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El laberinto del jaguar

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La doctrina, ideología y práctica permiten afirmar que los cuestionamientos a la democracia representativa también alcanzan la existencia misma de una clase política. Así tenemos que “… en todos los sistemas políticos ha existido, de una u otra forma, una clase política [Mosca, 1958] destacada del resto de la sociedad [García Pelayo, 1991] y siempre es posible suscitar la pregunta sobre cómo ha logrado mantenerse para realizar su actividad...” (Diccionario Electoral, IIDH, 2000). No parece probable obtener una respuesta única o concreta que contribuya a despejar esa duda constante y creciente que se cierne sobre todos los operadores políticos posibles en una democracia representativa, incluyendo los que existen fuera de los partidos políticos.

Costa Rica es una nación que históricamente ha tenido fe en su institucionalidad, por lo que no podemos permitirnos que esa fe y confianza continúen desmoronándose. Cicerón veía el Estado como una gran comunidad moral que tiene fines éticos; si coincidimos con él, nuestro deber ineludible como costarricenses es continuar construyendo un modelo económico y una infraestructura social más justos, inclusivos y solidarios que nos conduzca a la prosperidad compartida. Esta tarea pasa por la construcción de lo público, que requiere confianza en las instituciones democráticas y en quienes participan en la política, una confianza que debe ganarse con los hechos.

La democracia, como cultura y sistema político, tiene la tarea de calibrar las expectativas de la sociedad y enfatizar en la comprensión de la coexistencia indisoluble de dos ámbitos: el de las “certidumbres institucionalizadas” que son los poderes del Estado, los partidos políticos y los grupos de presión, y el otro: la “gestión de riesgos y vulnerabilidades” que abarca las múltiples demandas ciudadanas por empleo, salud, educación y seguridad, entre otras, más la desafectación con la democracia misma. La amalgama cuenta con que la celeridad y la viabilidad de los resultados le permita alcanzar un nivel aceptable de credibilidad ciudadana. Si falla, será responsable de la fragmentación del poder y la ruptura del contrato social; si bien los partidos políticos no son los únicos responsables del fracaso, se llevan la peor parte.

Esta situación fáctica se complicó después de la irrupción de los populismos, una “receta” inservible llena de mentiras, falsos rumores y engaños. También existe su versión alterna, la de los tecno-populismos, una corriente que combina elementos de la tecnología, la “tecnocracia” o gobierno de expertos que suelen expresarse con frases pomposas. Aunque no es un populista, el presidente Emanuel Macron acuñó su elegante “La República en marcha”; pero también están las frases ordinarias como el “Viva la libertad, carajo” de Javier Milei, o “Yo me como la bronca” del presidente Chaves, de uso reiterado y sin resultados concretos.

Para que nadie se preste para la simulación y la mojiganga, en la democracia verdadera no hay espacio para felinos deambulando –erráticos, confundidos, sin rumbo ni propósitos– dentro de sus laberintos llenos de espejos y con un coro de aduladores estridentes. En la democracia real solamente existen dos caminos: o hay cooperación política o irrumpe el caos. Los líderes genuinos tienen la capacidad de entender la diferencia.

Costa Rica necesita superar la fragmentación que se ha venido profundizando desde el 8 de mayo de 2022, adecentar la política, no el discurso incendiario, retador, inconducente y grosero desde el nivel más alto del Poder Ejecutivo. Los poderes Legislativo y Judicial han mostrado una mayor capacidad institucional y cooperación mutua, generando confianza entre otros interlocutores sociales y políticos con un balance razonable de los costos de transacción. Esta tierra bendita merece hechos concretos positivos y menos circo.

Con la muerte de Paquita la del barrio, cantante de aguda voz de denuncia contra el machismo tóxico, recordé un vecindario de nuestra ciudad capital, la Soledad, en el que no todos leyeron a Octavio Paz, ese hombre monumental, quien preocupado por el saneamiento del lenguaje político en México una vez dijo: “Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje”.

corderocostarica@gmail.com

Luis Alberto Cordero Arias es abogado.