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Un librazo por rescatar: “La ópera de los fantasmas” de Jorge Salazar

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Un fugaz análisis de lo que se pudo publicar y no se publicó en el 2024, me lleva a un título que pasó desapercibido para las casas editoriales, de un autor considerado maestro de las crónicas policiales.

Pero vayamos primero al tema:

El 24 de mayo de 1964 es una de las fechas más trágicas de nuestra historia contemporánea. Aquel día, domingo para más señas, la selección peruana juvenil de fútbol disputaba su pase a las Olimpiadas de Tokio ante su similar de Argentina. Jóvenes figuras peruanas, como Chumpitaz, La Rosa, Cassaretto y Sánchez, estaban ante un Estadio Nacional lleno y expectante, era el escenario perfecto de lo que tendría que ser una fiesta nacional.

Todos sabemos lo que ocurrió: el árbitro uruguayo Ángel Pazos anula el gol de empate del equipo peruano, la afición protesta, y de las tribunas salta a la cancha Víctor Melasio Vásquez Campos, conocido como Bomba, quien agrede al árbitro, ante lo cual los policías no demoran en agarrarlo a culatazos. Los presentes en el estadio se solidarizan con Bomba y el policía encargado de la seguridad del espectáculo deportivo ordena que se tiren gases lacrimógenos a las tribunas. El resultado: más de 300 personas muertas, asfixiadas y aplastadas a razón de que las puertas de salida estaban cerradas. Han pasado muchos años de esa tragedia y no pocas preguntas despiertan los hechos, siendo una de ellas: ¿por qué las fuerzas del orden reaccionaron con tanta violencia? Tengamos en cuenta que nos referimos a una catástrofe emocional que ya ha pasado el apunte de la data para posicionarse en el imaginario colectivo y no necesariamente vinculado al fútbol. Ha superado incluso al lazo generacional. Hasta los más jóvenes, como los nacidos a partir del 2000, tienen sustentadas nociones de lo que acaeció.

En La ópera de los fantasmas (Mosca Azul, 1980), Jorge Salazar (1940 - 2008) pone como telón de fondo aquel fatídico día como la referencia inmediata de los vaivenes de sus personajes: un estudiante, con ideas de izquierda, que sueña cambiar al mundo desde una mesita del café Versalles, ubicado en los perímetros de la plaza San Martín; un brujo que vaticina que la selección peruana clasificará a las olimpiadas de Tokio; un ministro del interior arropado de cobardía y zalamería; un juez de apellido griego (Giannakoulas) asqueado de que las autoridades hagan hasta lo inimaginable por ocultar la verdadera razón que llevó a las fuerzas policiales a reaccionar brutalmente contra los aficionados; un preso que en un arranque de ajuste de cuentas con su conciencia decide no quedarse callado; etc.

Jorge Salazar no solo poesía talento y oceánica cultura. La lectura de sus libros (pocos y valiosos) nos dice que se trataba de un hombre con una sensibilidad peculiar y esta cualidad es posible detectarla en todos sus libros. A saber, nuestro escritor fue igualmente un privilegiado conocedor de la gastronomía y no solamente de la tradición local y cómo olvidar sus estupendos aportes al periodismo deportivo. No nace del antojo esta referencia. Tanto ayer como hoy, tenemos autores con talento y con formación, pero no tienen ese factor que sí poseía Jorge Salazar, lo que acabamos de indicar: la sensibilidad. Su manera de narrar, en especial cuando se trataba de hechos escabrosos que estremecieron a la sociedad peruana, como el caso Poggi de 1987, por ejemplo, del cual publicó un libro ese mismo año, no caían en el efectismo descriptivo. Salazar introducía al lector en su poética mediante el fino arte de la sugerencia. Parecer para Salazar era ser, por eso el lector no siente una jerarquía, sino una horizontalidad, lo cual no es para nada poco, teniendo en cuenta que su discurso venía con la marca de agua de la reflexión crítica y los datos. Hasta me atrevo a decir que Salazar no narraba, Salazar contaba. Conseguir ese equilibrio en la administración de sus recursos, no nació de un día para otro. A saber, tenía 24 años cuando sucedió la tragedia del Estadio Nacional. Pero esperó a cumplir 40 años para publicar la novela. Salazar, en su esencia de escritor, debía procesar lo ocurrido, ergo: no se apuró. Serio, pues.

En La ópera de los fantasmas, más allá de mostrarnos la grisura con la que se investigó esta tragedia, Salazar expone un mural de época. Se trata de un hecho peruano, pero al mismo tiempo de uno relacionado a la política internacional del momento. Eran años en los que se vivía una paranoia global, el temor a una nueva guerra mundial era patente. Estados Unidos y sus aliados veían con preocupación un potencial avance de las ideas comunistas en la región y había que preparar a sus socios del sur. En el prólogo titulado “Advertencia”, el mismo Jorge Salazar nos prepara para la lectura de su novela.

A continuación, el último párrafo del texto:

“Dicho esto, doy por sentado que he cumplido con mi conciencia y con mi psicoanalista: la narración que vas a descifrar, amable lector, es un invento mío; por lo tanto, cualquier coincidencia con alguna luminosa historia antigua es pura casualidad, producto de mi locura. Del infierno que llevo dentro de mí”.

Esta joyita merece una reedición. No pudo ser en el 2024, no importa, que sea en este 2025. Háganse una.