La Albufera: paella y 'selfies' en el lago enfermo que mitigó la DANA
La laguna, una "sopa verde" tras la muerte de las plantas acuáticas en los años 70, absorbió un tsunami de agua dulce el 29 de octubre que ha dejado algunas bacterias y residuos por toneladas. Escenario de series, novelas y atardeceres de Instagram, espera con milagrosa resiliencia una solución definitiva
Es un domingo cualquiera a las seis y media de la tarde. La carretera que discurre paralela al Parque Natural de la Albufera (del árabe al-buhayra, “pequeño mar”) está colapsada, como todos los atardeceres de los fines de semana. Están volviendo a València centenares de personas después de tomar una paella en el Saler, El Perelló o El Palmar, como hicieron los reyes en su visita sorpresa en Navidad.
Otros están llegando para hacer fotos de la puesta de sol en el embarcadero más popular de la laguna, un humedal donde se pesca, se cultiva arroz y que tiene acceso a playas dunares y bosques. Hace miles de años era un trozo de mar, pero se convirtió en albufera cuando montículos de arenas y sedimentos traídos por el viento lo aislaron y separaron del Mediterráneo creando una nueva costa. Es la zona sur de la capital, la cuna de la paella, los paseos en barca, los patos, series como El Embarcadero, el veraneo local en playas de línea recta y las barracas de Blasco Ibáñez.
Hace algo más de 100 días, ese lago central pegado al mar y rodeado de marjales absorbió por sorpresa un tsunami de agua dulce que le llegó cuenca arriba.
El mortal barranco del Poyo desemboca allí, y por él llegaron hasta el humedal tejados de polígonos industriales, coches, máquinas, medicamentos, líquidos tóxicos, plásticos, tierra por toneladas y aguas fecales. El fango que se vertió los días siguientes por las alcantarillas de la zona cero acabó en gran parte en La Albufera porque los colectores y depuradoras no funcionaban o estaban destruidos.
Las primeras que notaron que algo iba mal aquel 29 de octubre por la tarde fueron la aves. Se quedaron sin alimento y sus islas y zonas de descanso se borraron por la súbita subida del agua: según datos oficiales, en menos de 24 horas la Albufera recibió ocho veces el caudal del río de Guadalquivir. Estas aves tuvieron que buscar refugio en el sur de este humedal, declarado de importancia internacional (Ramsar). Las 20.000 aves censadas en estas tierras de descanso se redujeron a 3.000, como explica Anna Valentín, de SEO Birdlife: “Las anátidas fueron las más afectadas”. También influyó la actividad humana durante esas semanas, porque la UME y la Guardia Civil peinaban la zona en busca de cuerpos de desaparecidos, lo que obligó a mantener bajo el nivel de aguas. “Ahora hemos visto que las aves han vuelto a los números habituales”.
Gracias a este humedal no se inundaron los pueblos y urbanizaciones del sur de València, porque hizo de esponja absorbente de la riada. “La Albufera nos ha ayudado. El lago y todo el sistema de arrozales han hecho un papel brutal porque han contribuido a evacuar el agua”, cuenta Antonio Camacho, investigador y catedrático de Ecología de la Universitat de València. Un agua que se quedó en el humedal y que luego pudo salir al mar ordenadamente por las golas (los conductos del lago hasta el Mediterráneo), en lugar de desparramarse sin orden arrasando todo a su paso, como pasó Albufera arriba.
Al día siguiente de la DANA, la laguna y sus alrededores amanecieron devastados. Barranco arriba, los gritos y el colapso humano. En la desembocadura, una lámina de agua en silencio, sin aves, rebosante de fango, restos y cañas. Las 'motas' –pequeños diques que permiten el cultivo de arroz– habían desaparecido, la geografía de los arrozales se había borrado. Había ruedas, coches, plástico y basura por todas partes, sobre todo en el norte, en la parte que linda con Catarroja y Massanassa, dos de las poblaciones de la zona cero y última parada del barranco del Poyo. También escondía esta lámina de agua las peores noticias. Allí encontraron, por ejemplo, el cuerpo de Susana, la mujer con síndrome de Down que se había ahogado en Pedralba junto a su padre (aún desaparecido), 50 kilómetros más arriba.
