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Trump y el imperio sin "aliados eternos"

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Los europeos se preguntan qué clase de alianza tienen con EEUU cuando Trump sólo les deja la opción de someterse en todo lo relacionado con política comercial, Inteligencia Artificial, OTAN y la guerra de Ucrania

Trump dinamita la estrategia de los aliados de Ucrania y golpea a sus socios europeos de la OTAN

Una de las bravuconadas más citadas de Donald Trump en la campaña electoral que le llevó a la victoria fue prometer que conseguiría un acuerdo de paz en la guerra de Ucrania “el primer día” de su llegada a la Casa Blanca. De forma más realista, dijo después que sería “rápidamente”. Sólo tres semanas después de su toma de posesión, el presidente de EEUU ha cambiado completamente las perspectivas sobre una futura negociación, pero de una forma que ha provocado temor en Ucrania, perplejidad en Europa y satisfacción contenida en Rusia.

Unido a sus iniciativas –léase amenazas– que han afectado a Canadá, México, Panamá, Dinamarca, Gaza y la Unión Europea, no hay motivos para confundirse. Trump II es muy diferente a lo que fue Trump I en la política exterior de su primer mandato. Se acabó ese vago aislacionismo muy escéptico con las intervenciones militares en Irak y Afganistán. El mundo tiene que prepararse a un imperialismo diferente al de la Guerra Fría, aunque no menos agresivo, que tendrá como objetivo asegurar la hegemonía económica de EEUU por encima de los intereses legítimos de sus aliados. 

Ser aliado de EEUU será una experiencia diferente a la del pasado e indudablemente más traumática. 

Resulta complicado identificar a Trump dentro de las grandes corrientes conservadoras sobre política exterior después de 1945. Es más fácil descubrir lo que les separa de ellos. Una profesora de historia de la universidad de Rutgers ha ofrecido una hipótesis sugerente en un artículo en The New York Times. Para entender la visión de Trump, escribe Jennifer Mittelstadt, hay que remontarse un siglo atrás, en concreto a 1919 y los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. 

Partiendo del impulso a la globalización en los años anteriores a la guerra, se abrió un nuevo escenario marcado por el fin de varios imperios, la aparición de nuevos estados en Europa y la posibilidad de crear una comunidad internacional que impidiera otra guerra tan destructiva como la que se inició en 1914, y de ahí la formación de la Sociedad de Naciones.

En EEUU, se originó un movimiento contrario que consiguió impedir la adhesión del país a esa nueva institución internacional. Los senadores republicanos se negaron a aceptar el Tratado de Versalles presentado por el presidente Woodrow Wilson. En dos votaciones, sus votos fueron suficientes para que no se alcanzara la mayoría necesaria de dos tercios. En la segunda, 53 senadores votaron a favor y 38 en contra.

Los críticos alegaron que la Sociedad de Naciones “reemplazaría a la Constitución con un gobierno mundial, reduciría el valor único de la historia y cultura de América, y permitiría que estados no civilizados, no blancos y no cristianos ejercieran un poder sobre los ciudadanos” de EEUU, explica Mittelstadt.

Esa corriente a la que se suele denominar “soberanista” es el precedente más claro de la política actual de Trump. Veían la cooperación internacional como una amenaza a la soberanía personal de los estadounidenses y a la de la nación. 

La Guerra Fría y el enfrentamiento con el comunismo disminuyeron la influencia de estos soberanistas en la derecha norteamericana. Se impusieron los halcones en ambos partidos que consideraban esencial la implicación del país en la cruzada contra la URSS en todo el planeta. Nunca desaparecieron por completo y fueron relevantes en el ala derecha de los republicanos de distintas maneras. Convencieron a Ronald Reagan de que EEUU abandonara la Unesco en su mandato y se opusieron por sistema a los acuerdos de desarme con la URSS.

Tras el fin del comunismo, quedaron aún más apartados del poder con el “nuevo orden internacional” promovido por George Bush, padre, y lo mismo ocurrió en la presidencia de Bush hijo y el ascenso de los neoconservadores y sus ansias por apuntalar la hegemonía de EEUU por medios militares como la invasión de Irak. 

