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Trump: ¿lesivo o positivo para China?

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Suponiendo que las posiciones de Trump en las primeras semanas de su administración, en vez de ocurrencias efímeras, reflejen una nueva ruta para Estados Unidos, ¿tendrán un impacto en las perspectivas económicas de China?

Antes de abordar esa pregunta, se debe prestar atención a las fortalezas estructurales de China, denotando por “estructurales” aquellas que no dependen de factores externos. Hay al menos seis de esas a su favor. Primero, el gran tamaño de su mercado interior; lo que garantiza bajos costos promedio de producción y, por lo tanto, precios relativamente bajos, para productos de alta tecnología y para la industria pesada, caracterizados por altos costos de entrada, tamaños mínimos de planta relativamente grandes y economías de escala. Por lo tanto, tengan o no acceso a los mercados externos, las empresas chinas pueden producir a precios competitivos incluso en los sectores más complejos y de gran escala.

En segundo lugar, la relación ahorro/PIB de China –en torno al 45%– es muy superior al nivel que prevalece en la mayoría de las economías occidentales (por ejemplo, EE. UU. es de alrededor del 18%) y a la media mundial (27%). Esto dota a China de un amplio margen para aumentar el consumo sin poner en peligro la estabilidad macroeconómica. Frente a las guerras comerciales, esta circunstancia podría facilitar la mitigación del impacto sobre el PIB de la caída de las exportaciones.

En tercer lugar, China ha invertido históricamente en educación de alta calidad. Esto ha dado como resultado una fuerza laboral altamente productiva y adaptable. Además, una población educada facilita la aceptación de restricciones presupuestarias, comprender la trascendencia de renunciar a las aspiraciones de corto plazo por objetivos estratégicos nacionales de largo plazo y sopesar el conjunto de factores contradictorios que deben tenerse en cuenta al elaborar políticas de desarrollo; todo lo cual alimenta altos niveles de cohesión social, un factor crítico para la tasa de inversión y el crecimiento del PIB.

En cuarto lugar, desde la antigüedad, China cultivó un apetito especial por el conocimiento y soluciones tecnológicas a problemas de producción. China inventó la pólvora, los relojes mecánicos, la brújula, la imprenta, el papel, entre otras herramientas, mucho antes de que el resto del mundo siquiera las imaginara. Después de las reformas de 1979, sustantivas asignaciones presupuestarias destinadas al R&D han fortalecido ese apetito por la ciencia y han permitido al país competir codo a codo con Occidente en varios sectores de alta tecnología.

En quinto lugar, en lo que respecta únicamente al crecimiento económico, el sistema político Chino tiene fortalezas que no se encuentran en otros países. Por un lado, las autoridades chinas son pragmáticas –no ideológicas– a la hora de elegir e implementar políticas económicas (“lo que importa es que el gato atrape ratones, no su color”, decía Den Xiaoping, responsable de los cambios a partir de 1979). Por lo tanto, cuentan con toda la gama de herramientas microeconómicas, fiscales y monetarias para materializar sus objetivos. Por otro lado, el sistema de partido único garantiza no solo la estabilidad social, sino también la continuidad de objetivos, estrategias y políticas, todo lo cual alienta al capital privado a invertir y asumir riesgos en proyectos complejos de largo plazo.

Finalmente, desde 1839 hasta 1945, China sufrió ataques, invasiones y derrotas por parte de las potencias occidentales y algunos vecinos asiáticos. Esos 106 años de agresión, conocidos en la narrativa China como el Siglo de la Humillación, están en las entrañas de la psique China, dotando de una alta prioridad la unidad, la autoprotección y la fortaleza nacional, todo lo cual allana el camino hacia el trabajo duro, el sacrificio, el espíritu empresarial y la armonía social. Esto no solo facilita el trabajo del gobernante Partido Comunista, el cual jugó un papel clave en el cese de esa Humillación, sino que también se suma como una contribución positiva a la competitividad de la economía.

Occidente podría optar por materializar su animosidad contra China, causada principalmente por temores económicos, con guerras arancelarias destinadas a detener su progreso, ignorando así que estos factores histórico-estructurales dotan a ese progreso de su propia dinámica y autosostenibilidad.

Sí, la relación exportaciones-PIB de China es relativamente elevada; asciende a casi un 18%. Pero si los aranceles redujeran sus ventas externas en un 20%, a un 14,4% del PIB (un evento muy improbable), el consumo local podría fácilmente compensar esa caída en la demanda agregada, con una reducción correspondiente de la relación ahorro-PIB de 3,6 puntos porcentuales, llevándolo a alrededor del 41%, todavía muy por encima de las tasas de ahorro promedio de Occidente. En ese escenario, el impacto de los aranceles en el PIB sería mínimo –si es que lo hubiera–, al tiempo que mejoran el consumo y la calidad de vida dentro de China.

Por otro lado, el presidente Trump podría, sin quererlo, estarse convirtiendo en un jugador clave para Team China. Parece haberse embarcado en una cruzada para hacer enemigos de amigos y hacer amigos de países profundamente desacreditados ante los aliados occidentales de Estados Unidos.

Los recortes en los presupuestos de ayuda internacional están borrando cualquier esperanza de que hubiese la más mínima coherencia de parte del cristianismo proclamado por buena parte de su base política y de que el capitalismo estadounidense no fuera depredador, al tiempo que causa estragos en muchos países y grupos de personas que se beneficiaron de esa ayuda.

La expulsión forzosa de migrantes y su envío a países que ya enfrentan serios problemas de pobreza y desempleo, pero que, ante los chantajes en temas comerciales, se ven obligados a aceptarlos, evidencia cero respeto por los derechos humanos y una alarmante predisposición a utilizar el poderío económico para hacer imposiciones unilaterales.

Un resurgimiento de la obsoleta Doctrina Monroe del siglo XIX (América para los Americanos) y el Destino Manifiesto (derecho de los Estados Unidos a expandir su territorio), está dañando las relaciones con Dinamarca, Palestina, algunos países árabes, Canadá, Panamá, México y se está convirtiendo en una advertencia para el resto del mundo.

Sus prácticas comerciales mercantilistas-proteccionistas y sus amenazas contra amigos y enemigos, se interponen en el camino de las reglas multilaterales legalmente vinculantes y los tratados comerciales bilaterales, todos los cuales fueron promovidos–si no impuestos– durante décadas por el mismo Estados Unidos que preside. Por ejemplo, la vinculación de la política comercial (y las sanciones personales, ya sufrida por dos diputadas costarricenses) a la lucha geopolítica de Estados Unidos contra China, traiciona tajantemente uno de los principales argumentos propagandísticos que se utilizaron para promover el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y EU (CAFTA-DR): que la aprobación del acuerdo blindaría totalmente las relaciones comerciales de la geopolítica y los cambios de gobierno en Estados Unidos.

Más que simplemente impresionar o asustar, como vaquero decidido y valiente montando el poder (algo que quizá busca), Trump podría estar llevando a muchas personas en el mundo a tener dudas sobre la sinceridad y las verdaderas intenciones de los Estados Unidos. ¿Cabe preguntarse si no sería mejor fortalecer los vínculos con una China ansiosa por relaciones comerciales guiadas simplemente por precios y calidad, que con un Estados Unidos mercantilista y extorsionador, dispuesto a utilizar cualquier medio para lograr sus fines?

Por lo tanto, más allá de los factores positivos estructurales mencionados anteriormente, podría ser que los anuncios y decisiones de Trump estén mejorando las perspectivas de la economía china.

ottonsolis@ice.co.cr

Ottón Solís es economista.