Todo eso lo asimiló un ecosistema muy enfermo y que hoy está peor que antes del 29 de octubre. A la pregunta de cuánto peor, no hay datos objetivos con los que contestar. Un informe del CSIC, al que ha tenido acceso elDiario.es a través de una pregunta al portal de Transparencia de la Conselleria de Medio Ambiente, reveló en diciembre contaminación fecal, sobre todo en la parte que conecta el Poyo con la laguna, algo esperable porque se estuvieron vertiendo aguas sin depurar durante semanas. Los lodos están a la espera de ser retirados por la Confederación Hidrográfica del Júcar antes de que lleguen lluvias. Tampoco está claro cuál será el destino final de los sedimentos: se tratarán como residuo, serán materia orgánica para cultivo o tierra para obras de reparación de taludes, según ha explicado el Ministerio de Medio Ambiente a elDiario.es.
“Para saber si esos vertidos pueden afectar a la salud humana o los peces, hay que hacer análisis con técnicas basadas en ADN, que son más costosos”, explica Camacho, que es uno de los científicos implicados en la recogida de muestras y monitoreo que luego la Generalitat utilizará en un proyecto para conocer el impacto real en la Albufera. En unos meses podrán tener resultados más precisos sobre si las bacterias que hay en el lago y el barranco son patógenas y para qué seres vivos o plantas en concreto. Los expertos consultados coinciden en que lo normal es que la contaminación fecal haya mejorado, por el tiempo, porque ha entrado agua limpia y porque el sistema de colectores y depuradoras ya funciona –aunque algunos, como el del barranco del Poyo, son aún provisionales–. Además, la Conselleria hace mediciones periódicas de toxicidad y los últimos datos colgados (de diciembre) muestran un nivel “muy reducido”.
El otro punto de preocupación es la contaminación por residuos sólidos. Según el boletín de parques naturales de la Generalitat, se han retirado 59 toneladas de basura hasta diciembre. Y lo han hecho básicamente voluntarios: 1.539, según datos oficiales de Medio Ambiente, que han hecho labores de limpieza junto los trabajadores habituales del Parque. No se han hecho contrataciones extraordinarias de peso, aunque la Conselleria apunta a que “hay refuerzos de empresas externas”.
“El problema lo tenemos con los microplásticos y los residuos pequeños. Una vez se ha retirado lo visible, en los bordes de la laguna y el arrozal hay mucho material disperso que no se percibe, pero que está. Exige barreras cerco, y es una tarea muy difícil”, explica Carles Sanchis-Ibor, presidente de la Junta Rectora del Parque y miembro de la Fundación Assut, que trabaja por la recuperación. Otro punto débil tras la DANA es el de las infraestructuras agrícolas. “Las motas están muy debilitadas, se romperán o no podrán funcionar. No veo fácil que se pueda reparar antes de la campaña de arroz, que empieza la última semana de abril, y muchos agricultores no podrán cultivar”, aventura Sanchis-Ibor, que apunta a que debería preverse alguna ayuda económica.
Al margen de poder cuantificar con precisión los daños de la DANA en el Parque Natural, “bien no ha hecho seguro, porque además la Albufera está enferma desde antes, muy enferma, es una sopa verde”, explica Camacho, horas antes de partir a la Antártida. “Se han hecho planes e intervenciones y no hemos conseguido revertir el estado del lago, aunque el sistema dunar haya mejorado, o veamos aves, algo lógico porque hay agua debido a los aportes de la agricultura. Pero los peces y plantas acuáticas están muy mal”.
El primer paso importante de protección se dio en 1986, cuando se declaró Parque Natural, lo que consiguió frenar todas las atrocidades ecológicas que se habían hecho en la zona durante décadas. Las industrias que bordean la laguna desaguaron allí con normalidad sus residuos durante años, y los pesticidas que se usaban entonces en el cultivo del arroz también fluyeron sin problema por el humedal. Además, se vertían aguas de zonas urbanizadas sin depurar (aún queda algún colector que llega de cascos antiguos en la comarca de l'Horta Nord, todavía conectados a acequias). Es la época en la que surgió el plan para alicatar lo que ahora es Parque Natural con torres de veraneantes, un proyecto que se paró gracias a la presión de asociaciones ecologistas y vecinales.