Las prioridades de Trump se ajustan a las exigencias clásicas de esos soberanistas. Está convencido de que todo el mundo se aprovecha económicamente del país más poderoso del planeta. Los déficits comerciales –causados por las necesidades de la economía norteamericana y el poder consumista de sus ciudadanos– son una estafa, un engaño que hay que revertir con aranceles. Ya ha ordenado por decreto la salida de EEUU de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y ha tomado la misma decisión con el Acuerdo de París sobre el cambio climático. 

El Proyecto 2025 es una hoja de ruta masiva elaborada por la Fundación Heritage en beneficio de Trump. La nueva Administración la está cumpliendo en varios de sus puntos. Sobre las organizaciones internacionales que “erosionan nuestra Constitución, el Estado de derecho o la soberanía popular”, afirma que EEUU no debe reformarlas, sino abandonarlas. Es un criterio que hubieran firmado sin problemas los soberanistas de 1919.

Los compromisos internacionales que ha asumido EEUU durante décadas no significan mucho para Trump. Ese soberanismo beligerante que no conoce aliados se ha manifestado con las amenazas a Panamá por el control del canal. En su discurso de la toma de posesión, fundamentó sus exigencias con varias falsedades. Dijo que EEUU financió toda su construcción y “perdió 38.000 vidas” en las obras. Decenas de miles de trabajadores murieron, sobre todo por enfermedades, pero casi todos procedían de países del Caribe. Afirmó que los buques de EEUU pagan más que otros por el paso por el canal (falso), que Panamá ha incumplido sus promesas (falso) o que China controla todas las operaciones (falso). 

Ante el asombro europeo, Trump ha anunciado el interés de su Gobierno por comprar Groenlandia, territorio que pertenece a Dinamarca, miembro de la OTAN, con un especial interés por sus riquezas minerales y posición estratégica. Lo que parecía una idea excéntrica que se olvidaría pronto dejó de serlo cuando Trump telefoneó en enero con maneras muy agresivas a la primera ministra danesa. “Antes era difícil tomárselo en serio. Pero creo que el asunto es grave y potencialmente muy peligroso”, dijo una fuente de un Gobierno europeo al FT. 

Nada tendrá consecuencias más dramáticas que la intervención de Trump en la guerra de Ucrania. Este miércoles, se produjo la noticia que los europeos temían y que era inevitable. Una llamada de 90 minutos de Trump a Vladímir Putin dejó de manifiesto que EEUU pretende negociar directamente el fin de la guerra con el presidente ruso. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, afirmó que no es realista que Kiev aspire a recuperar los territorios perdidos desde 2014 a manos de Rusia ni tampoco lo es su aspiración a entrar en la OTAN. Ambas declaraciones no son totalmente falsas, pero suponen una inmensa concesión a los intereses de Moscú. 

En la reunión de ministros de Defensa de la OTAN en Bruselas el jueves, Hegseth matizó el mensaje y dijo que “todo estaría sobre la mesa” en una negociación, pero el daño estaba hecho. “Es desafortunado que Trump haya hecho ya concesiones públicas a Putin antes incluso de que comiencen las negociaciones”, respondió el ministro alemán de Defensa, Boris Pistorius. 

Trump intentó desmentir la idea de que ha dejado tirados a los ucranianos afirmando el jueves que Kiev también tendrá un papel que jugar en las negociaciones, mientras aparecía en las redes sociales la famosa foto de Neville Chamberlain agitando el papel que firmó con Hitler en la cumbre de Múnich de 1938 en la que entregó a Alemania el control de los Sudetes en Checoslovaquia. Es la imagen que simbolizó el despreciado “apaciguamiento” que ni siquiera sirvió para evitar la guerra un año después.

Sin embargo, el presidente de EEUU no ofrece muchas alternativas a Volodímir Zelenski y prácticamente lo presenta como derrotado: “Bueno, él tendrá que hacer lo que tenga que hacer, pero, ya sabes, sus números en las encuestas no son especialmente buenos, por decirlo de alguna manera”, explicó a un periodista que le preguntó si creía que Zelenski debería hacer concesiones territoriales a Moscú. También planteó que EEUU aspira a recibir algo a cambio de la ayuda facilitada a Ucrania en forma de concesiones minerales, porque cree que Biden regaló demasiado dinero a los ucranianos.

