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Quién era 'el Tato', el torero el dicho popular que realmente no se perdía ni una sola fiesta

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Habitual de la lengua española - El percance con el toro Peregrino en 1869 forzó la amputación de su pierna, pero no logró borrar su fama, que creció aún más gracias a su empeño por seguir en activo, incluso con una prótesis ortopédica

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Nadie tenía más puntería con las fiestas que el Tato. Si había una celebración, allí estaba. Si sonaba una banda, él ya había llegado. Aunque no fuera el protagonista su presencia era fija. No era necesario invitarle: aparecía igual, siempre con la misma energía, como si se hubiera comprometido con la alegría ajena.

Su puntualidad social se volvió tan famosa que se notaba cuando no estaba. De esa afición por los saraos nace la historia que acabaría inmortalizándole como una leyenda de las expresiones populares.

Se llamaba Antonio Sánchez, nació en febrero de 1831 en el barrio sevillano de San Bernardo, y desde joven se ganó el apodo con el que pasaría a la historia: el Tato. Empezó en el toreo como novillero, y a mediados del siglo XIX ya era una figura habitual en las plazas.

Su fama no venía solo por lo que hacía con la muleta, sino porque era raro el evento al que no asistiera. Tanto es así, que su mera ausencia servía para señalar que algo no tenía interés.

Una cornada en la pierna truncó su carrera, pero no su empeño en estar en todas partes

Aquel ritmo incesante se torció una tarde de junio de 1869, cuando un toro llamado Peregrino le clavó el asta en la pierna derecha durante una corrida en la que compartía cartel con Lagartijo y García Villaverde. La herida, de unos cuatro centímetros de profundidad, se infectó y, tras varios días sin mejora, los médicos optaron por la amputación. En plena recuperación, su pierna acabó expuesta en una farmacia madrileña situada en la calle Fuencarral, donde permaneció durante años hasta que un incendio la destruyó.

La cornada cambió su vida, pero no su fama. Aunque durante un tiempo fue sustituido por otros toreros como Frascuelo y Cayetano Sanz, dos años después de perder la pierna volvió a vestirse de luces con una prótesis ortopédica.

El diestro sevillano estaba empeñado en demostrar que, a pesar de sus limitaciones físicas, estaba en plena forma. Así que estaba en todas las corridas de toros, aunque acabó quedando claro que no podía mantener el nivel. Sin ir más lejos, hasta el público le impidió torear. Él aceptó los deseos del público sevillano con lágrimas en los ojos.

Las ganas de aquel hombre desdichado fueron tan comentadas que incluso el rey Amadeo de Saboya, según recoge el historiador Bartolomé Cossío, hizo una comparación al respecto y afirmó que “esto no lo hace ni el Tato”. Esa frase fue ganando fuerza en el habla popular y, con el tiempo, derivó en la expresión que aún hoy se escucha cuando un lugar está vacío o un evento ha sido un fracaso.

Hay quien sostiene que no fue una cita regia la que le dio origen, sino el hecho de que el Tato, incluso tras perder la pierna, siguiera dejándose ver en todo tipo actos públicos, banquetes o tertulias como ya hiciera con las corridas. No había quién lo frenara. Por eso, si él no aparecía en algún sitio, era que aquello no merecía la pena.

Un personaje omnipresente en la vida social de su época

La Real Academia de la Historia ha documentado parte de esta trayectoria, y entre los detalles que aporta destaca que Antonio Sánchez pasó de ser puntillero a figura central del toreo a partir de 1851. Su constancia, tanto en las plazas como fuera de ellas, ayudó a consolidar su figura como algo más que un torero. Fue también un personaje reconocible en la vida social de la época.

Murió en su ciudad natal el 7 de febrero de 1895 tras pasar unos años repartiendo carne del matadero, y aunque su carrera como torero quedó marcada por aquella cornada, algo que siempre lamentó, su legado se convirtió en una frase habitual del lenguaje coloquial. Ya no se usa para hablar de su pierna, de su prótesis o de su valentía. Se emplea cuando no hay nadie, cuando todo está vacío, cuando no se ha presentado ni el más asiduo. Porque si no ha venido ni el Tato, es que aquello no ha sido un éxito.