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Casas con puertas para pobres

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Es uno de los signos de nuestra época: que sean los promotores inmobiliarios los que decidan cómo tiene que ser una ciudad y acaben decidiendo cómo tiene que ser el mundo entero, desde Barcelona y Madrid hasta Gaza, un lugar ideal para edificar hoteles y casinos

Esta semana, gracias a la vicepresidenta de la Asociación de Promotores de Catalunya (APCE) y consejera delegada de Vertix, Elena Massot, ha vuelto a la actualidad el viejo tema de las puertas de servicio, lo que los estadounidenses llaman explícitamente “poor door” y una conocida muy pija de cierto país latinoamericano “por donde entra la doméstica”. Porque para qué vamos a andarnos con eufemismos. Massot sugería que para hacer más vendible la conocida como “reserva del 30%” que aprobó Colau y que Collboni ha puesto en cuarentena, que obliga a que las nuevas promociones y grandes rehabilitaciones de edificios destinados a vivienda a incluir al menos un 30% de sus pisos de protección oficial. Si hay que reservar casi un tercio de las viviendas en un edificio de lujo en Upper Diagonal para pobres, minorías o viudas que malviven de la pensión, qué menos que entre por otra puerta distinta a la de la gente bien de toda la vida.

Que los promotores inmobiliarios son de las peores cosas que le ha pasado al mundo civilizado lo demuestra el hecho de que Donald Trump lo es. No hay más preguntas, señoría. En 2013 se hizo famoso en Nueva York un edificio de la empresa Extell en Riverside Boulevard, una zona residencial ultracara marcada precisamente por los primeros edificios que Trump construyó en la década de los 90 en una zona que había servido como estación ferroviaria. El edificio de Extell tenía 219 apartamentos de lujo trumpiano, gimnasio, piscina, bolera, pared de escalada, parque infantil, una cancha de squash y un simulador de golf y gracias a la ley vigente en la ciudad tenía también 55 apartamentos con alquiler social para ciudadanos de bajos ingresos. Para solucionar semejante dislate, casi una distopía en la que los ricos se ven obligados a soportar la presencia diaria de vecinos pobres, Extell habilitó dos accesos: la puerta normal que daba acceso a un vestíbulo adornado con una lámpara de araña de vidrio soplado, con suelo de mármol, sillones de satén en tonos tierra y un escuadrón de amables porteros uniformados detrás del mostrador, y la puerta para pobres, situada discretamente a la vuelta de la esquina y que no contaba ni con una miserable bombilla.

En España hay muchos edificios que cuentan con escalera y ascensor de servicio, y también los hay con dos portales, aunque bastantes menos. Los promotores inmobiliarios españoles prefieren construir dos edificios si la ley les obliga a dedicarlos a vivienda social, uno de lujo y otro con instalaciones y materiales peores, aunque sea al lado, porque los clientes ricos no quieren compartir casa con los que no son de su clase, que somos, tirando por lo bajo, el 80% de la población. Es uno de los signos de nuestra época: que sean los promotores inmobiliarios los que decidan cómo tiene que ser una ciudad y acaben decidiendo cómo tiene que ser el mundo entero, desde Barcelona y Madrid hasta Gaza, un lugar ideal para edificar hoteles y casinos. Y la ciudad soñada por los promotores inmobiliarios se basa en la segregación: zonas para ricos con todos los servicios y zonas para clases medias y trabajadoras (alguna vez entenderé en qué se diferencian). Mezclarse es de rojos comunistas porque cuando la gente se mezcla puede surgir la cohesión social, la hermandad, la empatía, la justicia social y otros conceptos que los ricos ni quieren ni necesitan. La mezcla, ese estado enriquecedor y en decadencia que era propio de los habitantes de las ciudades. Hoy, los pobres de la ciudad apenas son visibles, y las clases medias que trabajan en la ciudad han sido expulsadas fuera de la vista una vez que cumplen su función diaria. Y esa es la meta: edificar un mundo al que la mayoría de los seres humanos accedan a través de las puertas para pobres.