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La historia de Orlean Puckett, la mujer que perdió a 24 hijos y ayudó a nacer a más de mil

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Maternidad en el bosque - Desde 1889, comenzó a atender partos a cambio de alimentos, mantas o favores, recorriendo grandes distancias por caminos rurales sin cobrar dinero por su trabajo

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Ninguna de las 24 veces funcionó. Ni en primavera, ni en otoño. Siempre el mismo resultado: un parto y un entierro. Y sin embargo, la historia de una mujer del sur de Virginia ha acabado asociada a todo lo contrario. Su vida estuvo marcada por la muerte temprana de sus hijos, pero su nombre sigue unido al nacimiento de más de mil criaturas.

Aunque ninguno de sus propios bebés vivió más que unos pocos días, la documentación de la época garantiza que nunca cometió errores al cuidar a los hijos de los demás. Ese contraste fue lo que, con el tiempo, convirtió la historia de Orlean Puckett en un ejemplo.

Su prestigio creció tanto que la preferían antes que al médico

No está claro si nació en 1837 o en 1844, ni siquiera cómo se escribía exactamente su nombre, porque los documentos la llamaron Orelena, Aulina, Pauline u Orlean según la ocasión. Lo que sí se sabe es que vino al mundo en Carolina del Norte, que se casó con John Puckett siendo una adolescente y que pasaron juntos la mayor parte de su vida en los montes del suroeste de Virginia.

Allí criaban animales, trabajaban la tierra y lidiaban con las pérdidas que se repetían año tras año, embarazo tras embarazo. Según el censo de 1850, vivía en el condado de Surry con su familia, sin acceso a una educación reglada y sin saber escribir su propio nombre. Este asunto siempre fue confuso porque, según relata el National Park Service, ella nunca pudo firmarlo: todos los registros fueron elaborados por otros, según lo que oían.

Su primera hija, Julia Ann, nació en 1861 y murió al poco tiempo. Las otras 23 criaturas tampoco sobrevivieron más allá de los primeros días. Años después, algunos especialistas plantearon que la causa pudo ser una enfermedad llamada incompatibilidad Rh, aunque tampoco se ha podido confirmar. Ella no sabía leer ni escribir, pero aprendió a entender los partos como si los hubiera estudiado toda la vida.

Fue en 1889 cuando una vecina llamó a su puerta porque nadie más podía ayudarla. Orlean acudió. A partir de ahí, su casa dejó de ser simplemente una vivienda y se convirtió en el centro de una actividad incesante que la llevó a recorrer distancias de hasta 30 kilómetros por caminos de tierra, a veces a pie, otras a caballo. No cobraba dinero. Aceptaba comida, mantas, ayuda para las tareas del campo.

Su reputación creció rápido. Decían que no se le había muerto ni una madre ni un bebé en todos los partos que atendió. Durante los años siguientes, se la empezó a conocer como Aunt Orlean, y muchas familias de la zona preferían llamarla a ella antes que a un médico, sobre todo en las comunidades más aisladas. Ella llegaría antes y, posiblemente, sabía más.

Su legado persiste en una cabaña, una carretera y una institución

Una placa conmemorativa instalada cerca de su antigua vivienda, en el trazado del Blue Ridge Parkway, honra su recuerdo sin aportar más datos concretos sobre su vida más allá de lo poco que se sabe de ella gracias a su reputación en la zona. Ayudó a dar a luz por última vez en 1939, el mismo año en que murió. Para entonces, su edad real era un misterio, aunque ese mismo cartel asegura que falleció con 102. En los últimos años de su vida, la construcción de esa carretera la obligó a abandonar su hogar, y fue trasladada a otro lugar. Solo aguantó tres semanas más.

Con el tiempo, el National Park Service conservó la cabaña que se construyó cerca de donde vivía, aunque no era su residencia original. Era una casa más pequeña, utilizada por una cuñada, pero ahora sirve como recuerdo de aquella mujer que cruzaba colinas para traer bebés al mundo. La estructura puede visitarse en el kilómetro 189,1 de la carretera Blue Ridge Parkway, en el sur de Virginia. Hoy se conserva como un lugar de paso, pero también como una muestra de lo que fue una vida entera dedicada a cuidar a los demás, sin esperar recompensa.

Algunas personas del condado de Carroll aún recuerdan la frase que solía repetir cuando le hablaban del paso del tiempo: “El bosque estaba verde cuando nací, y todavía sigo verde”. Comenzó a trabajar como comadrona pasados los 50 años y, según los testimonios recogidos por el centro histórico Virginia Changemakers, aceptaba pagos en especie: a veces seis dólares, a veces pan o gallinas. Durante casi medio siglo, fue el recurso principal para muchas mujeres embarazadas que no tenían acceso a ningún tipo de asistencia médica profesional. La llamaban a cualquier hora, en cualquier estación del año, y ella iba.

En Asheville, Carolina del Norte, una institución dedicada al desarrollo infantil y familiar lleva su nombre. El Orlean Hawks Puckett Institute impulsa programas sociales y mantiene viva la memoria de quien pasó de madre en duelo a referente de la maternidad rural en Estados Unidos. Su historia, aunque llena de dolor personal, se ha convertido en un ejemplo duradero de entrega comunitaria, transmitida de generación en generación en los Apalaches.