El miedo
Es curioso, ante la pregunta al desgaire sobre cuáles son los dos sentimientos más poderosos que albergamos a lo largo de nuestras vidas, recibimos una respuesta casi inmediata: “el amor”. Lo difícil viene cuando inquirimos ¿y el otro? Casi todos vacilamos y enseguida respondemos: ¿será el odio? Buscando sentido a la respuesta topamos con una realidad, el odio emerge de forma casi primitiva, visceral, apareciendo falsamente como lo contrario al amor.
Allí viene un interesante diálogo cuando se sugiere que en las antípodas del amor lo que permanece, lo que yace casi en las sombras es “el miedo”. Este sentimiento es definido como una de las emociones primarias del ser humano y los animales (es decir, una de sus reacciones fundamentales y primitivas), se produce por la presencia (real o imaginaria) de un peligro, un riesgo o una situación amenazante. Se trata de una emoción desagradable, muy vinculada con la ansiedad, y cuyo grado máximo lo representa el terror.
Es menester reconocer que hoy, en el país tropical que vivimos, uno de los sentimientos que nos acompaña permanentemente es el miedo. No como una simple emoción que refleja debilidad, cobardía, es algo distinto que nos atreveríamos a calificar, como una pasión indescifrable muy profunda, un miedo o temor a “no ser” lo que durante décadas hemos tratado de lograr, soñado o creído ser.
La búsqueda del ser ha sido siempre la aventura más humana, quizás por lo confuso y misterioso de nuestro origen, como personas “humans beings” y como sociedad. Fuimos “descubiertos” por una civilización distinta que llegó a nuestras costas en sus navíos. Siempre me pregunto quiénes éramos los que estábamos allí antes, en medio de selvas, pirámides, sacrificios, entre el esplendor en Mesoamérica y la escasez en las orillas del mar (sugiero que traten de acercarse al fantástico libro El corazón de piedra verde. Su autor, Salvador de Madariaga, recrea la imagen del choque de dos mundos, muestra la conmoción que la Conquista produjo en los corazones de España y América. La historia de Moctezuma y Cortés, de Cuauhtémoc y Bernal Díaz, de los españoles y aztecas que vivieron en una época crucial para la evolución del mundo entero).
Siempre me pregunto: ¿Qué pensaría Bolívar cuando dijo en la Carta de Jamaica (6 de septiembre de 1815) «Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte; cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y ciencias aunque en cierto modo viejos en los usos de la sociedad civil… no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar a estos a los del país y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado”.
La realidad es que el miedo existe, tenemos miedo a no ser gente libre, con pensamientos y artes propios, con sentimientos que difieren notablemente de los pueblos sometidos al dominio inclemente de la razón, “esa tiranía” como califican algunos.
Estamos en una encrucijada que a veces parece imposible superar, el gran peligro es perdernos a nosotros mismos por ese fantasmal miedo que a veces nos domina. Cada día, al levantarnos, una interrogante se impone sin clemencia: ¿qué debo aceptar y qué debo expulsar de mi existencia?, ¿cuáles prerrogativas aducen aquellos que pretenden controlar, dominarnos? Es como borrar nuestro pasado, hundirnos en un estado de amnesia histórica y pretender imponer lo que siempre hemos tratado de desechar.
Ante estas vicisitudes, es urgente devolvernos a quienes han perseguido afanosamente el saber sobre quienes somos, cuál mezcla misteriosa nos produjo, por ello es sano aferrarse a José Manuel Briceño Guerrero, introducirnos en su zaga tras la búsqueda de una clave cuasi mágica que nos acerque a una idea de quienes somos. Leamos de nuevo el imponderable “Laberinto de los tres minotauros” y calibremos las respuestas contenidas en su texto “Tres discursos de fondo gobiernan el pensamiento latinoamericano el discurso europeo segundo o discurso de las luces importado desde fines del siglo XVIII estructurado mediante el uso de la razón segunda, el discurso cristiano hispánico o discurso mantuano herencia de la España imperial en su versión americana y el discurso salvaje no amaestrado heredado de las culturas precolombinas y africanas. En cada latinoamericano estos tres discursos se interpenetran, se parasitan y sabotean en un combate trágico”.
El día de hoy estamos no sólo en medio de la batalla de esos tres mundos que están dentro de cada uno de nosotros “el discurso importado desde fines del siglo XVIII, estructurado mediante el uso de la razón segunda y sus resultados en ciencia y técnica, animado por la posibilidad del cambio social deliberado y planificado hacia la vigencia de los derechos humanos para la totalidad de la población, expresado tanto en el texto de las constituciones como en los programas de acción política de los partidos y las concepciones científicas del hombre con su secuela de manipulación colectiva, potenciado verbalmente con el auge teórico de los diversos positivismos, tecnocracias y socialismo con su alboroto doctrinario en movimientos civiles o militares o paramilitares de declarada intención revolucionaria.
