gente. Personas que habían aceptado la áspera existencia que les tocó, y dispuestas a aceptar cualquier sacrificio para proteger lo que sabían que era bueno.
¿Qué es Yelewata? Un campo de batalla. ¿Qué es Gobirawa Chali? Un matadero. ¿Y qué es Kopre? Otra charca de sangre. Testimonios locales confirmaron a los medios de comunicación nigerianos que “alrededor de 100 personas” fueron asesinadas en Yelewata en una masacre perpetrada por pastores fulani a mediados de junio. Las quemaron vivas en sus casas. Un grupo de pistoleros entraron de casa en casa en Gobirawa Chali el 20 de abril y mataron a veinte personas. Y terroristas de Boko Haram asesinaron a 17 personas hace apenas un mes en la localidad de Kopre. Se amontonan así las víctimas civiles de los tres conflictos perpetuos de Nigeria: el conflicto entre pastores fulani y agricultores de otras etnias; la inseguridad general que provocan pistoleros y bandidos armados; y el terrorismo islámico que azota en noreste del país.
Los ataques se acumulan hasta alcanzar cifras propias de una guerra. 2 de abril, al menos 48 muertos en ataques en varios pueblos de Plateau; 12 de abril, 8 muertos por bomba en bus en la carretera Damboa–Maiduguri; 13‑14 abril, masacre en Zike y en Kimakpa/Bassa deja un saldo de entre 52 y 56 muertos; 24 de abril, 20 personas muertas en Gobirawa Chali; 8 de mayo, al menos 30 personas fueron asesinadas en un ataque de militantes del IPB (Indigenous People of Biafra); 15 de mayo: Boko Haram atacó dos poblados cerca de Baga, estado de Borno, dejando al menos 57 muertos; 17 al 23 de mayo, una oleada de ataques ejecutados por bandidos y terroristas en 12 estados concluyen con 95 asesinados y 68 secuestros; 27 de mayo, ataques de pastores armados en diversas localidades del estado de Benue causan al menos 40 muertos; 2 de junio, dos ataques de pastores armados en Benue dejaron 33 muertos en Tse-Antswam y Gwer West; 11 de junio, al menos 20 civiles fueron asesinados en varios ataques armados en el área de Mangu, centro‑norte de Nigeria; 14 de junio, en Yelewata (Benue), masacre atribuida a pastores fulani resultó en 100 víctimas mortales; 21 de junio, dos ataques suicidas en ele Estado de Borno acaban con la vida de 22 personas. Y faltan por añadir.
En los últimos dos meses y medio, al menos 525 personas han sido asesinadas en Nigeria en ataques de grupos armados. Una cifra que evidencia la degeneración de la situación de seguridad en el país africano, si se considera que entre enero y marzo de 2025 “apenas” se contabilizaron 222 homicidios en estos contextos, frente a los 177 contabilizados en los tres primeros meses de 2024. Y estas serían las cifras más optimistas. La organización conocida como Nigeria Youth Forum (NYF) señaló que el número de asesinados por grupos armados y terroristas en Nigeria en los tres primeros meses de 2025 ascendían a 3.600, en un comunicado donde denunciaba que el país “se encamina hacia la anarquía”.
Los secuestros se cuentan por miles, donde los rescates pueden variar desde los 70 euros hasta superar los 10.000 euros, como pudo comprobar este periodista en repetidos viajes a distintos estados del norte y del centro de Nigeria. Dependerá del poder adquisitivo del secuestrado. Un abogado del estado de Zaria que prefiere permanecer en el anonimato confirmó que “existe un componente étnico con los secuestros” y aseguró que la mayoría de los captores pertenecen a la etnia fulani: “a los fulani les roban las vacas y ellos secuestran a personas como compensación”. No hay normas. No hay límites. En ocasiones, según fuentes locales, incluso secuestran al negociador enviado por la familia del primer secuestrado.
La violencia de los pastores fulani trajo una serie de dinámicas donde las armas resultaron en una alternativa útil, y el abogado de Zaria considera que “si vives demasiado cerca de los bosques (bush), será más probable que te secuestren o que te maten […]. Cuanto más cerca vivas de los fulani, es probable que los bandidos también estén cerca”.