Se puso el freno de mano a la gota malaya de la destrucción de un entorno único, pero era tarde, porque el punto de inflexión se había producido en los años 70: “Ese punto fue la desaparición de las plantas acuáticas”, apunta Camacho. El lago tenía demasiados nutrientes, sobre todo fósforo, lo que hace que se reproduzca de manera exagerada el fitoplancton y desaparezcan plantas y peces. Es el proceso conocido como eutrofización, que no se ha resuelto y que afecta también a ecosistemas como el Mar Menor. Las algas tomaron la laguna y, sin plantas que hagan la fotosíntesis y que aporten oxígeno, la vida animal y vegetal colapsa. El poco oxígeno que hay lo consumen microorganismos como las bacterias. De ahí que sea una sopa verde que no permite que entre la luz solar y, por lo tanto, que se regenere. Un círculo vicioso que lleva rodando 50 años.
El primer gran plan de ayuda se hizo desde el Gobierno central en 2004, “pero desde 2021 ya vemos que no hay mejoras en la calidad de las aguas, ese plan está agotado y el fitoplancton se reproduce todavía más por las altas temperaturas”, cuenta el presidente de Junta Rectora. Desde el Ministerio de Transición Ecológica –que durante el mandato de Teresa Rivera acordó un plan para el humedal de Doñana y puso las bases para otro en el Mar Menor con la escenificación junto a los presidentes autonómicos del PP– recuerdan el compromiso de invertir 30 millones de euros en el Parque, que se dedicarán a reparar infraestructuras dañadas y a retirar lodos tras la DANA, la competencia estatal.
Respecto a la posibilidad de impulsar un nuevo plan especial, fuentes del Ministerio señalan que la laguna de València está “entre los cinco espacios prioritarios de la estrategia nacional para los humedales”. Justifican que se haya priorizado el humedal andaluz y el de Murcia en el hecho de que “estaban en peor situación o en procesos de infracción o sanción por parte de organismos internacionales”.
Tampoco ayuda, en tiempos de polarización, que el futuro del ecosistema dependa de tres administraciones distintas. El Ayuntamiento de València (PP) es el propietario del lago. El responsable municipal es un concejal de Vox, un partido negacionista a quien la alcaldesa dio la competencia de la “Devesa Albufera” en su coalición de gobierno. La gestión del Parque Natural, sus recursos y mantenimiento es de la Generalitat Valenciana, también en manos del PP que, antes de las riadas, lanzó la idea de abrir la puerta al capital privado y las empresas para el mantenimiento del Parque, según avanzó el conseller competente en una entrevista en La Razón. El Gobierno central (PSOE en coalición con Sumar) es responsable, entre otras cosas, de la gestión de las aguas y los aportes, a través de la Confederación Hidrográfica del Júcar.
Aunque en 2019 se llegó a un acuerdo entre las tres partes sobre la gestión hídrica y el plan a seguir, cada uno ve el cumplimiento en un punto y muchos expertos creen que la única salida es aprovechar la DANA como punto de inflexión para conseguir ir todos en la misma dirección y salvar, si es que todavía es posible, el lago. De hecho, tras las riadas se han anunciado planes de millones de euros desde las distintas administraciones, poniendo el foco cada una en un asunto de su competencia.
“Aquí hace falta un plan Marshall. Hemos vivido cosas sobre las que no hay nada escrito a nivel mundial, como cuando el lago se tiñó nueve meses de rojo por un desequilibrio, lo que nos demuestra que los sistemas son ahora mucho más susceptibles y que las recetas de antes ya no sirven”, explica Camacho. De momento, Ayuntamiento y Generalitat quieren que sea declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO, una candidatura que se potenció antes de la riada, pero que sigue adelante, afirman desde la concejalía de Vox.
Sanchis-Ibor apunta algunas medidas que habría que tomar en conjunto en esta laguna de 80 centímetros de profundidad: “Los fondos tienen unos niveles altos de fósforo. Se podrían quitar, aunque es algo costosísimo. Además, los vertidos depurados que llegan aún tienen demasiado fósforo y otros aún llegan sin depurar. También necesita más agua del Turia y el Júcar”. Iniciar alguno de estos proyectos requiere la actuación de todas las administraciones, todo el rato, en todas partes.
Se oscurece el día y los últimos visitantes del embarcadero emprenden la vuelta a casa y al apartamento turístico, después de hacerse fotos frente a la laguna y presumir de sus impresionantes atardeceres en Instagram. La paella se ha digerido, las fotos se han revelado, las barcas han amarrado. La resiliente laguna se queda a solas, a la espera de que, además de mirarla, alguien la vea.