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¿Ya va a caer?, por Jaime Chincha

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Un audio publicado por el semanario Hildebrandt en sus trece en el que se escucha la voz de la otrora secretaria de Dina Boluarte, Patricia Muriano Peralta, bien puede ser el principio del fin de la presidenta de la República. De corroborarse fiscalmente todo lo que afirma Muriano, ante un interlocutor que no se ha podido precisar, estamos frente a una señora que ejerce la mentira como estrategia firme e inescrupulosa. Muriano fue amiga de Boluarte y sabe mucho. Tanto que en la grabación se revela todo lo que la presidenta pretende disfrazar torpe y sostenidamente como campañas difamatorias en su contra; aunque sobre el audio –hasta el momento– se ha quedado muda, sin argumentos. Sostiene Muriano que la señora presidenta no se hizo una intervención estética sino tres; nariz, cachetes y estómago. Que hasta hizo desaparecer la historia clínica para eliminar cualquier prueba de la operación. Que Nicanor Boluarte se mete en todo y que, para calmar sus ansias de poder, le dio el control de las prefecturas. Son sumamente comprometedoras y graves las afirmaciones de Patricia Muriano. Pero es más que seguro que el Congreso que sostiene a Boluarte utilice estas revelaciones como una herramienta más de extorsión a cambio de mantenerla en el poder. Boluarte se encontró con la presidencia como quien se saca el guacho de la lotería; su lujoso reloj le dice, inclemente e indetenible, que hay que sacarle el máximo provecho al poder que en poco más de un año se le termina.

Sí, ya sabemos que con una denuncia así de embarazosa, pero contra Pedro Castillo, este Congreso ya habría activado más de una moción de vacancia. Pero también sabemos cómo opera el poder político que nos gobierna en estos tiempos recios. Dina es funcional para este Congreso porque sigue el guion del te dejo hacer lo que quieras y tú también a mí; así sean las tropelias que seguimos padeciendo. Pese a que el audio de Muriano echa por tierra casi todo el discurso envenenado de Boluarte, ella no saldrá de Palacio hasta que este Congreso lo decida o se produzca el relevo del poder tras las elecciones. Asistimos a uno de los momentos más críticos de nuestra democracia con la primera presidenta mujer de la historia; toda una cruel paradoja si más aún somos testigos de la forma mañosa que Dina utiliza su género para salir al frente de las acusaciones que la abruman.

El hecho más reciente tiene que ver con el periodista Gustavo Gorriti. Ha llegado a declararse víctima de una misoginia inexistente y está utilizando al Ministerio de la Mujer (MIMP) para denunciar a Gorriti por acoso y violencia psicológica, política y de género. Ya es habitual en Boluarte el uso y abuso de las instituciones en beneficio propio, pero no por ello se debe normalizar una práctica que ya exhibe tintes que rozan una suerte de autoritarismo chabacano. Todo este asunto lo empieza Boluarte cuando sale a defender a su ministro del Interior por el allanamiento a su casa. La presidenta entonces, airadamente y con un cierto descontrol sobre sí misma, pidió que allanen también las oficinas de IDL-Reporteros. No hay razón ni derecho, más que una afiebrada desesperación, para que una jefa de Estado pida una cosa así. A eso me refiero con lo de autoritarismo chabacano. La señora cree que puede acallar la libre expresión. No tolera la crítica y mucho menos las denuncias. Sistemáticamente ataca al periodismo y esta vez le ha tocado a Gorriti. Pero la denuncia de Boluarte, a través del MIMP, no tiene ni una sola evidencia sólida; más parece el arrebato de alguien a quien el poder la ha sobrepasado desde que lo comenzó a detentar con aquel traje amarillo. “Las mentiras y las distorsiones groseras revientan en la cara y luego no hay cirujano plástico que arregle el rostro de la ruina moral”, escribió Gorriti. Días después, en medio de aguas cada vez más turbulentas y turbias para Boluarte, se revela precisamente el testimonio de su examiga Muriano. “Mario no opera nariz, el que opera nariz es el doctor Sánchez. Mario le puso (a Boluarte) los hilos de dos en cada lado y le sacó las bolsas. Y le rellenó los surcos, le sacó un poco de grasa del abdomen”. Ya saben, la mentira tiene patas cortas.

En la línea de lo dicho por Gorriti, aquí hay un grave asunto moral e incluso legal. De acuerdo al brutal relato de Muriano, la presidenta no dijo la verdad cuando justificó la operación por un asunto de salud. Su examiga alcanza a explicar lo que en la práctica vendría a ser el aval de una presidenta para que su hermano Nicanor usurpe funciones que no le corresponden. En un país normal, esto ameritaría que una comisión del Congreso inicie una investigación rigurosa, invitando desde los Boluarte, los médicos, los ministros, Muriano y compañía. Pero, ya saben. Así que será la Fiscalía, entonces –es lo que se advierte–, la que deba ampliar esta pesquisa y establecer responsabilidades. ¿Y cómo es posible eso de “pero si Dina sabe que todos mis documentos son falsos y ahora se viene a indignar”? Es lo que Muriano le atribuye haber dicho a otra exasistenta, Grika Asayag. Pero, ya saben, Dina lo negará todo.    

“Ya va a caer por su propia estupidez, va a caer. Porque ella sola se contradice”. Quizá la frase de Patricia Muriano sea toda una premonición.