Existe cierto caos en la redacción de este artículo, pero es premeditado. Es la única manera de saborear el caos que cunde en Nigeria. Un ataque aquí, otro allá. Ahora un asesinato, ahora una explosión, ahora un secuestro, ahora una violación. Atacan bandidos, pastores, terroristas. En el norte, en el este, en el sur. Igual que es caótico el testimonio de Aliyu, un pastor fulani del estado de Plateau que habló en la mañana del sábado con este periodista para quejarse de sus vecinos, agricultores pertenecientes a otras etnias: “Nos roban las vacas, si un pastor busca pastos se acercan [los agricultores] a él con las armas para cortarle el paso o robar las vacas, se las llevan y no las recuperamos”. La última vez que Aliyu y sus camaradas se cansaron de que les robaran las vacas, o que se las degollaran durante la noche, resultó en que Aliyu y sus camaradas asaltaron una escuela del poblado vecino y mataron a tiros a dos profesores. El subdirector de la escuela tuvo suerte: sólo le abrieron el estómago con un machete, pero sobrevivió.
Es la violencia sobre la violencia sobre la violencia. Nadie confía en nadie. Caminar por la calle es un ejercicio de riesgo. Si se huele que llevas dinero, que has heredado, es mejor andarse con cuidado. Un viaje en autobús en el norte del país concluye en un amasijo de hierros. Una mañana lavando ropa en el río se tuerce cuando una de las mujeres explota, nadie sabe muy bien por qué.
El gobierno nigeriano, desbordado
Aliyu y el abogado de Zaria concuerdan en un único punto: “la culpa es del Gobierno”. Los ecologistas excusan los actos de Aliyu en que el cambio climático obliga a los pastores a descender al sur en busca de nuevos pastos, allí donde viven los agricultores, lo que origina los conflictos. Pero esto es normal para los fulani, una etnia de tradición itinerante, y bien poco les importa que el terreno donde pasta su ganado tenga dueño o no. Otros activistas excusan los secuestros en la precariedad económica, el colonialismo o la desigualdad. Muchos reducen la cuestión de los pastores fulani (musulmanes) a un genocidio de tintes religiosos, dado que los agricultores son de mayoría cristiana. Y también es un poco de eso. Pero Aliyu y el abogado de Zaria, igual que decenas de entrevistados por este periodista a lo largo de los años, no formulan teorías ni revisan estudios climatológicos: la culpa es del Gobierno.
Esta opinión se reafirmó cuando el ejército nigeriano bombardeó por error en el estado de Zamfara a 20 milicianos locales a principios de junio, confundiéndolos con bandidos; o cuando bombardearon en enero a 16 civiles del mismo estado, matándolos a todos. O cuando un dron del ejército Nigeriano acabó en diciembre de 2023 con la vida de 85 civiles en el poblado de Tudun Biri, ubicado dentro del estado de Kaduna. Adamu Shika, una víctima de secuestro del estado de Kano y profesor de economía de la universidad, llegó a acusar a las fuerzas armadas nigerianas de comunicar a los medios locales que tanto él como otros secuestrados fueron liberados tras una importante operación militar, cuando la realidad es que fueron soltados por sus secuestradores tras pagar los rescates sus respectivas familias.
Es el caos sobre la violencia sobre las culpas repartidas sobre la miseria y sobre las vacas y sobre el extremismo religioso que lo confunde todo, de manera que ya nadie sabe por qué se mata y se secuestra, si se hace por dinero, por religión, por los pastos o por pura maldad. Y este caos necesita focalizarse, señalar un culpable común al desastre: el Gobierno. Ese ente incorpóreo que gobierna Bola Tinubu desde que un mísero 4% de la población nigeriana votó su candidatura en las elecciones presidenciales de febrero de 2023. Todo se resume en caos y palabras enrevesadas, confusión. La culpa no es de nadie. Si Hanna Arendt acuñó el término de “el gobierno de nadie” para referirse al dominio de la burocracia, quizás pueda decirse que ese gobierno de nadie se encuentra en Nigeria. Y la culpa de nadie es la culpa del Gobierno. De todos y de nadie.