Trump no comparte en absoluto la hostilidad europea hacia Putin. Incluso desea que Rusia vuelva a unirse a las cumbres del G7. El fin del aislamiento occidental a Putin es ya un hecho.

La descripción de la OTAN como la Alianza Atlántica está más que nunca en cuestión. Hegseth vino a Bruselas a leer la cartilla a los presuntos aliados europeos. Ni 2% de gasto militar ni 3%. Trump exige un 5% de gasto de Defensa sobre el PIB, una cifra inalcanzable para España, Italia y otros países (en EEUU ese gasto supone ahora el 3,5% de su PIB). El jefe del Pentágono se mostró casi despectivo con la retórica habitual en los dirigentes de la UE: “Podemos hablar todo lo que se quiera sobre valores. Los valores son importantes. Pero no puedes disparar con los valores”.

En una reunión internacional sobre Inteligencia Artificial en París esta semana, el vicepresidente JD Vance dejó claro a los demás participantes que su país tiene la intención de dominar esa industria y establecer sus límites. No busca socios con los que negociar. Los europeos lo entendieron como un claro 'lo tomas o lo dejas'.

Vance se presentó el viernes en la Conferencia de Seguridad de Múnich para endosar a la audiencia un discurso arrogante y despectivo hacia las democracias europeas al más puro estilo MAGA. Con el mismo mensaje que hubiera utilizado en un mitin en Ohio, acusó a sus aliados de permitir una invasión migratoria, de ser débiles ante la amenaza terrorista y de vulnerar la libertad de expresión por intentar poner coto a la desinformación.

En otras palabras, Vance suscribió las posiciones de la extrema derecha europea con una intervención que habrá complacido a Le Pen, Orbán y Abascal.

Los europeos, y en especial los alemanes, quedaron alarmados por el apoyo directo de Elon Musk al partido ultraderechista AfD. Ahora ya deberían saber que no se trata simplemente de los prejuicios racistas de un multimillonario, sino de la política oficial de la Casa Blanca.

La UE ha despertado del sueño de creer que era suficiente de momento con no provocar a Trump. El último revés es el anuncio de todo un nuevo sistema de aranceles que pone fin a 75 años de política de EEUU en favor del libre comercio. Sus socios comerciales en Europa pagarán un precio económico muy alto en sus sectores exportadores, probablemente a partir de abril. Es legítimo preguntarse hasta qué punto la alianza de Europa con EEUU es una quimera o una realidad que se va desmoronando con cada decisión de Trump.

Emmanuel Macron ha calificado el regreso de Trump como un “electroshock” para Europa. Es evidente que los dirigentes de la UE aún están temblando por la descarga. Con su grandilocuencia habitual, el presidente francés afirma que Europa ya no puede conformarse con el “paraguas de seguridad” que ofrece EEUU y que debe reducir su dependencia de EEUU y China, con esta en el plano económico. Propone un gran aumento del gasto militar, pero el problema es el de siempre, de dónde sacar el dinero. Cuando dice que las reglas del déficit en la UE están ya “obsoletas”, sabe que no cuenta con el apoyo de Alemania y otros gobiernos del norte de Europa.

Los europeos se arriesgan a quedarse con el rol desagradecido del espectador de los hechos que determinarán el futuro de Europa del Este. Sostienen que Ucrania tiene derecho a participar en las negociaciones de paz, lo que es una obviedad, pero es difícil de llevar a la práctica si Trump ha decidido que no piensa seguir financiando esa guerra. En el campo de batalla, 2025 tiene todo el aspecto de ser como el año anterior con Ucrania resistiendo a duras penas el avance ruso en el Donbás sin ninguna posibilidad de recuperar terreno.

Para contemplar lo que se avecina en el futuro en las relaciones internacionales, puede ser conveniente, aunque no alentador, mirar al pasado. Al pasado imperialista de Europa. Lo dijo Lord Palmerston, secretario británico de Exteriores, en el Parlamento en marzo de 1848: “No tenemos aliados eternos y no tenemos enemigos perpetuos. Son nuestros intereses los que son eternos y perpetuos, y es nuestro deber cumplir con esos intereses”. Es dudoso que Trump sepa quién fue Palmerston, pero parece que está siguiendo sus pasos.