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Nos quieren quitar lo avanzado, por Rosa María Palacios

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Se manifiesta hoy, en el mundo, un sistema que se pretende imponer a la democracia sustituyéndola por un régimen de tres características básicas: mercantilista, autoritario y conservador. Mercantilismo en la administración de la economía, en el repudio de los mercados libres. Es esa plaga que cree en el aislacionismo y el nacionalismo de los aranceles altos y el reparto de rentas a los mismos beneficiados escogidos desde el poder y que jamás pone en el centro al consumidor. Autoritarismo que concentra y avasalla el balance entre poderes  y que captura autoridades porque desprecia la forma democrática de gobierno. Conservador, pero del mal, porque insiste en no innovar, no arriesgar y no cambiar nada, para mantener injusticias que se niegan a reconocer la igualdad ante la ley y las diferencias en la naturaleza de las cosas. Conservador que trabaja fuerte sobre los miedos, los perjuicios y la ignorancia, rechazando la estadística y toda ciencia, difundiendo falacias y haciendo de la anécdota, generalidad.

Desde el nuevo gobierno de los Estados Unidos, hasta la dictadura rusa de Putin, llega al Perú el mismo espíritu. No tiene ideología y aunque muchas veces se presente como liberal o libertario, no lo es. Esta corriente es la que permite que las bancadas de Keiko Fujimori y Vladimir Cerrón, supuestos adversarios ideológicos, voten juntos y con ellos casi todo el congreso. El pacto que sostiene a Dina Boluarte se define por esas mismas tres características. Mercantilismo para los amigos, sin importar si estos son parte de la economía criminal de moda o haya que salvarlos de la cárcel con leyes pro criminales; autoritario porque el Congreso y su socio, el Ejecutivo, ha desaparecido la independencia del TC, la JNJ, la Contraloría y la Defensoría y va por la autonomía de jueces y fiscales; y, conservador porque un conjunto de pastores evangélicos (pertenecientes a un culto minoritario en el Perú) se meten a la política para imponer una serie de creencias que afectan la separación constitucional de Iglesia y Estado, que si ha promovido el catolicismo, como culto mayoritario en nuestro país.

Es este “nuevo orden mundial” el que se nos impone hoy 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Mas allá de flores y saluditos, hay detrás de tanta hipocresía una agenda que busca retroceder los avances (“son pocos, pero son”) de las mujeres en el acceso a la educación, la salud, el trabajo y la política. Avances que permiten identificar la agresión y discriminación histórica, denunciarla y combatirla.  Avances que han permitido reducir radicalmente la mortalidad materna y el índice de natalidad (de 4,8 en 1950 a 1.7 el 2023, nacidos por cada 100 habitantes); aumentar el acceso a educación universitaria (hoy paritaria) aunque se mantenga la segregación en carreras STEM; aumentar el ingreso al empleo (lo que otorga autonomía económica) aunque se mantenga la ominosa brecha salarial por la cual (promedio nacional) nosotras ganamos 24% menos de lo que gana un hombre por hacer el mismo trabajo.

Las condiciones de violencia y discriminación no son nuevas. La novedad es que hoy son visibles y sancionables gracias a políticas públicas. La segunda causa de prisión en el Perú está vinculada a crímenes sexuales cometidos contra mujeres. Esto es aproximadamente el 10% de la población penitenciaria. ¿Todavía existe impunidad? Sin duda. Pero desapareciendo las políticas que hoy permiten meter a la cárcel a los asesinos de las mujeres que confiaron en ellos, solo retrocedemos. Se necesita más que nunca educación sexual en la escuela porque solo un niño educado en el respeto a las mujeres será un hombre que no repita los patrones de violencia en los que fue criado. El problema, está en casa. Ahí se golpea, ahí se abusa y ahí se viola. Mientras se pretenda negar la realidad, (que está amparada en estadística) nada va a cambiar.

Lamentablemente, el mercantilismo, el autoritarismo y el conservadurismo encuentran en las noticias falsas su vehículo de propaganda. A usted le pueden contar que hay “una ideología que va a homosexualizar a sus hijos” para terror generalizado. Eso es completamente falso. Eso no se enseña. Se es. Pero enseñar a odiar, eso sí que es fácil. Esa cultura del odio y de la muerte, que niega la categoría de persona a todo ser humano, atenta contra la dignidad de todos. Los homosexuales existen, existieron y existirán. En una sociedad libre, sus decisiones son tan libres como las de un heterosexual, con los mismos límites y restricciones.

Del mismo modo, se le puede enseñar a una niña que “calladita es más bonita”; que está obligada a servir a su padre y hermanos porque es “natural” que asuma las tareas domésticas sin remuneración alguna; y que cuando sea madre (único camino posible) solo ella tiene la obligación de posponer sus sueños y deseos para servir a los hijos y al marido. Y que si hace algo un poquito diferente (como opinar sobre política, por ejemplo) debe cargar con la culpa y el estigma que le impondrán otros. O, podríamos hacer todo lo contrario con esa niña: fortalecer desde la más tierna infancia su autoestima, repartir el cuidado del hogar de manera equitativa, acrecentar su asertividad y su capacidad de denunciar cualquier abuso, premiar su participación y opiniones, abrirle las puertas de la educación universitaria y darle autonomía laboral y económica. ¿A cuál de las dos prefiere criar?

La posibilidad de un mundo mejor para ellas es la que el Congreso nos quiere quitar con un conjunto de proyectos mamarrachentos, desde los cuales un congresista – pastor nos advierte que estamos “asustadas” porque él nos va a enseñar a definir “que es una mujer”. Pero no es sólo el Congreso. Dina Boluarte, quiere desaparecer el Ministerio de la Mujer mientras no soporta merecidas críticas por su presidencia, (no por ser mujer) Es una vergüenza que, en fecha tan relevante, su último logró sea denunciar a Gustavo Gorriti por un crimen que no existe en el Código Penal: recordarle su ruina moral.