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Asturias como refugio climático tras una vida en Madrid que la hizo asmática crónica

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Andrea Talaba cambió la gran ciudad junto a su marido y dos hijos por un entorno más natural huyendo de una contaminación que afectaba a su salud y que le ha permitido incluso poder aburrirse

Andrea Talaba encontró en Asturias el oxígeno que le faltaba en Madrid. Ella es una refugiada climática y ahora, desde su casina de Trubia, que comparte con sus padres mientras construye su vida en Asturias, siente la misma sensación que cuando era niña y pasaba los veranos y los fines de semana en Horezu, el pueblo de su padre en Rumanía.

Cae la tarde de junio en Asturias a 17 grados, y ella, con el pelo mojado recién salida de la ducha, siente que ese frescor es fundamental para la vida.

Sus hijos, Aiden, de nueve años, e Iris, de seis, cuidan de los seis gatos, recogen los huevos de las gallinas, se bañan en la piscina del jardín, van a un colegio que les permite comer en casa todos los días y disfrutan de las tardes al sol o a la sombra, sin horarios asfixiantes y sin esa contaminación que suele cubrir Madrid y que convirtió a Andrea en una asmática de por vida.

Andrea ha vuelto a tener tiempo para aburrirse, algo que le parece muy extraño, porque llevaba desde los doce años viviendo en Madrid, al ritmo de una capital que no se compadece de las familias trabajadoras ni de sus circunstancias. En Asturias no pasa nada si se le olvida el ventolín, porque casi no lo usa. Sus hijos van a actividades extraescolares gratuitas y ella tiene la sensación de haber encontrado el lugar que llevaba buscando desde siempre, pero tuvo que verlo para sentir que ahí era.

La historia vital de Andrea y de su marido, Dorín, es la de tanta gente que vivió agotada en una vida condicionada por las agendas matemáticas que no permiten moverse ni cinco minutos, porque todo se desmorona. Familias agotadas del calor asfixiante de una ciudad que obliga a pagar alquileres disparatados en casas mínimas y facturas desorbitadas de calefacción en invierno, de la vida siempre con prisas para casi nunca llegar a ningún lado, y que un día deciden que hasta aquí.

“Hace un año el negocio en el que trabajaba quebró y me fui al paro. Nos dimos cuenta de que no podíamos seguir así, en una ciudad en la que te mueres de calor en verano y de frío en invierno. Siempre vas con prisas, corriendo, porque si llegas dos minutos tarde a recoger a los peques del cole ya no puedes seguir. Me pasaba el día en modo automático, de un sitio a otro y sin tiempo para nada. Queremos para nuestros hijos una vida lejos de la gran ciudad, y Asturias nos ha dado la oportunidad”, relata Andrea.

Fue justo hace un año cuando decidió, ya en el paro, venir a visitar a sus padres, que se acababan de comprar una casina en un pueblo de Trubia, a escasos cinco kilómetros de Oviedo, pero donde la vida ya es rural, rural. “Primero pensé en pasar aquí el verano, ver si los niños se adaptaban, si les gustaba… Vivíamos en un piso de cincuenta metros cuadrados y dos habitaciones, pagando un alquiler carísimo, y el propietario nos lo quería subir. Yo soy madrileña, pero Madrid asfixia. Nos enamoramos de Asturias nada más verla. Ahora mi marido está intentando buscar trabajo aquí y nuestro proyecto de vida pasa por tener nuestra casa aquí, criar a nuestros hijos, poder dedicarles tiempo y tener calidad de vida. No pretendemos ser ricos; la riqueza la dan otras cosas”, explica Andrea, mientras acaricia a uno de los gatos que se ha sentado en su regazo. El pelo empieza a secársele.

Esta quiromasajista deportiva tiene muy claro que no hay dinero que pague el poder vivir en un entorno como este. “Me encanta la Senda del Oso”, apunta Iris, mientras colorea en el suelo, sobre el refrescante frío de las baldosas. “Nosotros hemos vivido durante años muertos de calor en verano y de frío en invierno. Nunca es fácil tomar una decisión así, pero cuando hicimos las maletas sabíamos que era lo que queríamos. De momento vamos haciendo como podemos. Mi marido sube a vernos muchos fines de semana y está deseando poder dejar atrás la ciudad. Asturias nos lo puso fácil”, explica Andrea.

Se refiere a otro tipo de calor, al de la gente, al que se encontró en el pueblo. “Mira que me decían que la gente en los pueblos es muy cerrada, pero nada que ver. Desde que llegamos hemos sentido que formamos parte. Puedes sacar cita en el médico y no tienes que esperar un mes para que te atiendan, en Madrid me ha pasado. La gran ciudad tiene muchas oportunidades de ocio, sí, pero ¿cuánto dinero tienes que disponer para poder aprovecharlas?”, relata.

Siente Andrea que la vida es más “humana” en Asturias, y ahora comprende perfectamente la sensación que tuvieron sus padres cuando vinieron una vez de vacaciones y decidieron que Asturias iba a ser su casa. “Date cuenta de que en Madrid yo iba con la lengua fuera todo el día, me levantaba a las seis de la mañana para ir al gimnasio antes de empezar a trabajar, y la conciliación familiar directamente no existe”, explica.

Ahora, mientras se consolida como quiromasajista deportiva y se hace un hueco en el mercado, ha aprovechado el tiempo para hacer esas cosas que siempre tuvo pendientes. “He sacado el carné de conducir, llevo a mis hijos al colegio tranquilamente, cocino, cuido de la huerta… Me parece un lujo el poder comer las hortalizas que cultivamos o hacer una tortilla de patata con tus propios huevos. Es un lujo”, concreta.

Frente a la ventana, un enorme limonero arrastra las ramas cargado hasta arriba. Piensa Andrea en qué estaría pensando ella hace un par de años, con sus hijos en Madrid en pleno verano, con dos meses de vacaciones por delante. Y es ahí cuando se pone firme otra vez, negando con la cabeza y asegurando que “a Madrid es que no se puede ir en verano”.

Más allá de las temperaturas, se refiere a que una familia como la suya, con dos hijos pequeños, necesita alternativas para los pequeños. “Pero es que en Madrid, desde que sales de casa, todo te cuesta dinero. Aquí tenemos piscina municipal y jugamos en el equipo de rugby… y es gratis. Me gusta ver a mis hijos disfrutar de estar al aire libre, sin tener que estar vigilante por si les pasa algo; esa seguridad es maravillosa”, concreta Andrea.

Iris ha terminado su dibujo y planea con su hermano los baños en la piscina del jardín todo el verano: tardes en bicicleta, playa y no olvidarse de recoger los huevos de las gallinas. “Tengo la sensación de que me voy de una ciudad donde mandan las apariencias. A nosotros nos gusta vivir acorde a nuestras posibilidades. Yo tengo lo que puedo tener”, concreta.

Si todo va bien, junto a su marido se asentarán los cuatro. “En una casina. Yo quiero tener mi propio negocio y darme la oportunidad de crecer y consolidarme en mi carrera; en Madrid nunca la tuve”. Vivir sin asfixias de ningún tipo, simplemente vivir, y aunque sea diez minutos al día, volver a tener el lujo de aburrirse mientras el pelo mojado se seca al viento.