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Este el primer pueblo de España que fue conjunto histórico-artístico y tiene una curiosa tradición: suelta a un cerdo por sus calles cada año

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Un municipio salmantino que combina arquitectura medieval y costumbres ancestrales, donde la vida comunitaria se refleja en rituales únicos que perduran en el tiempo

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Al sur de la provincia de Salamanca, se encuentra La Alberca, un enclave que se adelantó a su tiempo al convertirse en el primer municipio español declarado Conjunto Histórico-Artístico. La distinción llegó en 1940 y no fue casual: la arquitectura popular de este núcleo serrano, su trazado urbano de origen medieval y la pervivencia de tradiciones centenarias lo convierten en un caso singular dentro del patrimonio rural peninsular.

La conservación de su identidad a lo largo de las décadas ha hecho de La Alberca un lugar de referencia para quienes buscan una inmersión directa en la historia viva de los pueblos españoles. El reconocimiento oficial a su valor patrimonial no congeló a La Alberca en el tiempo, sino que permitió reforzar su papel como guardiana de usos y costumbres que han sobrevivido a los cambios sociales.

Entre fachadas de granito y balcones de madera oscura, este municipio de menos de 1.000 habitantes continúa celebrando rituales que, más allá de lo folclórico, mantienen un fuerte vínculo con la vida cotidiana de sus habitantes. La herencia judía y cristiana, la gastronomía local y los ciclos litúrgicos siguen marcando el ritmo de sus calles, mientras el interés turístico crece con cada generación que descubre el lugar.

Uno de los elementos que más ha llamado la atención dentro y fuera de España es la suelta del cerdo de San Antón, una práctica que rompe con los esquemas del turismo convencional y conecta con una forma comunitaria de entender la tradición. Este singular evento, que consiste en liberar a un cerdo por las calles durante varios meses hasta ser rifado, ha sido objeto de reportajes, crónicas y curiosidad generalizada.

Pero detrás de esta imagen pintoresca hay una historia compleja de solidaridad, creencias populares y sentido del bien común que hunde sus raíces en el pasado rural más profundo de Castilla.

Arquitectura tradicional y costumbres que perduran

Las calles empedradas de La Alberca conservan una configuración medieval en la que se mezclan elementos de origen cristiano, judío y rural. Sus viviendas, levantadas sobre zócalos de granito y estructuradas en madera vista, conforman un conjunto homogéneo que ha resistido al paso del tiempo sin renunciar al uso cotidiano.

La Plaza Mayor, presidida por una cruz de granito y ocupada por vendedoras tradicionales de dulces, funciona como epicentro de la actividad social. A pocos pasos se encuentra la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, un edificio barroco que guarda la huella de los Churriguera, y el convento de las Agustinas, cuya función se ha ampliado hacia la actividad cultural. La protección de este patrimonio no se limita a lo material: el entorno natural, declarado parque, refuerza el carácter de enclave preservado que mantiene La Alberca.

Junto a la conservación del espacio, la vida cotidiana del pueblo está atravesada por prácticas que datan de siglos atrás. La más llamativa es la suelta del cerdo de San Antón, que recorre las calles del municipio mientras es alimentado por los vecinos. Su rifa posterior, con fines benéficos, revive una forma de solidaridad comunitaria arraigada en la escasez.

La Moza de las Ánimas, que cada noche reza por los difuntos al son de una esquila, y la representación teatral de “La Loa” durante las fiestas de agosto son otros ejemplos de una cultura viva que no se exhibe, sino que se practica. Este equilibrio entre la permanencia del pasado y la continuidad del presente es lo que convierte a La Alberca en un referente de patrimonio compartido, donde cada casa y cada rito cumplen una función que trasciende lo decorativo.

A diferencia de otros núcleos que han adaptado su fisonomía a los usos turísticos, La Alberca ha logrado integrar visitantes sin alterar la dinámica comunitaria. La participación vecinal en las celebraciones, el mantenimiento de oficios tradicionales y la transmisión oral de las costumbres permiten que el pueblo conserve su autenticidad sin aislarse del presente. Esta convivencia entre permanencia y cambio ha sido clave para que el reconocimiento patrimonial no se limite a una placa, sino que se sostenga a través del día a día de quienes lo habitan.

La Alberca no solo conserva un legado arquitectónico único, sino que mantiene vivas tradiciones que forman parte de su identidad colectiva. Esa continuidad entre pasado y presente es lo que le ha permitido ser más que un destino turístico: un ejemplo de cómo el patrimonio puede seguir latiendo en el día a día de un pueblo.