El discurso cristiano-hispánico o discurso mantuano heredado de la España imperial, en su versión americana característica de los criollos y del sistema colonial español. Este discurso afirma, en lo espiritual, la trascendencia del hombre, su pertenencia parcial a un mundo de valores meta cósmicos, su comunicación con lo divino a través de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana, su ambigua lucha entre los intereses transitorios y la salvación eterna, entre su precaria ciudadela terrestre y el firme palacio de múltiples mansiones celestiales.
En tercer lugar el discurso salvaje; albacea de la herida producida en las culturas precolombinas de América por la derrota a manos de los conquistadores y en las culturas africanas por el pasivo traslado a América en esclavitud, albacea también de los resentimientos producidos en los pardos por la relegación a larguísimo plazo de sus anhelos de superación. Pero portador igualmente de la nostalgia por formas de vida no europeas no accidentales, conservador de horizontes culturales aparentemente cerrados por la imposición de Europa en América”.
Sin embargo, es imposible pensarnos obviando las ideas de Von Mises sobre el ser humano, más allá de cualquier circunstancia política, económica, histórica, centrada en el ser humano que actúa “Todo lo que sucede en el mundo social comienza en el pensamiento y las acciones de los seres humanos individuales. Son el punto de partida para la comprensión de la sociedad: el hombre, como ser que actúa con determinación, da significados asignados al mundo que le rodea, selecciona los fines deseados, decide sobre los posibles medios útiles para su consecución y emprende cursos de acción a través del tiempo en un intento de llevar a buen término sus planes deseados”. Se trata de un concepto distinto, el ser que se interesa y actúa. “El ser humano, al actuar, se interesa por cosas materiales e inmateriales. Opta entre diferentes alternativas, sin preocuparse de si el objeto de su preferencia pueda ser considerado por otros material o espiritual. En las escalas valorativas de los hombres todo se entremezcla”.
Briceño Guerrero quizás acertó, al identificar estas tres corrientes que parecen envolvernos, aunque también existen otras respuestas, más allá, pero más cercanas, enclaustradas en un ser humano que nunca ha sido libre, de allí venimos, nuestra resistencia a la razón tiene un origen, al igual que la predominancia de lo no estrictamente razonable, pero característico de nuestra cotidianidad. Mientras, reflexionemos y oigamos atentos el sabio consejo del maestro Briceño Guerrero:
“Hacia adelante. El país natal está en el futuro. No tenemos patria, no hemos nacido todavía. El país natal es un deseo ardiente y un proyecto, no un recuerdo. Existimos en instancia, estamos buscando un llegadero. Radicalmente extranjeros, extranjeros en todos los mundos, hemos de engendrar nuestro mundo. ¿Cuál el vientre?, ¿cuándo el parto? Todo es ajeno, nada nos pertenece. No somos herederos, pero somos y nos toca dar ser. Futurar. Futuremos el país natal. Mundemos. Ancestremos. Timonel: rompe la rosa de los vientos y el astrolabio y el timón. Retorno es torno, molino, remolino. Turco tierno. Rota hasta consumir el allá y el antes. Espiralízate, aspiralízate. Torna y retorna al país nadal, nidal, nodal, al país raíz. Maíz. Masa. Muele sus contornos. Tornea el país tornar, timonel. El cuádruple camino es el ámbito de mi rechazo y de mi afirmación. Rebeldía, sumisión, astucia y nostalgia son sus cuatro dimensiones y garantizan su apertura. Por lo demás, el modo de mi caminar no es patético sino en situaciones extremas y eso durante cortos momentos; en general es un andar gozoso, scherzato, festivo, humorístico, juguetón. Una profunda seriedad basada en la radical seriedad, mortal seriedad, de mi situación hace que todo lo demás pierda seriedad y entonces la seriedad radical, mortal, se vuelve cómica ella también. Me quedan sólo objetos simbólicos. Los puedo barajar, intercambiar, prestidigitar. Soy maestro de la anamorfosis. Mi arma suprema, tal vez mi única arma auténtica es la risa, tan desbordante a veces que puede concitar las iras del destino, tan disimulada a veces que sólo se distingue como un pequeño relámpago en el fondo de los ojos”.
Amanece de nuevo y con ello se despiertan todas las angustias sobre como seguir andando, es tolerable que algunos crean que pueden apoderase de esa mezcla mágica de razón, sin razón y pasión que somos, borrar la risa y convertirnos en zombis tristes, impedidos de “ser libres para actuar” domados por el miedo o quizás podamos despertar. ¿Será posible? ¿Será el miedo el rival más poderoso a vencer para sentirnos libres de actuar y decidir?
“La libertad y el progreso, ese magnífico fruto del genio humano. La libertad como un fin en sí mismo, y como un medio para la prosperidad. Sin libertad, como ha demostrado Kant, no es concebible ningún valor moral”, Drieu Godefridi.
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