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España, ante las relaciones "poliamorosas" de la era Trump

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El discurso del vicepresidente de EE UU, J.D. Vance, la semana pasada en la Conferencia de Seguridad de Múnich fue la bronca final antes de un divorcio que llevaba años larvándose. La Casa Blanca quería abandonar a Europa desde hacía décadas para volcarse en el Pacífico, pero distintos eventos lo hicieron imposible. Primero el 11-S, luego la pandemia y, más tarde, la guerra en Ucrania alargaron una relación que ya tenía poco de amor y mucho de circunstancias sobrevenidas. Por fin, ha sido el inefable Donald Trump quien, con su estilo matón, ha dado por terminado un matrimonio que ahora tendrá que convertirse en otra cosa. El multilateralismo se acabó y ha quedado demostrado que las relaciones no son para toda la vida por mucho que las demos por hecho.

Carlota García Encina, investigadora principal de EE UU y relaciones transatlánticas del Real Instituto Elcano, comparte la visión de que Europa llevaba tiempo sin ser el objeto del deseo americano y cree que el mayor escollo que afronta el Gobierno español en la era Trump es «la falta de sintonía política». Aunque no es la primera vez que sucede, la distancia ideológica actual es un abismo y Pedro Sánchez no pierde ocasión de evidenciarlo. Sin embargo, cree que, «a pesar de todo el ruido, la relación bilateral sigue funcionando. España nunca ha sido ni una prioridad ni un problema para EE UU, lo que nos ha favorecido porque no somos vistos como una amenaza. Esto también ha llevado a que no siempre se nos haya prestado la atención que nos hubiera gustado. Esa falta de sintonía puede afectar la relación en otras áreas, aunque hay sectores como la defensa y la economía que se mantienen relativamente estables. España es actualmente el noveno mayor inversor en Estados Unidos», señala García Encina.

Los dos grandes temas compartidos, la relación comercial y las bases en Rota y Morón, no parecen peligrar según esta investigadora. «En términos comerciales, nuestra balanza con ellos es estable. Mientras otros países europeos tienen superávit, nosotros tenemos déficit, lo que en cierta manera nos coloca en una posición menos conflictiva con la actual Administración». En las últimas semanas ha ido creciendo en círculos diplomáticos la preocupación de que Marruecos acabe sustituyéndonos en el corazón de Trump como amigo privilegiado del flanco sur. No hay duda de que ellos han sabido dominar el arte de la política de lobbies que manda en Washington. García Encina duda de que Rabat nos tome el relevo porque «no se trata de un juego de suma cero». «Que Marruecos tenga una mejor relación con ellos no significa que España pierda su posición. Rabat ha invertido mucho en lobby en Washington y lo ha hecho muy bien, mientras que España no ha seguido la misma estrategia».

Javier Merchán, profesor de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Comillas, tampoco ve probable ese giro estadounidense hacia el Magreb, aunque visto lo ocurrido en las últimas dos semanas tampoco le suena imposible. De momento, cree que el giro de la política exterior americana ha sido de 90 grados, no de 180. «Lo que sí esta claro es que vamos hacia un realismo pragmático en las relaciones internacionales, lo que algunos denominan “multialineamiento”. Los países ya no tienen aliados o enemigos permanentes, sino intereses estratégicos que pueden cambiar con el tiempo. La idea del multilateralismo, las instituciones, un orden liberal en el que todos nos hacemos amigos, se ha acabado. El realismo ha vuelto».

Merchán considera que en esta nueva era de «relaciones poliamorosas» en política exterior, España «tiene la oportunidad de consolidar su influencia en la UE como un país que apuesta por la cooperación y la compartición de riesgos, especialmente en cuestiones económicas y de gasto en Defensa, que va a ser otro de los grandes temas. No obstante, también tendrá que redefinir su relación con América Latina, una región que ahora está en el foco de la estrategia estadounidense y vuelve a ser su patio trasero». En ese sentido, la Cumbre Iberoamericana del año próximo en Madrid se antoja un momento único para que España recupere su lugar en una zona olvidada en favor de la UE en los último años.

En una entrevista con Carlos Alsina en Onda Cero esta semana, la ex ministra de Exteriores Ana Palacio defendía que con un tipo como Trump «lo peor que puede hacer un país es achantarse». ¿Plantar cara es la mejor estrategia para España o, por el contrario, nos colocaría en el disparadero? Según este politólogo de Comillas, «España y la UE deben jugar un papel de equilibrio. Hay aspectos de la política exterior en los que conviene ser firme y otros en los que no tanto. Por ejemplo, en términos arancelarios, España cuenta con el favor de muchos grupos empresariales estadounidenses, ya que el superávit comercial de EE.UU. con España ha crecido un 200% en los últimos tres años. Una política arancelaria agresiva podría ser perjudicial para EE UU. Habrá ciertos frentes en los que convenga no ser tan agresivo».

Carlota García Encina también considera fundamental llegar a acuerdos al margen de los discursos duros que se hacen para consumo interno a los dos lados del charco. «Dentro de Europa hay distintos enfoques. Francia, por ejemplo, siempre busca liderar, pero en base a sus intereses propios. Los países del norte son más pragmáticos, mantienen una relación funcional con la Administración estadounidense y pagan sus presupuestos de defensa. Y luego están los idealistas como Alemania con discursos sobre democracia y valores europeos. Está bien, pero hay que ser pragmáticos. Porque, al final, ¿qué vamos a hacer? ¿Romper con Estados Unidos? No podemos. En el caso de Ucrania, por ejemplo, seguimos comprando armas a los estadounidenses porque nosotros no las producimos. EE UU es una potencia económica, militar y tecnológica. No podemos permitirnos una ruptura total. Y tampoco significa que tengamos que correr a los brazos de China. No es un juego de suma cero».

En este nuevo contexto internacional España puede esperar a que escampe, como ha hecho Europa tantas veces, o pasar a la acción. La investigadora de Elcano cree que nuestro país no llega con los deberes hechos: «Durante años, España ha podido haber jugado un papel más activo en Washington para defender mejor sus intereses, pero no lo ha hecho. No veo que esta administración vaya a cambiar eso, especialmente con la dificultad de comunicación que presenta. Lo que sí puede hacer España es adoptar un enfoque más estratégico. No se trata solo de minimizar daños y esperar a que termine la administración, sino de jugar nuestras cartas de manera más activa». Volviendo a la analogía del principio, un divorcio no es siempre una mala noticia. Muchas veces el «dejado» aprovecha la crisis para ponerse en forma y ganar autonomía personal. EE UU llevaba años dando avisos y tomando distancia y ahora a Europa le toca ponerse las pilas y coger las riendas de su propio destino.