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¿Qué hago yo aquí?

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Cuando hundido en la perplejidad me hago esa pregunta no me refiero a estar en ningún paraje extraño o distinto, en algún lugar desconocido y remoto con cielos y nubes ajenas, praderas verdes o taimados desiertos sino del sitio mismo donde me encuentro, es decir, el lugar donde nací; las plazas, los árboles y calles que me vieron correr y jugar en mi lejana infancia de padre ausente y madre acosada por una despiadada enfermedad.

No se trata de estar viendo casas y edificios de distinta arquitectura, formas y diseños producidos por otra cultura, sino las casas y edificios que siempre estuvieron frente a mis ojos; la abigarrada imagen de mi propia ciudad.

Si me pregunto qué hago yo aquí es porque perversas circunstancias políticas me han convertido en un desterrado, como si viviera en otro mundo, en un exilio no deseado y estuviese rodeado de gente que se me antoja diferente, de un hablar de palabras o frases lentas y cadenciosas. ¡Como si me hallara lejos de mi país!

¡Pero, no! Esta es mi ciudad natal, ¡este es mi lugar! Me duele decirlo, pero mi país ya no me pertenece, siento que se me ha ido de las manos y ha caído en unas  sucias aguas que durante años lo han estado socavando y maltratando hasta hundirlo alevosamente,

7 millones de humillados venezolanos intentamos rescatarlo de su agonía uniendo todas nuestras fuerzas y voluntades en un histórico oleaje político y moral que creíamos poderoso, pero no logramos desplazar y vencer a la traición de las armas, al aplastante dominio de la droga y del pensamiento único que planea impune sobre el país geográfico y espiritual.

¿Qué hago yo aquí? sigue siendo la angustiada pregunta que un día amanece abrazada a la esperanza de que un cambio va a ocurrir y volveremos a ser quienes éramos; y en otro, ese mismo amanecer entra por la ventana de mi cuarto desolado y aplastado envuelto en la desventurada certeza de que, a pesar suyo, la vida venezolana seguirá encadenada al despotismo.

Y las respuestas que podría recibir también carecen de vigor porque nada hago para devolverle al país sus extraviados horizontes, aunque también es mucho lo que hago al permanecer en él, así sea manteniendo un perturbado silencio o escribiendo textos inútiles, pero siento que algo se impone; algo que logra estremecerme de orgullo: el país es mi única y verdadera pasión y sabemos que de la pasión siempre ha de surgir el sacrificio.

No trato en modo alguno de desestimar a quienes decidieron buscar alimento, seguridad y descanso enlazándose a la inesperada aventura de la diáspora, sobre todo, a los niños y adultos que continúan adentrándose en las feroces selvas del Darién porque ellos también forman parte del sacrificio.

Soy hombre de cine y por ética no puedo abandonar la sala antes de que finalice esta mediocre pero trágica película bolivariana. ¡Quiero saber cómo va a terminar! Y la imagen final que visualizo es la de Teseo saliendo del laberinto con la cabeza del Minotauro en la mano.

No soy un animal político, sólo aspiro a calificar como ciudadano y no como habitante, pero abomino y desconfío de los que se alzan orgullosos y prepotentes amparados en la violencia de un pensamiento único y de un dedo índice que solo acusa a los inocentes.

¡Soy todo lo contrario! Un alma inocente cargada de ilusiones; un venezolano que busca refugiarse en la poesía y en las valiosas respiraciones del arte y del espíritu y sólo exige la aplicación no de la justicia celestial puesto que hasta hoy nadie ha visto a un juez de las alturas en funciones ni a ninguna fe moviendo montañas. Me refiero a la justicia que debe aplicarse ¡aquí! en el libre y democrático lugar donde nací, jugué en sus plazas y corrí en las calles de mi infancia; la  verdadera justicia y no la que se impone con brutalidad y ensañamiento en el usurpado país que desde hace  años nos castiga sin clemencia.

La entrada ¿Qué hago yo aquí? se publicó primero en EL NACIONAL.